Como muchos hondureños el domingo pasado, Suamy Gálvez, habitante de un barrio popular de Tegucigalpa, se desayunó la noticia hasta que ya había dado la vuelta al mundo: Manuel Zelaya Rosales, el ganadero del departamento de Olancho que había asumido la presidencia de Honduras en enero del 2006, había sido destituido y expulsado del país con los primeros rayos del día.
Antes que amaneciera, un grupo de militares llegó a la casa donde dormía “Mel” –como le dicen los hondureños a Zelaya– situada en el barrio Tres Caminos, y en pijamas y sin sombrero se lo llevó a la base aérea de las Fuerzas Armadas de Tocontín. Allí, lo subieron en un avión y lo despacharon hacia Costa Rica.
Esa mañana que amaneció soleada, pero que terminó con un aguacero, el gobernante tenía previsto participar en una consulta popular a la que él mismo había convocado, y que era la causa de los problemas que tenía con otros poderes del Estado. De ganar el sí con esta consulta, Zelaya podría instalar una cuarta urna en las elecciones de noviembre.
En esa cuarta urna (las tres primeras son para elegir presidente, alcaldes y congresistas) el voto se manifestaría a favor o en contra de una Constituyente, que a mediano plazo le permitiría reformar la Constitución entre ellos el artículo que prohíbe la reelección.
La semana que antecedió al domingo de la consulta, que ahora el país recordará como el día en que Honduras vivió su primer golpe de Estado del siglo 21, ocurrieron varias situaciones que permitieron prever ese extremo desenlace.
La Corte y el Congreso declararon ilegal la consulta promovida por Mel, quien pidió apoyo al jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, el general Romeo Vásquez Velásquez. El militar se mostró renuente a la solicitud del mandatario. En consecuencia, Zelaya lo destituyó de su cargo.
Sin embargo, al día siguiente Vásquez Velásquez fue restituido por la Corte. Así quedó listo para asestar un golpe militar del que Gálvez sólo se enteró a media mañana, hasta que llegó a la casa de su prima, en otro barrio de la ciudad, y ella le preguntó si ya sabía que habían sacado a “Mel”.
“Mi prima tiene el novio en Estados Unidos y él sabía todo lo que estaba pasando aquí”, dice Gálvez, quien trabaja en una cooperativa de transporte del Aeropuerto de Toncontín, y agrega: “Es que ese día cortaron la luz desde temprano”.
De todas maneras, cuando se restableció el servicio eléctrico, hacia mediodía, Gálvez tampoco pudo saber mucho más de lo que pasaba en el país. Algunos de los canales locales tenían la pantalla en negro y otros pasaban enlatados de farándula mexicana o dibujos animados. Algo similar ocurría con las radios. O hablaban de fútbol, el deporte rey de este país, o simplemente sonaban reggaetones. Era casi imposible enterarse de lo que pasaba en Honduras dentro de Honduras y se mantuvo así los primeros días de la semana.
“Apenas CNN empezó a transmitir lo del golpe, cortaron la señal”, dice la periodista Gilda Silvestrucci.
Mientras Zelaya daba una rueda de prensa, desde Costa Rica, explicando los entretelones de su destitución, en Tegucigalpa, 124 congresistas de 128 aplaudían la decisión de la destitución y juramentaban al nuevo mandatario por ley, Roberto Micheletti, un hombre de cabeza blanca que viene de las filas del Partido Liberal, igual que “Mel”, y que hasta esa mañana fue presidente del Congreso hondureño.
Minuto a minuto, a medida que la noticia del golpe se iba filtrando por los correos electrónicos, a través de la mensajería celular y las llamadas telefónicas que entraban desde el exterior, un remolino de gente se fue juntando en la avenida Juan Pablo II, que está frente Casa Presidencial, en una zona alta de la ciudad, rodeada de lujosos hoteles, restaurantes de comida chatarra y centros comerciales calcados de Miami.
El termómetro del reclamo callejero se disparó el lunes, después de que Micheletti nombró a los primeros ministros de su gabinete, en una ceremonia sin sonido y sin electricidad. La mayoría de los asistentes eran de la prensa internacional. El mandatario de facto aseguró que se respetarían los derechos y la Constitución, sin embargo, a los pocos minutos fue reprimida la protesta que se instaló desde temprano en los alrededores de los salones de gobierno.
Unas 40 personas fueron ingresadas de emergencia esa tarde al Hospital Escuela, el centro asistencial de referencia nacional, que está a escasos 10 minutos de la Casa Presidencial. De eso no informaron los canales locales, que esa noche tuvieron más audiencia, pues desde las seis o siete de la noche la gente se encerró en sus casas, esperando el toque de queda que los dos primeros días se decretó desde las nueve de la noche hasta las seis de la mañana.
“A las nueve es como si fueran las dos de la madrugada”, dice Gálvez que está acostumbrado a manejar a esas horas, por su trabajo.
Desde las seis de la tarde las calles empiezan a vaciarse. La peatonal del centro, acostumbrada al tránsito hasta pasadas las ocho de la noche, ha quedado libre desde las seis de la tarde. Las cortinas metálicas de los negocios se bajan desde las cinco de la tarde. “Y si hay relajo más temprano, de eso depende”, dice sonriente la dependiente de una tienda de ropa interior femenina.
