Nadie puede dudar de que se hayan empleado todos los recursos accesibles a la comunidad internacional para revertir el golpe de estado en Honduras. Presidentes de aquí y acullá han andado llevando y trayendo mensajes y empleando, desde la retórica hasta la grave admonición para intentar que las partes en conflicto en Honduras lleguen a una solución pacífica de la situación creada por la intransigencia del Presidente Zelaya y el posterior golpe de estado que lo echó de su país.
Desafortunadamente, el impasse persiste y cada día que pasa se crean realidades que indican que quienes se instalaron en el poder en Honduras y tienen a su disposición, tanto la maquinaria del estado, como el ejército, no están dispuestos a aceptar el retorno del depuesto presidente.
En esta tercia de poderes, afloran las pasiones y la desesperación. El Presidente Zelaya intenta ahora entrar a Honduras, a través de la frontera con Nicaragua. Uno no puede menos que pensar en las consecuencias que esto tendrá tanto para él como para quienes lo acompañan. ¿Tendrá sentido este proceder? Es muy claro que los actuales poderes del gobierno hondureño no están dispuestos a devolverle el poder.
El gesto de Zelaya, entonces, de marchar hacia Honduras, ¿significa acaso que lo que no pudo conseguir por las buenas, lo intentará “por las malas”? Si es así, es obvio que está contando con algo más que con la ayuda de su estatura y su sombrero y es allí donde se encuentra el peligro más serio de este conflicto y su potencial de convertirse en una situación cruenta, pues si el ejército hondureño ya fue una vez a la guerra con El Salvador por un partido de fútbol, no extrañaría que se lanzara contra Nicaragua por un sombrero.
De modo que, si el método de los militares para sacar a Zelaya fue criticable, también lo es esta demostración de temeridad del depuesto Presidente, al desafiar un ejército y la orden de arresto de la Corte Suprema de su país.
Por otro lado, la licencia de Daniel Ortega para que Zelaya monte su “escudo humano” desde territorio nicaragüense, parece indicar que, tanto él como el Presidente Chávez consideran que deben darle una “lección ejemplar” a los militares hondureños o a quienes pretendan seguir sus pasos, de modo que quede claro que un presidente democráticamente electo no puede ser detenido, ni aún cuando viole todos los procesos constitucionales de su país.
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