Columna “Pensamiento Crítico”
El pasado 8 de diciembre se reunió Oscar Arias en su casa de San José con sus colegas derechistas y pro-golpistas militares: el presidente Martinelli de Panamá y el recién "electo" de Honduras, Pepe Lobo, con el propósito inmediato de iniciar una cruzada internacional por el reconocimiento de éste último como si fuera legítimo mandatario de su país, decretar una amnistía y encubrir el golpe de Estado. Así pretenden ponerle fin a la mayor crisis hemisférica de las últimas décadas iniciada con el derrocamiento del presidente Zelaya, con una siniestra fórmula que implica consentir y dar reinicio al período dominado por una larga serie de inhumanas dictaduras derechistas que fueron impulsadas en los años 1960-80 por Washington, bendecidas por los organismos financieros internacionales, y apoyadas por las clases dominantes locales a las que siempre interesa tener a mano instrumentos de fuerza para desbaratar la insurgencia popular de cualquier signo que sea.
Pero hay más que dejó entrever el cónclave de San José. Primero recordemos que los llamados regímenes “burocrático-militares” solo fueron desbancados tras largos y penosos años de lucha por fuerzas democráticas que hicieron posible el ascenso de movimientos, partidos y gobiernos de centro-izquierda desde los años de 1990; unos reformistas, blandos con el neoliberalismo y el imperialismo estadounidense (como los de Lula, Tabaré y Bachelet), y otros más contestarios, anti-capitalistas y anti-yanquis (como los de Chávez, Evo y Correa). Y es esta nueva ola insurgente – en la que intentó colarse el presidente Zelaya y sus seguidores- a la que sin duda tienen en la mira los mandatarios derechistas orquestados por Arias y alentados por la diplomacia de doble vía del Departamento de Estado y el Pentágono (el “smart power”), puesta al servicio de una poderosa contra-ofensiva derechista en pleno desarrollo.
Por un lado, lo sucedido en casa de Arias (inexplicablemente un premio Nobel de la paz) es una descarada maniobra para lavarle la cara al golpe militar, a la oligarquía retrógrada y a los violentos gorilas hondureños violadores de derechos humanos que actuaron siempre con la venia y ayuda poco disimulada de Washington para sacar a Zelaya del poder. Por otro, es ante todo un intento por colocar al triunvirato derechista como puntal de una salvaje contra-ofensiva de derechas, montada para atacar a los sectores progresistas de izquierda de todo el hemisferio; los que, por cierto, enfrentarán duros retos electorales y de capeo de la crisis global en los próximos dos años.
En cuanto a Centroamérica se refiere, la reunión de Arias, Martinelli y Lobo anuncia la formación de un bloque de poder derechista y reaccionario, el cual se moverá tanto para neutralizar la influencia de Venezuela y Cuba, como para poner sabotear a los gobiernos izquierdistas de El Salvador y Nicaragua, y atraerse al zigzagueante y debilitado de Guatemala, al que todavía algunos consideran como de tinte socialdemócrata. Asimismo, mancomunará nexos y estrategias contrainsurgentes y de libre comercio con la llamada “seguridad democrática”, promovida por los gobiernos corruptos y proimperiales de Calderón en México y de Uribe en Colombia en el marco del llamado “Plan Mérida” (derivado del “Plan Colombia”), aprobado y financiado por Washington para trazarle la línea al ALBA en su patio trasero mesoamericano y caribeño, blindar militarmente los acuerdos de libre comercio, y minar los esfuerzos de integración regional Centro y Suramericana.
Lo que resulta sorprendente es ver a la desarmada y pacífica Costa Rica y a su presidente en este tipo de peligrosas compañías, por tanto en medio de componendas belicistas y de clara tendencia autoritaria y antidemocrática bajo las cuales se lanza la mencionada contra-ofensiva. Claro, algo sorprendente, pero solo a los ojos de quienes no han seguido de cerca la trayectoria política de Arias, ni se han dado cuenta de que es un peón autocrático e imperial con piel de oveja socialdemócrata.
En efecto, Arias finge ser un líder progresista de la socialdemocracia de “tercera vía”; pero su gestión de gobierno - tanto la de su primera como segunda administración a partir del 2006- tuvo y tiene claros visos neoliberales calcados del FMI, la OMC, el Banco Mundial, el Consenso de Washington y el de Davos. Y solo es demócrata en apariencia, ya que gobierna actualmente bajo un esquema autoritario y despótico por él llamado “dictadura en democracia”. Con éste, ha logrado quebrar la división de poderes del Estado, forjar un ilegítimo matrimonio entre éste y los intereses empresariales y globalistas privados, y aprobar fraudulentamente, con injerencia directa de Bush, un tratado de libre comercio con EEUU y el resto de Centroamérica en el 2007 dejando a Costa Rica como protectorado yanqui. Por todos los medios había buscado congraciarse con la Casa Blanca de Obama y los Clinton, hasta que le cayó, como anillo al dedo, el golpe en Honduras y el lanzamiento de la ola imperial contrainsurgente para colmar sus infinitas ansias de protagonismo; lo mismo que ver si logra colocar a Laura Chinchilla, su candidata, en la silla presidencial; pues con ella aspira a seguir gobernando entre bambalinas y prestando nuevos servicios al imperio. Intentará también reinar sobre Centroamérica, poniéndose él en primera plana como líder del bloque regional derechista y comprometiendo a Costa Rica - la otrora Suiza centroamericana- como agente en las operaciones de contrainsurgencia dirigidas desde Washington contra todos los sectores y gobiernos progresistas latinoamericanos, con lo cual el premio Nobel de la Paz la llevará de cabeza a la vorágine de los nefastos conflictos y guerras que se avecinan. Vaya contradicción
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