domingo, 20 de abril de 2014
Sin Intel no somos nada
Intel Outside |
Sin Intel no somos nada
Luis Paulino Vargas Solís
Intel anuncia que cierra sus operaciones manufactureras en Costa Rica. En términos netos se pierden unos 1300 puestos de trabajo. De inmediato ello suscita reacciones histéricas en sectores importantes de la prensa, lo cual a su vez provoca poderosas réplicas en ambientes políticos. Se oscila entre dos extremos, al cual más patético. De un lado, quienes insinúan, o abiertamente afirman, que esto implica un durísimo golpe con terribles consecuencias para el futuro del país, como si nuestro destino dependiera enteramente de esta empresa. Del otro, quienes rompen en llanto y, con fiereza, deciden autoflagelarse al considerarse culpables de graves pecados que presuntamente serían la causa de que esa poderosa corporación redujese sustancialmente sus operaciones en el país.
Nadie como el expresidente Figueres Olsen ha sabido expresarlo con más claridad: un “símbolo nacional”, nos dice, al que, tristemente, no hemos tenido la capacidad de retener con nosotros.
Muy sintomático, por cierto. El dicho del señor Figueres Olsen ilustra de forma palmaria el extremo de enajenamiento y el espíritu de servidumbre y subordinación que se ha alimentado alrededor de la imagen de Intel. Causa perplejidad que una empresa privada –cualquiera que fuese- pudiese ser considerada un “símbolo nacional”, como lo sería la bandera, el escudo o el himno. Que lo privado-particular pueda de tal forma indiferenciarse respecto de lo social-colectivo, sugiere un estado de grave confusión ideológica. Se llega así al extremo de considerar que una empresa capitalista pueda mimetizarse con los valores de toda una colectividad y un país, hasta llegar a sustituirlos. Peor aun cuando ni siquiera es una empresa costarricense. Encima de lo cual habría que preguntarse: ¿cómo es eso de que un “símbolo nacional” se va el país (o lo “dejamos ir” según Figueres Olsen)? En el orden de lo absurdo y descabellado, esto es llover sobre mojado.
Pero el tema ideológico es, a estos efectos, asunto secundario. O, mejor dicho, su mayor importancia radica en el hecho de que esa confusión ideológica tiene consecuencias reales en la conducción de las políticas públicas y, por esa vía, en la realidad de nuestra sociedad y nuestra gente. Efectivamente, la estrategia económica seguida por Costa Rica a lo largo de muchos años –especialmente en la etapa posterior a 1998- se ha centrado en la atracción de capital extranjero, privilegiando corporaciones del tipo Intel. Ese es el núcleo central de las políticas seguidas y ahí han ido, con gran diferencia, los esfuerzos de diversos gobiernos. Al tal punto es así, que esa inversión ha pasado a ser un fin en sí misma. Así, se fija como meta prioritaria de la política gubernamental alcanzar un cierto monto de inversión extrajera, y se celebra como un gran logro si tal meta se alcanza y todavía más si se la supera. Problemas como el empleo, en cambio, reciben una mucha menor atención.
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Las reacciones suscitadas a partir de la reducción de operaciones de Intel –y en particular las palabras de Figueres Olsen- ratifican lo dicho: las prioridades se han trastocado gravemente. Otra forma de confirmarlo es recordar las múltiples ocasiones en que vimos a la presidenta Chinchilla viajar al extranjero, con Anabel González como su principal acompañante, y animadas ambas por un mismo gran objetivo: vender Costa Rica (y no solo en sentido metafórico) como un destino propicio para los capitales extranjeros. Tratándose de la crisis que ha afrontado la Caja del Seguro Social –la institución más importante del sistema de seguridad social de Costa Rica- jamás se le vio a la señora Chinchilla un empeño ni remotamente similar.
Hablar de una corporación extranjera como un símbolo nacional sugiere confusión ideológica –como ya lo dije-pero ello también nos advierte de algo como un proceso de disolución de la identidad nacional. Como si esa identidad se hubiese debilitado a un extremo tal que puede ser sustituida, no tan solo por una marca comercial, sino, y todavía más, por una marca comercial extranjera. Y, al cabo, pareciera que así ven el país las élites neoliberales que lo han gobernado por los últimos 30 años. Esta gente maneja una noción de identidad que mira a Costa Rica como una enorme zona franca y muy, muy poco más.
Pero ello también comporta un convencimiento acerca de la propia impotencia. Como si nada pudiera hacerse si no es mediando el aporte del capital extranjero. Todos los amargos plañidos que ha suscitado el anuncio de Intel redundan justamente en eso: transmiten un sentimiento de inmovilismo, de incapacidad y derrota. Como un grito desesperado: “sin Intel no somos nada”.
Imaginar que sin capital extranjero la vida no es posible, tiene su correlato necesario en la imaginación de que con inversión extranjera todo es posible y todo se resolverá. Lo cual tiene otras nefastas consecuencias culturales, económicas y políticas. Nos instala en la ilusión de una riqueza falaz; nos incentiva a formas de vida despilfarradoras; nos obnubila imaginando soluciones fáciles, lejos del verdadero y tenaz esfuerzo que sería indispensable para lograr un desarrollo sólido, socialmente justo, ecológicamente sostenible.
En breve: las élites gobernantes han creído encontrar en el capital extranjero una salida fácil para todos los problemas, y, lo que es peor, han tenido éxito convenciendo a la gente de que ello es posible.
Frente a tal embriaguez ideológica, el retiro de la manufactura de Intel –que ha coincidido con el de otras transnacionales- debería ser aprovechado más bien para repensar críticamente el papel de la inversión extranjera y, en particular, la responsabilidad que nos compete si de tomar el desarrollo de Costa Rica en nuestras propias manos se trata.
El capital extranjero y, en particular, las corporaciones transnacionales, son lo que son: ellas defienden sus intereses, los cuales están centrados en la ganancia, no en la ayuda caritativa a Costa Rica. Sobra cualquier juicio moral sobre esto. Simplemente ésa es la realidad, y por ello mismo es absurdo hacer girar el desarrollo del país alrededor de tales capitales.
Son un medio para un fin, no un fin de por sí. Y en cuanto que medio, su función solo puede ser de complementación. Nos compete a nosotros diseñar las estrategias de política necesarias para tratar de garantizar que así funcionen las cosas.
Y, por lo demás, es también nuestra responsabilidad tomar en nuestras manos el destino de Costa Rica, sin esperar que sean otros quienes lo resuelvan.
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