viernes, 14 de marzo de 2014
Partido Liberación: todo se derrumbó...
Partido Liberación: todo se derrumbó…
Luis Paulino Vargas Solís
Tras la “renuncia” de Johnny Araya a la candidatura presidencial, el Partido Liberación Nacional (PLN) luce irreconocible; devastado y al borde del colapso ¿Qué ha pasado? ¿Qué hay detrás de esta crisis? He aquí algunas ideas para tratar de entenderlo.
Cuesta abajo en la rodada
Pareciera que el sentido común dominante en Costa Rica se mueve hoy -oscilante y ambiguo- entre el querer cambiar y el querer mantener lo que se tiene. En el contexto de la aun inconclusa campaña electoral, seguramente ha sido Luis Guillermo Solís quien mejor supo recuperar discursivamente ese juego contradictorio de aspiraciones, algo con lo que, en cambio, le resultó difícil sintonizarse el Frente Amplio –en parte, al menos, por la “campaña del miedo” desatada- y que resulta una completa imposibilidad para Araya y el actual Partido Liberación, después de haber liderado por tres décadas el proyecto neoliberal criollo.
En ese contexto, el anuncio de que Araya se hacía a un lado del proceso eleccionario, ha funcionado como al modo de un revulsivo que sacó afuera todas las miserias que carcomen al PLN desde sus entrañas más profundas. En medio de la confusión y el barullo, lo único que logra observarse, con contarnos creíbles, es la desesperación que cunde en ese partido. Por aquí y por allá, se perciben como al modo de contorsiones angustiosas y paroxísticas, intentando insuflarle vida a un cadáver en estado de rigor mortis.
Las notas publicadas en los diversos medios en los días posteriores al “retiro” de Araya, ratifican que estamos en presencia de un brutal terremoto. A veces son gestos de desbocada improvisación (incluyendo relevos de una última hora en la dirigencia de campaña y liderazgos de papel sacados de la manga); o bien el caos de iniciativas desesperadas que se lanzan de cabeza al abismo (desde dirigencias territoriales que prometen asumir por su cuenta la campaña, a asesores económicos que proponen debates en el Parque Central). Se apela a discursos que, en su banal grandilocuencia, resultan un monumento al ridículo (Rolando González pretendiendo monopolizar para el PLN el legado de Pepe Figueres), o se enfrascan en rebatiñas con visos de canibalismo (los violentos ataques que se intercambian Chinchilla y Arias). Y, entre tanto, la frustración alimenta los resentimientos y multiplica las recriminaciones.
Y, sin embargo, hace muy pocos días que Araya hacía hasta lo indecible –llegado al límite de la más humillada genuflexión- por ganarse el favor de las cúpulas económicas más poderosas y el de la dirigencia política-evangélica más cavernaria y oscurantista. Precisamente el mismo “constructor” que semanas atrás hablaba de reconocer los errores cometidos por su partido, y ofrecía retornar a las viejas raíces socialdemócratas.
O sea, se ha entrado en un círculo vicioso autodestructivo que va dejando claramente dibujados los trazos de una organización que se volvió errabunda en lo político; trashumante en lo ideológico y completamente desorientada en lo organizativo. Y aún más sintomático: por primera vez en su historia este partido ofrece gestos de renuncia al poder, lo cual resulta inaudito puesto que por muchísimo tiempo su única razón de ser ha sido el poder como objetivo en sí mismo.
¿Cómo el PLN pudo llegar a un estado comatoso tan severo? Propongo una hipótesis que resumo así: la crisis del PLN es, en último término, reflejo y consecuencia de la crisis que fractura al proyecto histórico neoliberal en su conjunto, no solo porque sus graves falencias en lo económico, sino por el retroceso social, moral y político que ha provocado.
Por sus características intrínsecas, y como tendencia de largo plazo, el proyecto neoliberal ha ido construyendo una sociedad donde ciertas características negativas se van imponiendo gradualmente: polarización social; inseguridad en los ingresos y el empleo; incertidumbre ante el futuro; crispación en la convivencia; identidad nacional en disolución; desconfianza en la política; desprestigio de la institucionalidad democrática; proclividad hacia comportamientos corruptos tanto en el sector público como en el privado.
Los sorprendentes y por lo general impredecibles movimientos del electorado –sus peculiares y a menudo sutiles respuestas- parecieran reflejar, al menos en parte, el agudo descontento que todo ello ha provocado, y su búsqueda de un cambio.
Un electorado veleidoso, calculador y taimado
Hemos observado una masa ciudadana que, en gran parte, se mueve de forma autónoma. Liberada de cualquier fidelidad partidaria, actúa con tiento, incluso con cálculo, en busca de un cambio. Pero, paradójicamente, un cambio que no amenace la estabilidad de ciertos parámetros fundamentales en que se asienta el orden social en Costa Rica. Ello incluye una economía que garantice equidad distributiva, estabilidad en las condiciones económicas de las familias y perspectivas confiables de mejoramiento futuro. Un manejo mucho más eficiente, honesto y transparente de los asuntos públicos. Una democracia realmente participativa. Y, sin embargo, que todo ello se logre sin rupturas traumáticas ni grandes conflictos. Un juego ambiguo y a veces paradójico: cambiar, sí, pero con ritmo pausado y sin estremecimientos violentos. Acaso sea la tan manoseada “opción pacifista” atribuida a la sociedad costarricense. Acaso también hay en esto un gesto de pragmatismo, reacio a formas de cambio que se sospeche que no garantizan la mejoría anhelada.
Esa opción por el cambio está hoy bien asentada. Ello provocó el inicial ascenso de José María Villalta y puso en reversa, y cuesta abajo, a Araya y el PLN. La preferencia por un cambio sin traumas frenó luego el avance de Villalta conforme recrudecía la monstrificante campaña del miedo. De ahí mismo se alimentó el crecimiento de Solís y el PAC, en la medida en que acertaron en un mensaje “centrista” de cambio sin amenaza.
La maldición del PLN
Sin duda posible, el PLN aparece indisolublemente ligado a todos los rasgos negativos que hoy se desean cambiar. Primero, porque por 30 años ha liderado el despliegue del proyecto neoliberal. Pero, y quizá más importante, porque ha gobernado durante el período (2008 en adelante) en que ese proyecto entró en fase de desmoronamiento. A este partido, mucho más que a cualquiera otro, le cabe en todo esto una responsabilidad fundamental.
Esas condiciones han puesto una presión tremenda sobre el gobierno de Chinchilla. En cuanto ésta intentó mantener el mismo curso heredado de sus antecesores, con ello provocó la agudización de los síntomas de crisis y un mayor descontento popular.
Ello mismo ha puesto una presión extrema sobre el PLN que, arrastrado por la marea del rechazo ciudadano, intentó de mil formas, pero siempre en vano, frenar la correntada que lo aplastaba. Si el resultado del 2 de febrero fue el peor de su historia, lo que le vendría el 6 de abril sería catastrófico. Y siendo una organización carcomida por la corruptela y, por ello mismo, carente de mística y coraje, ha sufrido algo similar a lo que experimentaría una vieja y crujiente casa de madera ante el embate de un furioso huracán.
No sé si, al cabo, sobrevivirá. Pero, sin duda, su reconstrucción será una tarea titánica.