Los triunfos de nuestra Selección Nacional han desbordado la alegría del pueblo costarricense. Las celebraciones han sido apoteósicas. Las camisetas rojas han llenado nuestras calles. Las banderas patrias han pintado todo el mapa de nuestro país. La emoción de los últimos penales del domingo, estalló en el frenesí de todas las mujeres y todos los hombres de Costa Rica. La ilusión se encendió por todos los barrios.
Lo extraño es que los goles mundialistas provocaron cientos de agresiones dentro de las casas costarricenses. ¿Qué pasó? ¿Por qué los hombres celebraron golpeando a sus compañeras? ¿Qué provocó el desenfreno de esos instintos primitivos? Parece absurdo que la alegría futbolera lleve a muchos machos criollos a convertirse en fieras contra las mujeres. ¿Cuál es la explicación? Mucha cerveza y mucho guaro. Mucho machismo recalcitrante. Cobardía.
¿Qué dirán los psiquiatras? ¿Qué dirán los sociólogos? Es muy difícil comprender el desencadenamiento de esas conductas salvajes que atascaron las líneas del 911. Centenares de mujeres golpeadas para celebrar el éxito del futbol nacional. Es realmente estúpido que esto suceda. ¿Qué tara social se activó en las mentes de los aficionados las ganas de darle trompadas y patadas a sus esposas? Un terremoto moral sacudió nuestras ciudades.
La violencia acumulada por nuestra patriarcal sociedad, se desbordó con el éxtasis mundialista. La triste cifra de chiquitas y chiquitos -víctimas de agresiones maternales y paternales- atendidos en el Hospital Nacional de Niños en el primer semestre de este año, se incrementó en un cincuenta por ciento con relación al mismo período del año anterior. ¿Qué está pasando en nuestras familias? Los pediatras diferencian la negligencia de las agresiones directas. Está bien, pero al fin y al cabo son dos formas de la misma crueldad. Inaceptable.
Nuestra sociedad está enferma. Muy enferma. Los niveles de violencia siguen creciendo y los políticos ni siquiera se preocupan por buscar una explicación racional y no mueven ni un dedo para enfrentar la crisis. No les importa.
Mañana, después del partido contra Holanda, los agresores con camiseta roja volverán a atacar a sus parejas, a sus niñas y a sus niños. Horror. Independientemente del resultado del encuentro, cientos de nuestros hogares recordaran ese partido con moretones y cicatrices imborrables.
Nuestro pueblo necesita reencontrarse. La violencia atroz que nos destruye día a día, exige una respuesta clara y tajante de los gobernantes. No podemos seguir siendo los cómplices mudos y cobardes de unos cuantos salvajes.
La peste del irrespeto a los derechos humanos se desparrama por miles de nuestras casitas y ningún miembro de los supremos poderes dice nada. ¿Qué pasa? ¿Por qué tanta cobardía política?
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