Está escrito: obra que empieza el Gobierno, obra que acaba en desastre.
El trayecto Bajo Chilamate-Vuelta Kooper es el nuevo capítulo de esta infinita saga de horror vial, apenas precedido este mismo año por los no menos peripatéticos puente de la platina, paso a desnivel en Paso Ancho y asfaltado de la carretera a Monteverde.
Por algo nuestras obras viales están perfectamente clasificadas en tres modalidades: las que se anuncian y no se hacen pero se cobran; las que se hacen, nunca se terminan y nos cuestan el doble, y las que se concluyen, quedan mal hechas y debemos pagarlas por los siglos de los siglos.
Acabo de estar en la desembocadura del San Carlos viendo el trazo ya fangoso y siempre penoso de la trocha de doña Laura que continuaría sobre ese río a través de un puente que no pasó de ser una afrenta más al ciudadano.
Ahí está también la vía entre Sifón y La Abundancia (Zona Norte), con sus 50 años a lomo de una promesa presidencial que, a juzgar por sus recientes deslaves, errores en el trazado y falta de financiación, presagia otra eternidad en imposturas.
La ruta 27, la del singular “primer mundo” de Oscar Arias, de apenas un carril en ambos sentidos, lo mismo: fue construida con los planos y diseños de 40 años atrás y, no bien la inauguró, se desmoronó como pan tostado.
Y, bueno…Si solo las gestiones para ampliar la Bernardo Soto a San Ramón cayeron hace tiempo en los predios del “nunca jamás”, es de presumir que su final, de llegar a darse, correrá igual o peor suerte.
Ningún proyecto nuestro se salva. ¿Por qué seremos tan incapaces de hacer las obras públicas como se debe? Porque está bien equivocarse en una o en dos pero… ¿en todas?
Entramos aquí en un tema de ineptitud, incivilidad y falta de mística nacional pero, sobre todo, de corrupción rampante y sonante: ¿se conciben las obras para servir al ciudadano o para complacer al corrupto?
Nos roban sin asco el tiempo, la paciencia y los recursos. Su arte consiste en hacer las cosas mal para tener que seguirles pagando las reparaciones que también se hacen mal. Por algo los chinos prefirieron venir desde el Lejano Oriente a construirnos el puente de La Amistad y el Estadio Nacional.
En el caso concreto de Bajo Chilamate-Vuelta Kooper uno también se pregunta: ¿no han tenido acaso todo el providencial invierno de este año para darse cuenta de si ese trayecto se inundaba o no? ¿Y los inspectores del MOPT? ¿Hay inspectores?
Lo aconsejable es que, en aras de salvaguardar un poco su imagen e investidura, nuestros presidentes de la república dejen ya de exponerse una y otra vez al ridículo de inaugurar fracasos entre bombos y platillos.
Si fuera que están inaugurando un túnel de 57 kilómetros de largo por 2.500 metros de profundidad, como el de Suiza, construido el año pasado bajo los Alpes en menos del tiempo previsto tras 17 años de trabajos que costaron $12 mil millones sin que nadie se robara un cinco, menos mal.
Pero para obritas de mero trámite y con tantos años de retraso que, encima, acaban en adefesios, basta y sobra con mandar al curita que las bendiga a ver si se produce el milagro de su salvación.