Costa Rica: ¡Éramos muchos y parió la abuela!
El incidente se refiere a que altos miembros del DIS se aprovecharon de instrumentos propios de las funciones a su cargo para vulgarmente “estafar” a personas inocentes
Este dicho popular se utiliza, por lo general, para señalar que un fenómeno sobrepasó cualquier expectativa esperada, y en la mayoría de los casos su uso se refiere a situaciones en que algo malo sobrepasa sus fronteras y se convierte en pésimo. Es decir, tiene una connotación negativa con tintes de desesperación.
En esta oportunidad deseo utilizarlo como título de estas reflexiones, ya que encaja perfectamente en la situación última que se agrega a la larga lista de las barbaridades del presente gobierno. ¡Y no me vengan a decir que la máxima autoridad no tiene responsabilidad alguna por las acciones de sus subalternos! Quedemos claros en ello. Es un principio básico y elemental en la administración que los superiores son responsable directa o indirectamente de las acciones de sus subalternos. Y en el caso que nos ocupa, por lo delicado de la naturaleza de sus actividades, es más que evidente que quienes integran el organismo en donde se sucedieron los hechos delictivos laboran de forma cercana y estrecha con el Ministro de la Presidencia y el Presidente mismo.
Me refiero al escándalo de la Dirección de Inteligencia y Seguridad (DIS), de la Presidencia de la República.
Ya pasaron los tres días durante los cuales todo el mundo hace un escándalo, se rasgan las vestiduras, se cubren de ceniza el pelo, ¡y no hacen nada! Como es común en Costa Rica, en donde todo escándalo dura exactamente eso, y después se olvida. Pero sinceramente creo que éste tiene ribetes de extrema gravedad y por ello no debería olvidarse tan alegremente.
El incidente se refiere a que altos miembros del DIS se aprovecharon de instrumentos propios de las funciones a su cargo para vulgarmente “estafar” a personas inocentes, sustrayendo de sus cuentas bancarias fondos hasta, por lo que se sabe, un monto de doscientos millones de Colones (aproximadamente unos cuatrocientos mil dólares). Y para ello utilizaron claves de las que sutilizan para “espiar” a posibles enemigos del Estado, terroristas, y narcotraficantes. Instrumentos de uso peligrosísimo cuando se encuentran en poder de personas de dudosa integridad moral y sin atisbo alguno de ética profesional,y que no deberían aplicarse excepto cuando un juez lo autoriza debidamente. ¡Pero acá no, se usan de la manera más alegre que se puedan imaginar, y se ponen en manos de quién sabe qué facinerosos incorporados a las planillas de la Presidencia de la República!
Pero detrás de ello está lo más importante. El delito fue identificado, los delincuentes apresados, y deberán ser sometidos a la justicia, como corresponde. Sin embargo, la forma “ligera”, para decir lo menos, en que la Presidencia de la República (Presidente, Ministro y Viceministro de la Presidencia) encargó a estos personajes funciones tan delicadas como es la seguridad del Estado, la ausencia total de supervisión sobre ellos, y luego el silencio culpable en que se ampararon dichos funcionarios (los grandes) cuando se conocieron los delitos, y la manera descarada en que la fracción oficialista en la Asamblea Legislativa sepultaron todo bajo un manto de silencio, es realmente sospechosa.
Ya se decía, cuando la campaña a favor y en contra del Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos de América, aunque también quedó en la bruma del olvido, que la DIS intervenía de alguna forma los cuarteles de la oposición.
En otras palabras, la aplicación de las tácticas de miedo y amedrentamiento de ciudadanos que ejercían sus legítimos derechos, siguiendo a pies juntillas las recomendaciones del exvicepresidente Casas y el diputado Sánchez, que se aferra a su curul luego del vergonzoso escándalo, como mono en medio de un ventolero. Es decir, no tuvo la vergüenza mínima de renunciar a su cargo, como lo hizo el vicepresidente.
¿Es que la legislación sobre el tema, si es que existe, es blanda, incompleta, absurda, o no existe del todo?
Ya veremos cómo este escándalo, cuyas dimensiones debería ponernos a pensar, pues detrás del latrocinio está el, al parecer, uso indiscriminado de los mecanismos electrónicos que se utilizan para intervenir en la privacidad de los ciudadanos, se olvidará como la mayoría de las barbaridades que hemos contemplado durante estos tristes años de la “dictadura en democracia”, como la calificó el mismo presidente de la república.
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