Tristemente reconocemos y apreciamos el verdadero valor de lo que tenemos hasta que estamos a punto de perderlo. Ese fue el sentimiento que resultó de dos recientes experiencias que tuve en países con condiciones socioeconómicas muy diferentes. Estas me han hecho reconocer que en Costa Rica no valoramos los servicios que con mucho esfuerzo el ICE ha construido, fortalecido y defendido. Por eso quisiera compartir una breve reflexión sobre lo que estamos a punto de perder.
Por razones profesionales estuve una semana en Praga, tiempo suficiente para comprobar que el precio, la facilidad de acceso y la calidad de Internet no tienen nada que envidiarle al servicio que diariamente tenemos en Quepos, Los Chiles o en Talamanca. En el hotel donde me alojé cobraban, por el uso de Internet, 10 euros (más o menos ¢6600) la hora o 50 euros (más o menos ¢33.000) las 24 horas continuas a partir del pago. Aquí, en promedio ¢400 la hora. Ante tal desproporción, opté por usar un computador que estaba camuflado en el lobby. Lo mismo hicieron unos canadienses, un ingeniero hindú, un profesor gringo y una estudiante irlandesa. Todos obviamos un gran rótulo que nos recordaba que el acceso a Internet solo era por 10 minutos y para casos de emergencia. Tampoco fue sencillo usar Internet en restaurantes o cafés; 10 euros es el gasto mínimo para conseguir una contraseña. Extrañaba el hecho de que en muchos comercios de Tiquicia el acceso es gratis o basta comprar un café y una empanada para conectarnos.
La otra experiencia fue en Perú. Ahí, el acceso y la calidad de Internet no mejoraron. En el hotel, si más de cinco computadoras se conectaban, la señal colapsaba. Lo irónico es que el paisaje urbano y rural están saturados de signos de las dos empresas que actualmente compiten con el ICE. Ahí se pregona alta conectividad, bajas tarifas y otras artimañas de manipulación colectiva. Un colega peruano me comentaba que la privatización no ha sido sinónimo de progreso ni mejoramiento de la calidad de vida; el precio de la telefonía es prohibitivo para muchos habitantes y en amplias zonas siguen usando los bosques como fuente primaria de energía. El mercado eléctrico, las tarifas y, en general, la planificación del desarrollo energético está en manos de empresas privadas.
Por eso creo que no valoramos los esfuerzos que ha hecho el ICE por tener casi el 100% del país iluminado y conectado, con tarifas de telefonía entre las más bajas de Latinoamérica y con una matriz energética mayoritariamente renovable. Se nos olvida lo afortunados que somos al tener un modelo de desarrollo eléctrico en manos del Estado, profundamente solidario y en beneficio del país. Por eso no cambio al ICE, no quiero perder lo que como sociedad costarricense hemos construido.
Fuente: La Nación, 3 de enero del 2012
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