jueves, 17 de julio de 2008

Cambio climático: Un desafío ético Rolando Araya Monge



Discurso presentado en el XXIII Congreso de la Internacional Socialista.

Julio 2008

Este tema ha figurado en varias de las últimas reuniones de la Internacional Socialista. Y me alegro constatar que en cada reunión, los aportes son de mayor calidad y se logra mayor profundidad en un tema tan importante como este.

En efecto, me parece que las cosas se han puesto en su justa dimensión, de acuerdo con una valoración cabal de la gravedad de esta crisis. Esto es realmente importante, pues la humanidad no había estado, en toda su historia, ante un desafío de mayores proporciones. El carácter planetario y la magnitud de la crisis nos obligan a analizar esto teniendo presente que no se trata de algo simple, que pueda ser arreglado con medidas corrientes.

El cambio climático nos plantea algo que ya no puede verse como un tema ideológico, o un tema técnico. Dado el peligro que plantea y el hecho de que estemos pensando que sus consecuencias pueden llegar a extinguir la humanidad, eso lo lleva a la dimensión ética, al campo moral. En efecto, ya esto no puede verse como una cuestión ideológica, como afirmaron por mucho tiempo los sectores más conservadores. Ni puede verse siquiera como un tema relacionado con cambios tecnológicos. La rapidez con que avanza el peligro y las amenazas que entraña nos colocan ante un dilema ético, un desafío moral.

Y bien, con las intervenciones que se han producido hoy, podemos sacar ya otras conclusiones. Esta es la primera manifestación de la insostenibilidad del sistema económico vigente en el mundo, o mejor dicho de la teoría económica que le da sustento. Ya hemos valorado las lacras sociales como consecuencia de la aplicación de una particular concepción económica, prácticamente irrebatible, como una trampa en la que hemos caído con frecuencia. El carácter múltiple de la crisis nos muestra señales suficientes para decir que se trata de la insuficiencia, o mejor dicho de la falsedad de la teoría económica que subyace en todo esto. Bien hizo Göran Persson con recordarnos algunos conceptos básicos del pensamiento político, de la lógica socialdemócrata para emprender las acciones necesarias.

En efecto, una crisis por el calentamiento global, por el cambio climático, está relacionada con otra crisis en el campo energético, además de una crisis alimentaria, lo cual se conecta de varias maneras con la crisis financiera global. Es una crisis con varios frentes, pero un solo origen.

Y esto se agrava con otro aspecto del cual no hemos hablado: la crisis de fertilizantes. Los agricultores han venido constatando los súbitos aumentos de precios en los fertilizantes químicos. Y esto, como señaló Jeremy Rifkin, está relacionado con el tema petrolero. Pero no es solo eso. Según informaciones, empieza a darse una escasez de fuentes de fósforo. Los precios de las fórmulas altas en fósforo están galopando. Y esto nos coloca otro escenario donde podemos ver el tamaño y las consecuencias de la crisis actual. Según los analistas más informados, la humanidad logró pasar de 1700 millones de habitantes en 1900, a 6700 millones, al final del siglo XX, gracias a los fertilizantes químicos. Sin ellos no habría sido posible producir la cantidad de alimentos que pueda sostener semejante cantidad de seres humanos. ¿Y qué creen que puede pasar si hay escasez de fertilizantes? Ya sabemos lo que está ocurriendo con el aumento de los precios y la escasez que se anuncia de los alimentos. ¿Qué puede pasar, si además no se puede contar con los agroquímicos suficientes para mantener la producción? Solo cambios profundos en nuestras técnicas, en nuestros estilos de vida, podrán garantizar una solución. Esto exige una reacción de la humanidad, más allá de la discusión ideológica.

Pero insisto en el hecho de que la teoría económica generalizada, la esencia consumista del modelo económico global, está en la raíz de toda la crisis y ese hecho nos lleva a usar premisas equivocadas en muchos campos. Por ejemplo, es bueno que se produzcan reuniones internacionales para adquirir compromisos en la reducción de las emisiones de carbono, en subir las metas y aspectos parecidos. Pero también estos acuerdos se producen como una negociación entre partes para nivelar los cambios en la competitividad como producto de las medidas. Se supone que si un país pone metas más rigorosas, pierde competitividad. Pero esto debemos analizarlo más profundamente. Los países que hubieran podido avanzar en el cambio de sus fuentes energéticas, como parte de una reducción de las emisiones de gases de invernadero, también se estarían favoreciendo en sus costos en la medida que los precios de los combustibles fósiles han subido y siguen subiendo. Quien se adelante a descarbonizar más su base energética, también lograra posicionarse mejor en su economía. Pienso que contrario a la interpretación convencional, los países que se adelanten en reducir las emisiones y en el mejoramiento de balance energético, ganarán en competitividad, no perderán, como se cree.

Pero en el fondo, lo que está en juego es la lógica, la propia naturaleza consumista del sistema económico. Independientemente de que se tomen acciones tan visionarias como las planteadas aquí por Jeremy Rifkin, es preciso poner en discusión la naturaleza derrochadora y consumista del sistema económico.

