domingo, 4 de diciembre de 2011

Con sus ventoleros y su ‘pelillo de gato’; con sus ventanas plagadas de Colachos y los pasitos de yeso esperando a estrenarse en el suelo de alguna casa, ¡por fin llegó diciembre! Con su aguinaldo que se gasta antes de que llegue, en fardos de facturas que también lo esperan con ansias, con el poquito que queda para ajustar los tamales, los juguetes, los regalos, la cena y lo que pida la garganta, con ese sabor tan nuestro que hay que esperar un año, ¡por fin llegó diciembre!


Con sus villancicos repasados, con sus karaokes trasnochados, con su “me dejó una chiva y una burra negra” y la consabida visita de la suegra, ¡por fin llegó diciembre!
Vestido de regalo y sin colillas, con amigos invisibles y enemigos visibles, lleno de bolsas recicladas y de buenas intenciones acumuladas, ¡por fin llegó diciembre!
Con las cajas de Tributación Directa, las indirectas de los marchamos, las de los impuestos municipales y las de varios comercios frotándose las manos, ¡por fin llegó diciembre!
Lleno de algarabía para los más chiquitos de casa, tal vez de nostalgias viejas para los abuelos y abuelas, de preguntas sin respuestas para los que espantaron a Cupido o tienen al pobre de San Antonio siempre cabeza abajo, ¡por fin llegó diciembre!
Pero llegó para todos, en los árboles inmensos de llamativas guirnaldas o en la ventanita humilde con lucecitas calladas.
Llegó porque celebramos el nacimiento de un Niño que cambió todo de la nada y que en un portalito oscuro, llenito de telarañas, nos abraza y nos sonríe, porque con su amor nos salva.

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