Un Mensaje a la Conciencia
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Se cuenta que un grupo de ex alumnos con carreras profesionales ya avanzadas se reunieron para visitar a uno de sus antiguos profesores favoritos. Al rato, la conversación se convirtió en quejas acerca de las presiones que sentían en el trabajo y en la vida diaria. Luego de ofrecerles café a todos, el profesor fue a la cocina y volvió con una cafetera grande y un buen surtido de tazas. Traía tazas de porcelana, tazas de plástico, tazas de cristal —algunas ordinarias, otras costosas, e incluso otras muy finas—, en las que les invitó a sus alumnos a que se sirvieran el café. Cuando todos terminaron de servirse, el profesor les dijo: «¿Se dieron cuenta de que escogieron todas las tazas finas y costosas, y rechazaron las ordinarias y baratas? Si bien es normal que cada uno quiera lo mejor para sí mismo, esa actitud contribuye a que sus problemas y sus presiones aumenten. »Tengan por seguro que la taza misma no le añade calidad alguna al café. En la mayoría de los casos, simplemente cuesta más, y en algunos casos la taza hasta oculta lo que bebemos. En realidad, lo que ustedes querían era el café y no la taza, y sin embargo cada uno seleccionó una de las mejores tazas y luego comenzó a mirar las tazas de los demás. »Pues bien, consideren esto: La vida es el café, y las tazas son las profesiones, los puestos y el dinero. Esos no son más que los envases de la vida. La clase de envase que tengamos no define ni altera la calidad de vida que llevamos. Cuando nos concentramos únicamente en la taza, dejamos de disfrutar del café que Dios nos ha provisto.» Lo cierto es que aquel profesor les enseñó a sus ex alumnos esencialmente lo mismo que les enseñó Jesucristo a sus discípulos en el Sermón del Monte. «No se preocupen por su vida, qué comerán o beberán; ni por su cuerpo, cómo se vestirán —les dijo Jesús—. ¿No tiene la vida más valor que la comida, y el cuerpo más que la ropa? Fíjense en las aves del cielo: no siembran ni cosechan ni almacenan en graneros; sin embargo, el Padre celestial las alimenta. ¿No valen ustedes mucho más que ellas? ¿Quién de ustedes, por mucho que se preocupe, puede añadir una sola hora al curso de su vida? »¿Y por qué se preocupan por la ropa? Observen cómo crecen los lirios del campo. No trabajan ni hilan; sin embargo, les digo que ni siquiera Salomón, con todo su esplendor, se vestía como uno de ellos. Si así viste Dios a la hierba que hoy está en el campo y mañana es arrojada al horno, ¿no hará mucho más por ustedes, gente de poca fe? Así que no se preocupen diciendo: “¿Qué comeremos?” o “¿Qué beberemos?” o “¿Con qué nos vestiremos?”... Más bien, busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas. Por lo tanto —concluyó Jesús—, no se angustien por el mañana....»1 Pongamos en práctica esta enseñanza de Cristo parecida a la del profesor de la anécdota. No dejemos de disfrutar del café que Dios nos ha preparado, cualquiera que sea la taza en la que nos toque servírnoslo. Después de todo, la calidad de vida que llevamos no depende del envase. | |||||||
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