sábado, 15 de noviembre de 2008

HONESTIDAD PARA REFLEXIONAR ESTE DOMINGO

Honestidad:
¡sin nada que esconder!
Por Maritza Ulate
La honestidad es uno de los valores universales que propician la sana convivencia entre individuos y grupos. Pero, en una sociedad altamente secularizada como en la que vivimos actualmente, la honestidad ha dejado de ser una norma de comportamiento, y al igual que otros valores, ha sido relegada, por muchos, a un simple discurso o postura pública, sin mayor consecuencia en las decisiones y acciones de tos individuos.
Corrupción, engaño, deslealtad, todas ellas diferentes caras de un mismo mal: la falta de honestidad que caracteriza a nuestra generación.
Desde las más altas esferas del quehacer público, pasando por todos los niveles institucionales y hasta la intimidad de los hogares, este mal se extiende silencioso, menoscabando la posibilidad de una sociedad más justa, mas equilibrada, más próspera.
Lo paradójico es que todos estamos prontos a señalar al político corrupto, al funcionario público que actúa con eficiencia solo ante la posibilidad de una “mordida" y aun al cónyuge infiel, sin embargo, con la misma prontitud justificamos nuestros pequeños engaños, mentiras, complicidades y deslealtades.
Las justificaciones son muchas: "si no lo hago yo, alguien más lo hará de todas formas', 'se merecen que actúe así porque no me han sabido valorar, 'si todos lo hacen, por qué no he de hacerlo yo', "es imposible salir adelante, si no se muerde un poco por aquí y un poco por allá".
Los razonamientos parecen tan válidos que es casi imposible no dejarse seducir por ellos y es justamente esta la razón por la cual ser honesto es una virtud cada vez más extraordinaria.
El doble discurso en relación a la honestidad está tan generalizado, que no es extraño ver a padres y madres, que fervientemente tratan de inculcar este valor en sus hijos e hijas, caer ante los propios ojos de sus pequeños.
"Mi amor, no hay que mentir" dice la madre de forma enfática: sin embargo, al llegar tarde con la pequeña a la citadel dentista no repara, ante la carita confundida de su hija, en inventar la más extraordinaria historia para justificar su impuntualidad.
"Jamás deben robar' explica el padre con la debida sobriedad a sus hijos, después de haber abastecido con los suministros de la oficina las cartucheras escolares.
Definitivamente, ser honesto no es fácil, pero es que frecuentemente todo lo bueno es difícil. La falta de honestidad carcome, carcome el espíritu, la familia, la nación... Ser honesto, y transmitir este valor a los hijos, es un compromiso diario y una responsabilidad de todos, no importa lo que cueste.
Sin lugar a duda a todos nos gustaría vivir en una sociedad libre de corrupción, en la que políticos y funcionaros públicos honestos fuesen la regla y no la excepción. No obstante, esto no va a suceder sin que cada uno asuma la responsabilidad de actuar con honestidad en todos los ámbitos de la vida y en todas las circunstancias que nos toque vivir.

Desaprendiendo la violencia

Desaprendiendo la violencia
Mario Machado
Psicólogo



La violencia social es hoy en día una situación que preocupa más y más en todo el mundo. Los sociólogos intentan encontrar las razones de este fenómeno: ¿Por qué a pesar de todos los adelantos que la humanidad ha logrado, la violencia entre las personas y en el interior de las familias no se puede eliminar?

Se han desarrollado muchas y muy interesantes teorías que de alguna manera, intentan explicar el fenómeno desde lo sociológico y psicológico. Pero lo cierto es que las manifestaciones de violencia no ocurren en el vacío, sino que son fenómenos que se dan como fruto de un aprendizaje. Por más extraño que esto suene, estas manifestaciones se van incorporando en las personas desde la primera infancia.

Desde que nacemos estamos incorporados en una red social portadora y perpetuadora de principios culturales e ideológicos. Y es precisamente en el seno del contexto familiar donde estos elementos se transmiten de generación en generación. Esto significa que estamos inmersos en una red de significados. Es decir, que cada manifestación humana tiene un sentido y un significado. La violencia social y familiar son reflejos de sí mismas, se retroalimentan entre sí y modelan a las nuevas generaciones formas competitivas de vivir carentes de solidaridad. Manifestaciones deshumanizantes que revelan el enojo y la ira interna no elaborada, de personas heridas en su niñez y que, lamentablemente, hoy repiten en otros la agresión sufrida.

La mayoría de las personas de alguna u otra manera han sido heridas y tienen un cierto nivel de enojo interno. Pero en algunos casos ese enojo se vuelca sobre los demás en una búsqueda fantasiosa de calmar el dolor o frustración interno. Es por eso que muchas personas lastimadas en su infancia, ahora hieren a otras y, lamentablemente, por lo general lo hacen a las personas más cercanas a ellas mismas. En otros casos, la violencia no se expresará abiertamente hacia otras personas pero sí contra ellas mismas como expresión del enojo interno en lo que se llama manifestaciones o conductas autodestructivas. El clímax de estas manifestaciones es, por un lado, la violencia social, y por otro la violencia intrafamiliar y contra sí mismo.

