Con sus villancicos repasados, con sus karaokes trasnochados, con su “me dejó una chiva y una burra negra” y la consabida visita de la suegra, ¡por fin llegó diciembre!
Vestido de regalo y sin colillas, con amigos invisibles y enemigos visibles, lleno de bolsas recicladas y de buenas intenciones acumuladas, ¡por fin llegó diciembre!
Con las cajas de Tributación Directa, las indirectas de los marchamos, las de los impuestos municipales y las de varios comercios frotándose las manos, ¡por fin llegó diciembre!
Lleno de algarabía para los más chiquitos de casa, tal vez de nostalgias viejas para los abuelos y abuelas, de preguntas sin respuestas para los que espantaron a Cupido o tienen al pobre de San Antonio siempre cabeza abajo, ¡por fin llegó diciembre!
Pero llegó para todos, en los árboles inmensos de llamativas guirnaldas o en la ventanita humilde con lucecitas calladas.
Llegó porque celebramos el nacimiento de un Niño que cambió todo de la nada y que en un portalito oscuro, llenito de telarañas, nos abraza y nos sonríe, porque con su amor nos salva.