martes, 14 de febrero de 2017

Centroamérica amenazada. Por Venezuela podrían empezar a salir armas a granel, incluso de calibres pesados POR PABLO BARAHONA KRUGER La combinación de sucesos que la historia colombiana y venezolana viene tejiendo es tan peligrosa como obvia. Tanto que sorprende la candidez con que la inmensa mayoría de centroamericanos prefieren seguir viendo hacia otro lado, como pretendiendo que la hierba mala deja de crecer mientras dormimos. Y no es que sea nuevo que en estos países del cinturón continental, incluido el nuestro, a las noticias internacionales se preste entre poquísima y nula atención. Esa apatía no sorprende. Aquí las noticias giran en torno a sucesos y deportes con uno que otro escandalillo criollo y los típicos evidenciamientos de la subadministración pública, que se suceden como la mejor prueba de que el subdesarrollo es primero cultural y político. Solo después, económico. Cuando en El Salvador la guerrilla soltó las armas no fue para embodegarlas. De un pésimo registro, sucedido por muy “buenos” negocios, surgieron las maras. O es que alguien piensa lombrosianamente que las pandillas en esos países son producto de la maldad ingénita de una juventud perdida y sin cura. Al firmarse los acuerdos de paz, el poder de fuego no fue monopolizado por el Estado, así como tampoco fueron ocupados los espacios públicos por la cultura, la educación, la salud y el trabajo. Todo siguió igual. O más bien, debe decirse, ajustando la mira: todo siguió desigual.




OPINIÓN
Centroamérica amenazada
ACTUALIZADO EL 11 DE FEBRERO DE 2017 A LAS 12:00 AM
Por Venezuela podrían empezar a salir armas a granel, incluso de calibres pesados
POR PABLO BARAHONA KRUGER
La combinación de sucesos que la historia colombiana y venezolana viene tejiendo es tan peligrosa como obvia. Tanto que sorprende la candidez con que la inmensa mayoría de centroamericanos prefieren seguir viendo hacia otro lado, como pretendiendo que la hierba mala deja de crecer mientras dormimos.
Y no es que sea nuevo que en estos países del cinturón continental, incluido el nuestro, a las noticias internacionales se preste entre poquísima y nula atención.
Esa apatía no sorprende. Aquí las noticias giran en torno a sucesos y deportes con uno que otro escandalillo criollo y los típicos evidenciamientos de la subadministración pública, que se suceden como la mejor prueba de que el subdesarrollo es primero cultural y político. Solo después, económico.
Cuando en El Salvador la guerrilla soltó las armas no fue para embodegarlas. De un pésimo registro, sucedido por muy “buenos” negocios, surgieron las maras. O es que alguien piensa lombrosianamente que las pandillas en esos países son producto de la maldad ingénita de una juventud perdida y sin cura.
Al firmarse los acuerdos de paz, el poder de fuego no fue monopolizado por el Estado, así como tampoco fueron ocupados los espacios públicos por la cultura, la educación, la salud y el trabajo. Todo siguió igual. O más bien, debe decirse, ajustando la mira: todo siguió desigual.
A los guerrilleros no se les resocializó, ni se reculturizó para la paz. Mucho menos se redistribuyó la riqueza. Al contrario, en Centroamérica, la regresividad es lo único que es progresivo.
Triángulo de muerte. Hoy ese país conforma con otro dos de dramática historia (Honduras y Guatemala), un triángulo de muerte. Y aunque ellos prefieran hablar de “triángulo del norte” al acudir a Washington a estirar la mano, en Honduras el desangre es tal, que se pelea el campeonato mundial de muertes civiles con Venezuela y Siria. Y eso hay que detenerse a pensarlo, para poder digerirlo y no solo leerlo al pasar. No es una comparación elocuente. Es una tragedia dantesca por donde se le mire.
Este recuento pasmoso debería bastar para que los Centroamericanos asumamos realidades.
Los términos en que en Colombia se vienen “desarmando” grupos armados vinculados al crimen organizado, por lo pronto las FARC y tal vez después otros, debería encender todas las alarmas.
En Colombia no habrá paz definitiva ni duradera, mucho menos completa, hasta que no se aborde seriamente el problema de las bandas criminales, que son miles. No cientos sino miles y se extienden por todo el territorio colombiano y con tentáculos transnacionales, como nos consta a todos los centroamericanos ya a estas alturas.
Solo basta imaginar a las aproximadamente tres mil bandas organizadas en Colombia, absorbiendo hombres y armas de la soldadesca seudorevolucionaria con la que ya de por sí tienen relaciones multidireccionales desde hace décadas.
Este coctel incendiario que se viene cociendo a fuego ya no tan lento al sur del Darién engarza con lo que viene sucediendo en Venezuela, por donde podrían salir muchas de esas armas que ni Colombia ni Naciones Unidas están en capacidad de contener dentro del territorio colombiano, ya sea para armar a las milicias que en los barrios venezolanos cerrarán filas detrás del gobierno chavista, cuando ese caldero en que se ha convertido el país de Bolívar termine de implosionar. Y eso es cuestión de tiempo.
Desorganización. Siendo por Venezuela, y ya no solo desde la costa pacífica colombiana, por donde pronto podrían empezar a salir armas a granel, incluso de calibres pesados, con rumbo a Centroamérica.
Ningún Estado centroamericano está preparado para eso. Mucho menos Costa Rica, sin ejército y fronteras abiertas en la práctica.
Pero lo que termina de inflamar esa combinación de factores tan indeseables como innegables, es que Centroamérica sigue desunida y desorganizada. Ordenar el Sistema de Integración Centroamericana es más difícil que un arreo de gatos. El distanciamiento entre países como Guatemala y Belice o Costa Rica y Nicaragua lo complica todo aún más. Mucho más.
Así que a todas las desgracias que vienen sucediéndose y todas las mañanas nos obligan a escurrir la sangre del periódico mientras nos percatamos que los sicarios, tumbonazos, capos, ajustes de cuentas, el lavado de activos y hasta los silencios cómplices se implantaron en nuestra realidad, nuestro lenguaje y ya son parte de nuestra cultura.
¿Será que Costa Rica ya se acostumbró a la violencia? ¿Será que Centroamérica no se percata de la amenaza? ¿Será?
El autor es abogado constitucionalista.


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