La violencia social se manifiesta entre otras formas en la intolerancia hacia los demás miembros de una sociedad; ya sea a través de manifestaciones de violencia por acción o por omisión. En el primer caso podemos mencionar la agresión abierta hacia el prójimo y, en el segundo caso, la actitud de desinterés o pretendida ignorancia del sufrimiento de los demás.

En el caso de las familias con manifestaciones violentas, estas se dan hacia nuestro “próximo” o ser cercano, cumpliendo con el fatídico acto de lastimar a quien se tiene que amar, como son los casos de agresión en la pareja y/o niños. También la agresión puede ser por acción (como la violencia directa anteriormente mencionada) o por omisión como puede suceder en casos de abandono de familiares que no cuentan con los recursos básicos de sobrevivencia (por ejemplo.una persona anciana desvalida por edad o salud).

La paradoja de este fenómeno es que tanto la sociedad como la misma familia pueden ser los formadores de nuevas generaciones agresoras. Esto se da a través del fenómeno conocido originalmente como “teoría del aprendizaje social” elaborada por Bandura y su equipo de investigadores (Bandura 1973) Es decir que las manifestaciones tanto de amor como las violentas se modelan. El niño aprende en el contexto social y familiar (Jennigs, B. y Zillman, D. 1996) como expresar los afectos ya sean constructivos (positivos) y los destructivos (negativos)

Esto es porque toda manifestación humana es un mensaje en sí mismo. Cada sociedad y familia tienen un discurso hablado o actuado que está cargado de significado en sus representaciones. Por ejemplo el fenómeno conocido como “patriarcalismo”( popularmente “machismo”) se suele manifestar a través del dominio, control y la misma violencia que ejerce el más fuerte sobre el más débil. La nación más poderosa sobre la más débil, la persona más fuerte sobre la débil. Detrás subyace el significado de poseer, controlar y dominar (Andolfi., M. y Angelo, C.1989).

Existe una interacción o retroalimentación entre la sociedad y la familia de elementos positivos como negativos. El niño ve cómo en su casa se vive y se expresa el amor, el enojo y la comunicación en general. Pero también lo ve en su contexto social. Los medios masivos de comunicación por su lado, tienen un protagonismo clave en la formación de la conciencia del menor. En el contexto social y familiar se modela el odio o la tolerancia. Si un adulto por ejemplo acostumbra a descargar su frustración a través de manifestaciones de violencia golpeando paredes, personas o a través de los más variados “berrinches”, el niño “actuará” lo mismo, es decir, que para él será una reacción normal ante la frustración.

Es común que, aunque a un niño le disguste mucho, o incluso odie, cierto actuar en su padre o madre, tienda a repetirlo, de igual forma o aún peor, cuando sea grande. El modelo del adulto con sus significados se “introyecta” dentro de sí mismo por medio de un complejo proceso psíquico, relacionado también con el mecanismo identificación con los padres y, luego en la medida que el menor crece lo actúa como algo natural aunque paradojal. De tal manera que es tan común encontrar personas con problemas de alcoholismo, que odiaban ver a sus padres abusar del licor cuando eran niños. O que sufrían tanto porque su padre agredía a su mamá pero que, curiosamente, al llegar a ser adulto, repite la misma conducta agresiva con su propia esposa (en este caso existe una identificación con el padre en el desprecio hacia lo femenino).

¿Por qué se da esta paradoja? ¿Por qué lo que un niño odia tanto, luego cuando adulto lo repite una y otra vez? La respuesta está en los significados que las manifestaciones violentas encierran en sí mismas. Por ejemplo, algunos teóricos dirán que es fruto del complejo de inferioridad que experimenta inconscientemente el agresor y que a través de la manifestación violenta busca compensar su sentimiento de inferioridad. Otro diría que es por la necesidad de tener el control sobre la otra persona. O que la agresión es fruto del enojo interno y las heridas no sanadas del pasado y que le lleva a descargar sobre otras personas su enojo.

No importa cual es la razón ya que lo más probable es que esas e incluso otras que se podrían mencionar, pueden ser las causales de la violencia familiar y social. Lo que sí importa es que el crecimiento humano viene cuando nos damos cuenta que lo que se creía normal (en este caso las manifestaciones violentas) no son sanas sino que revelan que la persona está emocionalmente dañada. Lo más difícil de todo esto es que las personas tienden a negar que están mal y solo después de muchos problemas en la vida se deciden a buscar ayuda. Un joven comentaba que luego de haber arruinado tres noviazgos por culpa de su agresión recién ahora reconocía que tenía un problema, y que veía en su conducta la forma de actuar de su padre que tanto odió cuando niño.
El camino que ofrece tanto la espiritualidad como la psicología para superar estas actitudes es muy similar en varios aspectos.

