Ella ocupa el segundo puesto en el
ranquin de los 10 líderes mundiales mejor vestidos. La clasificación incluyó a hombres y mujeres, y el primer ministro británico, David Cameron, se impuso en la cima.
Chinchilla obtuvo la más alta calificación en lo que respecta a las mujeres, en el escalafón que se atrevió a dejar por fuera a la fashionista mandataria argentina, Cristina Fernández de Kirchner.
En Semana Santa, Chinchilla quiso tener un “desconecte total” durante dos días, pero la tentación de entrar algunos minutos a Twitter le ganó. En su timelinecirculaban tuits sobre el artículo revisteril que alababa la línea clásica de vestimenta, que tomó como estandarte en este período presidencial.
La gobernante tica no tiene asesor de imagen y eso la convierte en “una excepción” entre presidentas, primeras ministras y congresistas con quienes ha tenido la oportunidad de conversar.
“Básicamente, apuesto a mi intuición y, cuando tengo algunas dudas, recurro a que me las despeje mamá”, dijo Chinchilla.
Ella no es de esas mujeres que meten media boutique en un vestidor cada vez que llega la quincena. No es porque no le guste; la razón es que el tiempo no le alcanza. Su madre, Emilce Miranda, es quien se encarga de registrar percheros en busca de prendas a la altura del protocolo presidencial.
“Hacemos más o menos ropa, tenemos el mismo cuerpo. Muchas veces, yo utilizaba su clóset o ella, el mío. Podríamos decir que tenemos un gusto muy parecido. Ella puede darse el lujo de comprarme algo y a mí casi siempre me gusta lo que me compra”.
Doña Emilce se lleva la mitad de los créditos. Ella fue quien convenció a la mandataria de buscar un traje muy claro, sin estampado y que hiciera armonía con el blanco, azul y rojo de la banda presidencial, que se le colocó a Chinchilla el 8 de mayo del 2010.
El traje Escada que madre e hija seleccionaron fue el más destacado en el artículo de Vanity Fair. Es también uno de los mayores lujos en el guardarropa de la presidenta.
Ella nunca reveló el precio de esta prenda de seda en tono blanco aperlado, que adquirió en Miami. Se lo dieron como obsequio su madre; su papá, Rafael Ángel Chinchilla; y su esposo, José María Rico.
“Mamá me metió el empujón, pero me pareció muy caro”,
aseguró la mandataria tres años atrás . La semana pasada, admitió que, aunque es cuidadosa con el dinero que invierte en vestimenta, “valía la pena pagar un poquito más”.
Ahora, aquel traje se encuentra guardado en un armario porque Chinchilla subió de peso y ya no le queda, al igual que toda la ropa que usó en la primera parte de su período presidencial.
Por falta de tiempo ha tenido que sacrificar un poco el ejercicio, según aseguró. “Tengo que decir que me salí de mi talla tradicional, pero guardo la esperanza de volver a mi peso original”, dijo sin sonrojo y sin que una pregunta la obligara a confesarlo.
Su muy esbelta figura antes entraba en un 6 petit; ahora, compra 6, pero no petit; en algunas ocasiones, debe optar por la talla 8.
Talla versus comodidad. Un peculiar detalle que contrasta con la elegancia que ostenta la presidenta es que casi siempre se podría insertar un dedo en la parte de atrás de su calzado. ¡Sí, le quedan grandes los zapatos!
“Creo que cuando uno sale de un puesto de estos perfectamente podría escribir un manual de lo que supone ser presidenta mujer. Para mí, lo principal, últimamente, es tratar de estar un poco más cómoda”, explicó al respecto.
“Quizá son un poquito más grandes de la cuenta. Además, tengo un pie grande, porque, para mi estatura, ya un 8 es un zapato grande”, agregó.
Para Chinchilla, es vital que una chaqueta –su prenda favorita y la que casi siempre lleva consigo– esté bien ajustada, con el fin de no arruinar todo el atuendo.
También le agradan las joyas pequeñas. No se declara fanática de los aretes colgantes y le gusta lo clásico de las perlas. Sus mejores alhajas han sido regalos, excepto el reloj Rolex que lleva en su muñeca.