El transporte colectivo se ha guardado un par de horas antes que lo acostumbrado. Y algunos, que se han quedado a rozar la hora en que entra en vigencia del toque de queda, cobran más caro a los pasajeros.
Varios funcionarios del gobierno provisional, han salido a replicar lo que ha dicho Micheletti, después de los primeros días de toque: “La criminalidad se ha reducido en unos niveles que no habíamos visto”. Pero el sentido común de un taxista, que recorre las abruptas calles de Tegucigalpa, dice que “la delincuencia también está saliendo más temprano”.
No se puede olvidar que en Honduras la población ha salido en varias ocasiones a marchar contra la violencia. Las cifras en este país son alarmantes: en el 2008 más de 7,235 personas fueron gatilladas por la delincuencia.
“Aquí no hubo golpe… lo que hubo fue una sucesión constitucional” y “Nosotros somos demócratas y vamos a respetar la democracia’’. Son algunas de las frases que Micheletti ha repetido durante esta semana a los medios locales y extranjeros, tras la condena mundial por el golpe propinado a Zelaya. Y lo ha hecho sentado o de pie, desde las distintas salas de la casa de gobierno, que permanece resguardada por una infranqueable cadena militar. El ex congresista, tampoco se ha cuidado en decir que detrás de Zelaya ha estado la mano del gobernante venezolano, Hugo Chávez, y que si se le ocurre invadir habrá siete millones y medio de hondureños esperándolo.
La afirmación de Micheletti respecto a Chávez no es descabellada. Efraín Díaz, analista político y ex diputado por el partido Social Cristiano, dice que, justamente, la cercanía de Zelaya con el mandatario del país suramericano, que se ratificó con el ingreso de Honduras al ALBA, fracturó las relaciones entre el ganadero y la clase empresarial criolla que alguna vez estuvo de su lado.
Pese a su exposición mediática, Micheletti no ha podido evitar que organizaciones como la SIP (Sociedad Interamericana de Prensa), Reporteros Sin Fronteras, y la OEA, rechacen la censura y los atropellos contra los medios de comunicación que han ocurrido en los últimos siete días en este país.
“Estaba viendo CNN y cuando empezaron a sacar lo de las protestas lo cortaron”. La queja se ha escuchado desde cualquier esquina empinada de Tegucigalpa. “No nos dejan saber lo que está pasando aquí”, dice Danilo López, empleado del Seguro Social.
“Mejor seis meses de aislamiento que 20 años de dictadura”. La consigna está en un fondo blanco, escrito con letras azules. La sostienen un par de mujeres, que esta mañana de martes, participan en la marcha de los que están en contra de los que, en sintonía con el gobierno provisional, no quieren que Zelaya retorne a Honduras, o, que sólo regrese para ser capturado por la justicia que lo acusa de 18 delitos. Sin embargo, fiscales del Ministerio Público, como Jary Dixon, que están en contra del golpe, dicen que no sabe cuáles son esos 18 cargos.
La marcha por la “paz” abarrota todos los costados de la plaza central que está frente a la Catedral de la Virgen de Suyapa, la patrona de este país vecino. Mujeres y hombres blancos que provienen de los mejores barrios de la capital se mezclan con los vendedores ambulantes y con la gente barrios humildes que llegaron a rechazar al mandatario defenestrado hace una semana. Un par de helicópteros sobrevuelan el plantón que acaba en cantadas de himno y en vivas a la patria. “La gente sólo se mueve así cuando es algo de la selección (de fútbol)”, comenta uno que va de camiseta blanca.
Al día siguiente, se produce una marcha contra Micheletti y a favor de Zelaya. Las protestas a favor de uno y otro bando, se repiten cada día en distintos departamentos del país. Las fotos multitudinarias de los que caminan por la “paz” ocupan las portadas de los principales diarios. Mientras, que las marchas pro “Mel”, son casi anónimas para los periódicos y telediarios locales.
El mercado de Tegucigalpa es mucho más pequeño que el Oriental de Managua. Sus tramos están en los costados de una calle larga, pero también se encuentran dispersos en varios pabellones que tienen nombres de santos y de próceres, que se diluyen en los olores revueltos de frutas y verduras frescas y podridas, de canela, clavos de olor, carnes y quesos. Hace una semana, el día del golpe, las puertas de ese populoso mercado, no se abrieron. La actividad se reanudó hasta el lunes.
Elba Pavón, de 48 años, vende en el galerón de San Isidro, desde hace dos décadas. Pavón no se mueve de su tramo de abarrotes más que para irse a su casa, a las cinco o seis de la tarde, pero algo sabe de lo que ha pasado en su país estos días. “No estoy de acuerdo con lo que hicieron, porque si él (Zelaya) cometió errores que lo acusen, que le prueben los delitos, pero no es la forma como hicieron las cosas. No estuviéramos pasando todo esto”, dice esta mujer que hace unos minutos se ha quejado de lo mal que están las ventas “por estos relajos”, pero que ahora mira a su colega, María Hernández, quien le contesta una verdad que parece ajena al tema de conversación, la que seguramente ni Mel ni Micheletti podrían refutar: “Yo la verdad es que si no trabajo, no como”.
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