¡Ojo con ‘Rigo’ Arias!
Se percibe en el ambiente nacional un ostensible y creciente desasosiego ante las pretensiones de don Rodrigo Arias de postularse, a troche y moche, como candidato presidencial por el partido Liberación Nacional para el período 2014-2018.
El temor se origina no solo en su forma desabrida de irrumpir en el escenario político, sino en la fuerte tufarada a clan político familiar que va dejando a su paso, en la irreprimible obsesión de poder que lo delata, y en ese estigma suyo de hombre acunado en la ortodoxia de los grandes negocios sin la menor sensibilidad social de nada, por más que ahora nos presuma de Gandhi.
Rodrigo sabe bien que en este momento tiene el ajedrez político a su favor y que no lo va a desaprovechar un ápice, pues a falta de una oposición unida o de algún contendiente que le enseñe el colmillo, su único escollo, que era la fecha de la convención del PLN, ya se lo acomodó a su mejor modo y conveniencia haciendo lo que él muy bien sabe hacer: guiñarle el ojo a alguien.
El resto será asunto de coser y cantar, pues con el camino allanado y sin nadie en el horizonte inmediato que lo desvele, llegará a los comicios y muy posiblemente al poder con la suculenta mesa electoral servida, a menos, claro está, de que haya alguna sorpresa de última hora y el antiarismo, que ya parece multitud, logre convencer a José María Figueres, o en su defecto a San Judas Tadeo, patrono de las causas perdidas, de que le salga al paso a Rigo con los tacos bien de frente.
Es tal la aprensión popular hacia Rodrigo que hasta los más viscerales opositores al PLN, en medio de su actual estado de invalidez, vejez y muerte políticas, adoptarían a ojo cerrado a Figueres como su candidato oficial así tengan que bajárselo como un trago amargo por el resto de sus vidas, antes que ver a Rigo Arias en Zapote haciéndonos girar como su nueva rueda de la fortuna.
Nadie olvida el episodio de Rodrigo en mayo del 2010 abriendo los fuegos de la política cuando ni siquiera doña Laura había probado el cojín de su silla de gobierno. Ese abusivo y repudiable irrespeto hacia la presidenta, hacia su partido, hacia su mismo hermano Óscar quien le había prestado a ella el peluche, y hacia su país, lo retrató desde entonces de cuerpo entero.
La torpeza, falta de tacto y menosprecio de que hizo gala al alterar un orden ético nacional establecido, lo descalifica de plano para liderar un país ávido de gente seria, creíble y responsable, porque si Rodrigo le pasa por encima de esa manera a su gente más entrañable, e incluso a la patria que dice amar, ¿de qué no será capaz con el ciudadano y con la suerte toda del país de llegar alguna vez al poder?
Esto, a todas luces, es un pésimo augurio pues con él podríamos estar ante alguien que, por su perfil emocional, esté urgido de poder, y quizá hasta de poder absoluto, como la única droga que le amanse el ego. ¡Parecido a su hermano Óscar… ávido siempre de reconocimiento público, espejos y ovaciones para poder mantener al tope sus niveles de autoestima! La diferencia entre ellos es apenas de matices, pues mientras este se mercadea como un humanista entregado a la paz del mundo, Rodrigo es, por excelencia, la gran máquina de hacer números.
De modo que como hombre pudiente forjado en la buena vida y el lujo (que no tiene nada de malo), Rodrigo pareciera concebir el poder político no necesariamente como el instrumento social al servicio del bienestar público, sino más bien del negocio privado al servicio de las élites en medio de la más fosforescente coreografía de influencias imaginable (que sí tiene todo de malo).
No de otra manera se explica uno la ansiedad suya por volar en la máquina del tiempo y llegar ya mismo a ese 8 de mayo del año 2014 para ostentar el supremo estrado de la república y sentirse, por fin, a sus anchas, no para acaudillar de corazón una causa nacional sino más bien como el magnate todopoderoso con mentalidad de corporación privada, transnacional o wall street tropical.
Su reciente propuesta para anticipar la convención del partido a contrapelo de los demás aspirantes verdiblancos, y que se le aceptó en menos de lo que aletea un colibrí, es parte de esa estrategia suya tan calculadora de ir decapitando a cuanto títere se le aparezca, en medio de pretextos tan jalados del pelo como el de guardarle la consideración a doña Laura y ahorrarle recursos al partido. ¡Según Tula!
Y si él le hace eso a sus compañeros y compinches de partido, entre otros cofrades, nos lo hará sin duda también a nosotros no bien saboree las mieles del poder precisamente ahí donde ya de por sí el clan Arias parece gozar de una insospechada red de influencias en instituciones públicas del calibre de la Asamblea Legislativa, del Poder Judicial (Sala Cuarta incluida) del TSE, de la CCSS, del ICE, la Contraloría, el Ministerio Público y otras, en detrimento, por supuesto, de los más sanos ideales y principios democráticos, si es que alguno sobrevive aún.
Pero, diay, al colapsar el ya precario tinglado político bajo el que nos acurrucábamos todos, y desplomarse por arrastre el sistema de pesos y contrapesos que medio nos mantenía en vilo, surgió de repente el gran vacío de poder que, ni lerdos ni perezosos, los Arias corrieron desalados a ocupar para amarrar así su dinastía tan eternamente como les sea posible.
Lo que sigue será ahora de cosmética pura. A sabiendas de que Rodrigo es tímido, frágil y nerviosón; de tics, pocas palabras y algo saltón, sus paramédicos de la imagen han volado a enseñarle cómo comportarse ante el público, ante las cámaras y ante la prensa. De ahí que ahora se le vea con otra apariencia gracias a esa cirugía política que se practicó y que, concebida solo para lucirla a las grandes masas, le permite, entre otros modales, ver, hablar, caminar y moverse con un carisma prefabricado (¿los habrá ya de silicón?), pero carisma al fin.
Esto, por cierto, tampoco nos da ninguna buena espina porque la fortuna que se debe estar dilapidando en esas veleidades de la imagen, nos evoca, en materia de gasto público, la fama de los Arias como especialistas en dejar mesas servidas de huesos con hormigas a sus sucesores, y a nosotros, los siervos de la gleba, si acaso de algún mendrugo.
En fin, hemos dejado de ser la patria pura y simple de otrora; la entrañable, la del cálido regazo, la madre grande de cuyo arrorró venimos. Ahora, en cambio, por fina cortesía de los políticos, somos La Patria S.A., la corporativa, la negociable, la del quién da más por ella…
De modo, costarricenses, que mucho ojo con Rigo y mucho ojo también con los demás aspirantes al poder, miembros activos del “Club de Lo Mismo Tirando a Peor”, principal detonante del coma político que nos tiene a todos como agua para chocolate.
ed@columnistaedgarespinoza.com