Mario Machado
Psicólogo
La violencia social es hoy en día una situación que preocupa más y más en todo el mundo. Los sociólogos intentan encontrar las razones de este fenómeno: ¿Por qué a pesar de todos los adelantos que la humanidad ha logrado, la violencia entre las personas y en el interior de las familias no se puede eliminar?
Se han desarrollado muchas y muy interesantes teorías que de alguna manera, intentan explicar el fenómeno desde lo sociológico y psicológico. Pero lo cierto es que las manifestaciones de violencia no ocurren en el vacío, sino que son fenómenos que se dan como fruto de un aprendizaje. Por más extraño que esto suene, estas manifestaciones se van incorporando en las personas desde la primera infancia.
Desde que nacemos estamos incorporados en una red social portadora y perpetuadora de principios culturales e ideológicos. Y es precisamente en el seno del contexto familiar donde estos elementos se transmiten de generación en generación. Esto significa que estamos inmersos en una red de significados. Es decir, que cada manifestación humana tiene un sentido y un significado. La violencia social y familiar son reflejos de sí mismas, se retroalimentan entre sí y modelan a las nuevas generaciones formas competitivas de vivir carentes de solidaridad. Manifestaciones deshumanizantes que revelan el enojo y la ira interna no elaborada, de personas heridas en su niñez y que, lamentablemente, hoy repiten en otros la agresión sufrida.
La mayoría de las personas de alguna u otra manera han sido heridas y tienen un cierto nivel de enojo interno. Pero en algunos casos ese enojo se vuelca sobre los demás en una búsqueda fantasiosa de calmar el dolor o frustración interno. Es por eso que muchas personas lastimadas en su infancia, ahora hieren a otras y, lamentablemente, por lo general lo hacen a las personas más cercanas a ellas mismas. En otros casos, la violencia no se expresará abiertamente hacia otras personas pero sí contra ellas mismas como expresión del enojo interno en lo que se llama manifestaciones o conductas autodestructivas. El clímax de estas manifestaciones es, por un lado, la violencia social, y por otro la violencia intrafamiliar y contra sí mismo.
La violencia social se manifiesta entre otras formas en la intolerancia hacia los demás miembros de una sociedad; ya sea a través de manifestaciones de violencia por acción o por omisión. En el primer caso podemos mencionar la agresión abierta hacia el prójimo y, en el segundo caso, la actitud de desinterés o pretendida ignorancia del sufrimiento de los demás.
En el caso de las familias con manifestaciones violentas, estas se dan hacia nuestro “próximo” o ser cercano, cumpliendo con el fatídico acto de lastimar a quien se tiene que amar, como son los casos de agresión en la pareja y/o niños. También la agresión puede ser por acción (como la violencia directa anteriormente mencionada) o por omisión como puede suceder en casos de abandono de familiares que no cuentan con los recursos básicos de sobrevivencia (por ejemplo.una persona anciana desvalida por edad o salud).
La paradoja de este fenómeno es que tanto la sociedad como la misma familia pueden ser los formadores de nuevas generaciones agresoras. Esto se da a través del fenómeno conocido originalmente como “teoría del aprendizaje social” elaborada por Bandura y su equipo de investigadores (Bandura 1973) Es decir que las manifestaciones tanto de amor como las violentas se modelan. El niño aprende en el contexto social y familiar (Jennigs, B. y Zillman, D. 1996) como expresar los afectos ya sean constructivos (positivos) y los destructivos (negativos)
Esto es porque toda manifestación humana es un mensaje en sí mismo. Cada sociedad y familia tienen un discurso hablado o actuado que está cargado de significado en sus representaciones. Por ejemplo el fenómeno conocido como “patriarcalismo”( popularmente “machismo”) se suele manifestar a través del dominio, control y la misma violencia que ejerce el más fuerte sobre el más débil. La nación más poderosa sobre la más débil, la persona más fuerte sobre la débil. Detrás subyace el significado de poseer, controlar y dominar (Andolfi., M. y Angelo, C.1989).
Existe una interacción o retroalimentación entre la sociedad y la familia de elementos positivos como negativos. El niño ve cómo en su casa se vive y se expresa el amor, el enojo y la comunicación en general. Pero también lo ve en su contexto social. Los medios masivos de comunicación por su lado, tienen un protagonismo clave en la formación de la conciencia del menor. En el contexto social y familiar se modela el odio o la tolerancia. Si un adulto por ejemplo acostumbra a descargar su frustración a través de manifestaciones de violencia golpeando paredes, personas o a través de los más variados “berrinches”, el niño “actuará” lo mismo, es decir, que para él será una reacción normal ante la frustración.
