WASHINGTON, D.C.— "Golpe de estado" es una frase que muchos países de América Latina parecen haber dejado atrás con orgullo, sin embargo, Honduras es una de las grandes excepciones. La diferencia hoy, entonces, parece estar en la presencia de la Administración Obama y la oportunidad que tiene Estados Unidos de mostrar un rol diferente al estereotipo intervencionista que ha tenido en el continente.
Tras la detención y expulsión del presidente José Manuel Zelaya de Honduras, la Casa Blanca emitió un comunicado en que Obama manifestaba su preocupación por los incidentes y hacía un llamado a todos los actores políticos y sociales del país para que respeten las normas democráticas, el estado de derecho y los principios de la Carta Democrática Interamericana.
Una actitud que se aleja mucho de las reacciones que ha tenido Estados Unidos históricamente frente a golpes de estado en América Latina, sobre todo si se recuerda el escenario vivido hace más de 30 años, donde se comprobó la activa participación de Washington en el derrocamiento de varios gobiernos elegidos democráticamente.
"Es una diferencia de la noche al día", dice Peter Kornbluh a La Opinión, autor del libro "Pinochet: los archivos secretos" y director del Proyecto Chile de los Archivos de Seguridad Nacional.
"Si se analiza la reacción de Estados Unidos, es clave comparar la respuesta de la Administración Bush en el 2002, cuando estaba apoyando un esfuerzo para derrocar a Chávez y la forma en que Obama respondió ahora. Claramente Washington tiene un presidente que entiende de golpes de estado realizados por militares. No está dentro de los intereses del país apoyar este tipo de acciones", asegura.
Varios analistas vinculados con América Latina y organizaciones de derechos humanos exigieron que Obama fuera más allá y que no sólo rechazara la intervención militar, sino que llamara a la restitución de Zelaya.
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