En esta edición publicamos, en el plano nacional, el proyecto para instaurar el voto electrónico en las elecciones municipales del 2010 y en la perspectiva internacional, un interesantísimo análisis del Dr. Fernando Mires, acerca del discurso sobre la construcción de un puente con Europa, pronunciado, por parte de Barack Obama, en Berlín; y del porqué, tanto entusiamo, de los jóvenes alemanes con el candidato presidencial del Partido Demócrata.
Juan José Arce V.
Editor
LA PROMESA DE OBAMA
Dr. Fernando Mires
Catedrático de Ciencia Política
Univ. Oldenburg, Alemania
He escuchado en los últimos días en diferentes modos y tonos la misma pregunta: ¿Por qué los alemanes han recibido con tanto entusiasmo al candidato presidencial demócrata norteamericano Barak Obama? Así me he visto impulsado a pensar acerca del tema y, como suele ocurrir, descubro que la respuesta no es tan sencilla como al comienzo imaginaba.
1. A fin de responder con aproximada exactitud, deberé precisar en primer lugar un hecho. La multitud que ovacionó a Obama en Berlín estaba formada en su mayoría por jóvenes, algunos muy jóvenes. En verdad, sólo a los más afamados cantantes “pop” o a los Papas les está reservado el honor multitudinario que acogió a Obama. Cierto es que una vez Kennedy también fue igualmente ovacionado, pero eso ocurrió en aquel tiempo en que los habitantes de Berlín estaban amenazados de caer bajo las garras del imperio soviético. Obama en cambio no venía a salvar a nadie. Las insistentes comparaciones periodísticas con Kennedy están, como casi todas las comparaciones periodísticas, fuera de lugar.
Convengamos, para empezar, que la política alemana es por el momento bastante aburrida. La gran coalición (demócrata- cristianos y socialdemócratas) impone todas las leyes que decide gracias a su amplia mayoría parlamentaria. La oposición de los liberales y “verdes” no sólo es minoritaria sino que antagónica entre sí. La única novedad es el avance de “La Izquierda” organización post-comunista que ahora conducida por el ex socialdemócrata Lafontaine, avanza de modo radicalmente populista desde el Este al Oeste, erosionando las bases de la Socialdemocracia y apuntado a formar una coalición roja-roja. Objetivo que si se cumple terminará con la destrucción definitiva del viejo partido de Willy Brandt. Por si fuera poco, la señora Merkel nunca ha dicho nada brillante como canciller pero, a la vez, nunca ha cometido un error porque simplemente no sabe dar un paso en falso, materia en la que sus predecesores masculinos eran consumados expertos. Y en medio de ese letárgico clima, aparece de pronto el joven Obama quien, con su sola presencia, congrega multitudes.
Puede ser sin duda el aburrimiento político una de las razones que explican la “obamanía” alemana. La política no es sólo administración de las cosas; precisa además de cierta dramaturgia, y eso es lo menos que tiene la política alemana. No obstante deben haber otras razones más importantes que la simple ausencia de entretención política. Una de ellas es que Barak Obama es sin dudas un personaje carismático.
El concepto de carisma tiene dos sentidos. Uno estricto y otro más bien cotidiano. En sentido estricto (weberiano), el carisma deviene no de la persona carismática sino que de poderes reales o supuestos que la rodean. El Papa, por ejemplo, es carismático porque representa a una Iglesia. El hechicero de una tribu también lo es, porque representa las fuerzas ocultas de la naturaleza. En sentido cotidiano, en cambio, el término carisma alude a atributos individuales. Suele decirse así que un político es carismático cuando genera empatía, tiene fuerza de atracción o, como Obama, mueve multitudes. Ahora, parece que en ambos sentidos, el estricto y el cotidiano, Obama es carismático.
Por una parte, Obama representa una larga historia que es la lucha por la igualdad de derechos de la población afro americana en los EE UU. Simboliza el cumplimiento de la utopía de Abraham Lincoln y habla a través del espíritu de Martín Luther King. Por otra parte, en un sentido individual, Obama es el representante de un gran ideal americano (y protestante): el del hombre que se ha hecho a sí mismo, que vence todas las dificultades, y al final obtiene el éxito esperado. Es un triunfador, y cuando llegó a Berlín lo rodeaba la áurea de haber vencido en unas apasionantes primarias que demostraban a los jóvenes alemanes como la política puede ser algo más viviente que la práctica burocrática que ven en su país. Símbolo histórico, triunfador político y, además, joven. ¿Qué más? Si, hay más.
2.Obama no sólo emerge como triunfador sino como quien inicia un periodo de reconciliación. El no aparece como el representante del triunfo de la raza negra; más bien como la síntesis de “las dos Américas”, la blanca y la negra. Su propio rostro algo blanqueado está como hecho para jugar ese rol. Entre esas “dos Américas”, él surge como la síntesis, o si se prefiere, como un puente.