• Primero reconocer que tenemos un problema y que solos no podemos solucionarlo.
• Segundo, necesitamos la ayuda de Dios y de otras personas capacitadas para superar la obsesión por controlar a los demás.
• Tercero, se requiere perdonar a quienes nos lastimaron en el pasado y que de alguna manera nos modelaron una forma de vivir agresora.
• Cuarto pedir perdón y cambiar nuestra forma de tratar a quienes hemos dañado.
• En quinto lugar cambiar nuestra forma de ver la vida y a uno mismo, donde ahora el valor personal radica en la capacidad de amar y poder servir más, que en controlar y dominar.
• Ser parte de un grupo que encarne el respeto y la solidaridad.
Para la persona dispuesta a cambiar, el reto es disponerse a modelar algo diferente al comportamiento deshumanizante de la agresión. El compartir y dialogar en lugar de la imposición. Cómo manejar el enojo sin agredir o agredirnos; cómo tolerar las diferencias y tantas otras actitudes positivas que traerían como resultado un cambio no sólo en nuestras vidas, sino que marcaría un modelo de ser ante la vida, a las generaciones que nos observan y aprenden de nosotros; en síntesis, un modelo caracterizado por la capacidad de amar y de solidaridad.



Andolfi., M. y Angelo, C.(1989) "Tiempo y Mito en la psicoterapia familiar". Buenos Aires; Paidós.
Bagarozzi, D. y Anderson, S. (1996) "Mitos personales, matrimoniales y familiares. Formulaciones teóricas y estrategias clínicas" Barcelona, Paidós.
Freud, Anna: El desarrollo del niño, Ed. Paidós Ibérica, Barcelona, 1980.
Freud, Sigmund: Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte. Obras Completas, Tomo VI, Ed. Alianza, Madrid, 1985.
Jennigs, B. y Zillman, D. (Comps.), Los efectos de los medios de comunicación. Investigaciones y teorías, Paidós, Barcelona, 1996,
www.emory.edu/Bandura

Un Mensaje a la Conciencia

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15 nov 08


MILES DE AGUIJONES
por el Hermano Pablo

José García, anciano granjero, comenzó la faena agrícola del día. A los ochenta y seis años de edad todavía trabajaba la tierra casi como en sus años mozos. Puso en marcha el tractor y empezó a trazar surcos.

Todo iba bien, como de costumbre, hasta que le pegó a una colmena muy grande. No pareció importarles a las abejas si el anciano no vio la colmena o si simplemente no quiso desviar su trayectoria, pues lo atacaron con furia, dejando como saldo no menos de mil picaduras. Por si eso fuera poco, atacaron también a su hijo, de cincuenta años, que por acudir en su auxilio recibió otras 500 picaduras. Al hacer la investigación se encontró que había por lo menos setenta y cinco mil abejas en esa colmena.

Si bien una sola picadura por una abeja puede ser algo serio, ¿cómo será recibir mil picaduras? De seguro aquel anciano agricultor no volvería a acercarse a una colmena de abejas. Una lección así generalmente se aprende la primera vez.

Ahora bien, hay otras clases de abejas que también pican. ¿Qué, por ejemplo, de los que vacían una, dos y más latas de cerveza? Cada trago es una punzada en el cerebro. ¿Y qué de los que juegan con el cigarrillo de marihuana? De la marihuana no hay más que un paso a la cocaína, la heroína, el crack y el LSD, y cada dosis de droga es un aguijón clavado en la mente.

¿Y qué de los matrimonios que, a la menor provocación, discuten acaloradamente y pelean, hiriéndose en lo más vivo? Cada palabra que se lanzan es un aguijón que va matando el amor y el respeto mutuo.

¿Y qué de los mensajes nocivos, criminales y eróticos que vierten las pantallas de cine y la televisión? ¿Acaso no son estos como picaduras de abejas que van debilitando la resistencia moral y los valores espirituales?

Cada imagen provocativa, cada palabra obscena, cada situación procaz y licenciosa de sexo, adulterio, crimen y deshonra es un aguijón más que se va clavando en mentes impresionables. En estos medios hay miles de aguijones que, con cada imagen visual, enferman, drogan y matan.

¿Por qué someternos a prácticas que nos destruyen? Con sólo una ligera observación de la condición de la vida actual, podemos ver que algo anda mal. Todo lo que hacemos trae consecuencias. Si éstas son malas, es porque nuestros hechos son malos.

Sólo Jesucristo puede salvarnos de tantos aguijones. Sólo Él tiene el poder para librarnos de los pecados que nos destruyen. Sometámonos al señorío de Cristo, y nuestra vida cambiará.

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