Es común que, aunque a un niño le disguste mucho, o incluso odie, cierto actuar en su padre o madre, tienda a repetirlo, de igual forma o aún peor, cuando sea grande. El modelo del adulto con sus significados se “introyecta” dentro de sí mismo por medio de un complejo proceso psíquico, relacionado también con el mecanismo identificación con los padres y, luego en la medida que el menor crece lo actúa como algo natural aunque paradojal. De tal manera que es tan común encontrar personas con problemas de alcoholismo, que odiaban ver a sus padres abusar del licor cuando eran niños. O que sufrían tanto porque su padre agredía a su mamá pero que, curiosamente, al llegar a ser adulto, repite la misma conducta agresiva con su propia esposa (en este caso existe una identificación con el padre en el desprecio hacia lo femenino).
¿Por qué se da esta paradoja? ¿Por qué lo que un niño odia tanto, luego cuando adulto lo repite una y otra vez? La respuesta está en los significados que las manifestaciones violentas encierran en sí mismas. Por ejemplo, algunos teóricos dirán que es fruto del complejo de inferioridad que experimenta inconscientemente el agresor y que a través de la manifestación violenta busca compensar su sentimiento de inferioridad. Otro diría que es por la necesidad de tener el control sobre la otra persona. O que la agresión es fruto del enojo interno y las heridas no sanadas del pasado y que le lleva a descargar sobre otras personas su enojo.
No importa cual es la razón ya que lo más probable es que esas e incluso otras que se podrían mencionar, pueden ser las causales de la violencia familiar y social. Lo que sí importa es que el crecimiento humano viene cuando nos damos cuenta que lo que se creía normal (en este caso las manifestaciones violentas) no son sanas sino que revelan que la persona está emocionalmente dañada. Lo más difícil de todo esto es que las personas tienden a negar que están mal y solo después de muchos problemas en la vida se deciden a buscar ayuda. Un joven comentaba que luego de haber arruinado tres noviazgos por culpa de su agresión recién ahora reconocía que tenía un problema, y que veía en su conducta la forma de actuar de su padre que tanto odió cuando niño.
El camino que ofrece tanto la espiritualidad como la psicología para superar estas actitudes es muy similar en varios aspectos.
• Primero reconocer que tenemos un problema y que solos no podemos solucionarlo.
• Segundo, necesitamos la ayuda de Dios y de otras personas capacitadas para superar la obsesión por controlar a los demás.
• Tercero, se requiere perdonar a quienes nos lastimaron en el pasado y que de alguna manera nos modelaron una forma de vivir agresora.
• Cuarto pedir perdón y cambiar nuestra forma de tratar a quienes hemos dañado.
• En quinto lugar cambiar nuestra forma de ver la vida y a uno mismo, donde ahora el valor personal radica en la capacidad de amar y poder servir más, que en controlar y dominar.
• Ser parte de un grupo que encarne el respeto y la solidaridad.
Para la persona dispuesta a cambiar, el reto es disponerse a modelar algo diferente al comportamiento deshumanizante de la agresión. El compartir y dialogar en lugar de la imposición. Cómo manejar el enojo sin agredir o agredirnos; cómo tolerar las diferencias y tantas otras actitudes positivas que traerían como resultado un cambio no sólo en nuestras vidas, sino que marcaría un modelo de ser ante la vida, a las generaciones que nos observan y aprenden de nosotros; en síntesis, un modelo caracterizado por la capacidad de amar y de solidaridad.
Andolfi., M. y Angelo, C.(1989) "Tiempo y Mito en la psicoterapia familiar". Buenos Aires; Paidós.
Bagarozzi, D. y Anderson, S. (1996) "Mitos personales, matrimoniales y familiares. Formulaciones teóricas y estrategias clínicas" Barcelona, Paidós.
Freud, Anna: El desarrollo del niño, Ed. Paidós Ibérica, Barcelona, 1980.
Freud, Sigmund: Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte. Obras Completas, Tomo VI, Ed. Alianza, Madrid, 1985.
Jennigs, B. y Zillman, D. (Comps.), Los efectos de los medios de comunicación. Investigaciones y teorías, Paidós, Barcelona, 1996,
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