La metáfora del puente es tal vez la más adecuada para entender a Obama como sujeto de representación colectiva. El mismo, no sé si por casualidad o por innato talento, utilizó el concepto de puente en su discurso de Berlín. Comenzó aludiendo al legendario puente aéreo que implementó EE UU para salvar a la gran ciudad del aislamiento que imponía el imperio soviético. Luego habló del puente racial, y por cierto, se refirió al deteriorado puente que une a EE UU con Europa. Este último fue el tema más controvertido de su discurso puesto que no sólo habló de la amistad transatlántica sino también de las obligaciones y derechos que son necesarios para conservar esa amistad. En ese punto, los jóvenes alemanes fueron avisados que el probablemente nuevo Presidente no sólo representa una ruptura con la política internacional de Bush. Además, en alguna medida, representa su continuidad. En otras palabras, Obama dejó muy claro que la política internacional de su país, más que política de gobierno -como ocurre en Europa- es política de Estado; y la diferencia es importante.
Durante toda la Guerra Fría, demócratas y republicanos mantuvieron una significativa unidad en materia de política exterior. Había un enemigo común – el comunismo- que resistir y derrotar, tanto política como militarmente. Ese fue también el lazo que unió a los EE UU con Europa. Así era comprobado, una vez más, que no hay amistad más íntima que aquella que surge de la presencia de un enemigo común. En cierta medida, el lugar del enemigo común, tanto hacia el interior de la política estadounidense, como entre EE UU y Europa, ha sido ocupado por el así llamado terrorismo internacional. ¿Dónde reside el problema entonces? Antes que nada, en el hecho de que el terrorismo internacional no es un enemigo configurable, como lo fue el imperio soviético.
La mayoría de los comentaristas políticos está de acuerdo en que no todos los enemigos de los EE UU caben bajo la rúbrica “terrorismo internacional” y que la administración Bush cometió abusos en la utilización de ese concepto, es algo tan evidente que el propio Bush así lo ha reconocido. Pero que hay terrorismo internacional, lo hay, y eso fue lo que dijo Obama a sus oyentes, muchos de los cuales esperaban una declaración de paz universal en un mundo sin enemigos ni conflictos. Más todavía: Obama les recordó que la contribución que dan a esa lucha, han de seguir dándola; e incluso deberán aumentarla. En fin, les dijo que si querían conservar el puente de la amistad, deberían reconocer el abismo que los separa de los enemigos comunes. Ese es el precio de la amistad. Por cierto, tanto la extrema derecha como la izquierda alemana, se apresuraron a divulgar el comentario de que entre Bush y Obama no hay diferencias. Pero sí las hay.
La posición demócrata que representa Obama no niega la necesidad del enfrentamiento militar con el terrorismo internacional. Clama sí por una mayor precisión del concepto. Tampoco niega la posibilidad de que existan enfrentamientos militares con enemigos que no sean miembros del terrorismo internacional. Clama sí por el uso más intensivo de los medios políticos. Así como los republicanos otorgan primacía a la lucha militar, no negando la política, los demócratas otorgan primacía a la lucha política, no negando la militar. En cualquier caso, los demócratas exigen una mayor precisión en la configuración del enemigo, que es a la vez, una de las condiciones para derrotarlo. En breve: los demócratas exigen que no se les diga más a los soldados que serán enviados a combatir terroristas, y en lugar de eso deban enfrentar a milicias islamistas sunitas que luchan en contra de un gobierno chiíta.
Barak Obama sabe que el terrorismo internacional proviene en gran parte del mundo islámico, pero que no todo el mundo islámico es terrorista. Mantener conflictos con ese mundo requiere de extrema sensibilidad política y, desde luego, entender la diferencia entre el Islam- que es una religión- y el islamismo- que es un movimiento que se sirve ideológicamente de una religión-. A la vez, Obama sabe que no todos los islamistas son terroristas, habiendo fracciones islamistas con las cuales será necesario disputar políticamente. En otras palabras, que para que no exista la guerra de las culturas -que es el objetivo de los islamistas y de algunas fracciones que apoyaban a Bush- será necesario recurrir de modo más intenso a modos y medios de confrontación política. Si ello no ocurre así, las consecuencias no sólo las pagará la población civil islámica, o los EE UU, sino, sobre todo, Israel. De lo que se trata -y eso es lo que intentó decir Obama a los jóvenes alemanes, pero también a los que lo escuchaban en su país- que así como es necesario localizar al enemigo y derrotarlo, será necesario establecer una relación política (política no quiere decir amistosa) con gran parte del mundo árabe e islámico. En este caso, para seguir utilizando la metáfora de Obama, se trata de construir otro puente. Ahora bien, ese puente podría ser el mismo Obama.
El hecho de que Obama provenga de una familia islámica fue utilizado en contra por sus adversarios inter y extra partidarios. Pero ése, que para un candidato pudo ser un minus, puede ser para un gobernante, bajo determinadas condiciones, un plus. El sólo hecho de conocer las pautas y códigos de la cultura islámica le evitará, sin duda, cometer errores semánticos como los que a granel cometía Bush, lesionando sentimientos y creando enemistades donde no había porqué tenerlas. A la inversa, el hecho de que un presidente norteamericano entienda las pautas de la cultura islámica, puede crear, sino amistades, por lo menos interlocuciones positivas, las que son tan importantes en la desactivación de conflictos. La promesa de ese nuevo puente no pasó quizás inadvertida a los jóvenes alemanes que vitoreaban a Obama.. Que esa promesa exista, no quiere decir por cierto, que deberá ser cumplida. Que Obama está mejor posicionado que sus antecesores para cumplirla es, por otro lado, innegable.
3. La “obamanía” no sólo es norteamericana y alemana. Probablemente, sin el fervor de los jóvenes alemanes, hay muchos habitantes de las naciones latinoamericanas que cifran esperanzas, muchas veces infundadas, en las posibilidades que abre su posible presidencia. La política es siempre representativa, y porque es representativa, es antropomórfica. El antropomorfismo es mucho más evidente en América Latina–territorio siempre fértil para mesianismos de todo tipo- que en otras regiones. Dicho antropomorfismo político suele expresarse en dos versiones: endiosamiento o satanización. Desde esa perspectiva, es innegable que Bush significa para muchos latinoamericanos la representación satánica de la política. Que ello sea así tiene que ver en gran parte con el hecho de que muchos académicos y políticos latinoamericanos construyeron sus formatos ideológicos durante el periodo de la Guerra Fría. Dichos formatos no sólo han sido mantenidos. Debido a situaciones históricas muy particulares, han continuado reproduciéndose a lo largo y a lo ancho del continente. La reproducción de los esquemas de la Guerra Fría tiene que ver también con la retórica del presidente Bush, la que también es un producto ideológico del periodo de la Guerra Fría. En cierto modo hay una sintonía entre el lenguaje belicista de Bush y la agresividad verbal supuestamente antiimperialista del presidente venezolano Chávez, para poner un ejemplo.
Hugo Chávez, Evo Morales y otros representantes de los socialismos nacionales (militares, etnicistas, etc) que han emergido en América Latina, han convertido a Bush en el blanco preferido de sus ataques verbales. Ello contrasta con la paradoja de que entre los gobiernos de la historia norteamericana, el de Bush ha sido uno de los que menos ha intervenido en Latinoamérica. Más aún, ningún gobernante norteamericano se ha dejado insultar de una forma tan soez y desmedida como lo ha hecho Chávez con Bush, sin dejar por eso EE UU de pagar puntualmente la cuota de petróleo que necesita el gobierno venezolano para financiar su absurdo “socialismo del siglo XXl”.
En cierto modo, ya ha tenido lugar una apertura política de los EE UU hacia Latinoamérica la que no ha encontrado resonancia porque, entre otras cosas, Bush, entre sus muchos olvidos, olvidó “poner en forma política” esa apertura, algo que no olvidaron ni Roosevelt con el New Deal, ni Kennedy con La Alianza para el Progreso, ni Carter con los Derechos Humanos. Obama, seguramente, tampoco olvidará ese detalle.
Con ello, esos gobiernos que sin tener ningún problema real con los EEUU, ni territorial, ni económico ni ideológico, y que han convertido a Bush en el blanco de sus ofensas sólo para justificar ideológicamente los desmanes antidemocráticos que planifican en sus respectivos países, deberán desactivar su discurso que menos que antiimperialista, es rabiosamente anti-norteamericano. Chávez sin Bush será así sólo la mitad de sí mismo.
Tanto los EE UU como Latinoamérica entenderán alguna vez que pese a las múltiples diferencias culturales que los separan, hay una comunidad de valores compartidos, valores que son al fin los del Occidente político. Obama podría construir ese último puente político, tan necesario para ambos continentes. Las condiciones, al menos, están dadas.
Por supuesto, Barak Obama no es el salvador del mundo. Probablemente realizará sólo una parte de su programa y sin dudas, cometerá, al igual que Bush, muchos errores. Su suerte –si es elegido- será quizás la de casi todos los gobernantes norteamericanos. Terminará el tiempo de su mandato –si es que no muere antes- en medio de crisis económicas, casos de corrupción, bochornos y escándalos. Pero al cabo de pocos años, la memoria histórica recordará sus hechos positivos y su imagen será restaurada. Como debe suceder en toda democracia.
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