Veamos algunos ejemplos sobre cómo es posible lograr avances con muchas cosas relativamente sencillas. Según comprueban las estadísticas, el consumo energético por habitante en Europa es menos de la mitad de lo que consume un norteamericano. Y Europa no tiene un nivel de vida inferior, ni una calidad de vida inferior. Todo lo contrario. Y por supuesto, el uso del transporte público en Europa es mucho mayor que en los Estados Unidos. Eso tiene su explicación.

El porcentaje de automóviles con motor diesel producidos en Europa es de casi un 60%. En Estados Unidos, apenas llega al 0.5%. ¿Y por qué tiene importancia esto? Porque el motor diesel tiene una eficiencia de cerca de un 30% mayor que el de gasolina. Según cálculos hechos, si Estados Unidos tuviera una flota de autos diesel como la europea, se ahorraría exactamente la cantidad de petróleo que le compra a Arabia cada día. Un gran avance sin tener que hacer una revolución tecnológica. Y así es con todo lo demás. El modelo consumista nace de esta mentalidad, o más aun, nace de determinados intereses. Japón y los países que hacen inversiones para producir autos más eficientes lograrán aventajar a los demás. Primero vendrán los autos híbridos, luego los eléctricos y los de pilas de combustible, hasta llegar a concepciones totalmente distintas en el transporte.

Pero veamos como nacen estos problemas. Por algún motivo, se produjo en Estados Unidos una alianza entre Detroit (la industria del automóvil) y la industria petrolera. Eso llevó a considerar conveniente la fabricación de autos de alto consumo de combustibles. Nunca se pensó que llegaríamos a una situación como la actual, en que empiezan a escasear el petróleo y que aquellas prácticas llegarían no solo a afectar a los Estados Unidos, sino al mundo entero.

Siguiendo estas mismas ideas, uno puede explicarse la razón por la cual Estados Unidos muestra un gran atraso ferroviario con respecto a Europa y a Japón. ¿Por qué? Porque los intereses del matrimonio Detroit-industria petrolera los llevó a considerar que era mejor transportar en camiones, con llanta, y no sobre rieles que es mucho más eficiente. Los camiones gastan más combustible, y eso formó parte del acuerdo. A principios del siglo XX, varios proyectos ferroviarios fueron comprados y colapsados antes de que nacieran por parte de los mismos intereses.

Yo fui Ministro de Transportes en Costa Rica y en una ocasión me tocó firmar un contrato de préstamo con el Banco Mundial para construir una carretera y en ese contrato había una norma que comprometía a Costa Rica a no invertir en desarrollo ferroviario. Lo mismo pasó en toda la América Latina, donde los ferrocarriles construidos por los ingleses en el siglo XIX, fueron degradándose hasta desaparecer en muchas partes. Esto tiene la misma explicación. De lo que se trataba era de imponer los camiones por encima de los ferrocarriles, para derrochar más combustibles. Lo mismo hicieron con los alimentos. Desmantelaron la producción de granos en muchos países pobres y ahora no saben qué hacer con los faltantes.

Una vez más, esta crisis es causada por el carácter consumista de todo el sistema económico global. Eso lleva la discusión a un plantear cambios más serios en las teorías económicas que usamos. Pero lamentablemente, aún no veo una teoría económica que podamos llamar socialdemócrata. Aún se leen resoluciones de la Internacional relacionadas con la globalización, el funcionamiento del mercado y cuestiones parecidas con una especie de admiración. La propia socialdemocracia se ha rendido ante todo esto, ha sentido pánico ante la cuestión tecnológica y la globalización, y se ha enmudecido ante las teorías económicas del capitalismo global.

Por lo tanto, es preciso dimensionar el cambio que debemos realizar para conjurar esta múltiple crisis que une el calentamiento global, con la cuestión energética, la crisis alimentaria, el caos financiero y las lacras sociales causadas por la naturaleza misma del capitalismo global. Necesitamos una nueva teoría económica, una nueva ciencia económica, pues la actual no es otra cosa que una ideología disfrazada de ciencia. De otro modo, seguiremos obteniendo los mismos resultados.

Tenemos que hablar de un cambio de paradigma, como se ha dicho aquí. Pero debemos valorar realmente lo que eso significa. Un cambio de cultura, un cambio total de mentalidad que nos permita ver y actuar ante la actual situación de otra manera. Es preciso cambiar los estilos de vida. Que tengamos abundancia, abundancia frugal, austera. No el derroche, no el bacanal consumista que ha causado esta tragedia. Cambio de paradigma es más que plantear un cambio ideológico y se basa en los nuevos conceptos científicos surgidos en el siglo XX. En lo que siga, contará más la gente, pues no existen fórmulas milagrosas en el campo político ni en el económico. Lo que sí hay son sociedades más o menos cohesionadas, con valores claros, con más solidaridad, más responsabilidad social, más educación.

Seguir hablando de competitividad, crecimiento o progreso ante la debacle que ha causado su actual interpretación no tiene sentido. Estas son palabras gastadas, quizás palabras muertas ante la gravedad de la crisis. ¿De qué progreso podemos hablar si en su nombre estamos causando el mayor peligro que haya afrontado la humanidad? Debemos hablar de conceptos nuevos, de superar la lógica actual. Y aquí, en la Internacional Socialista pueden surgir esos planteamientos. Fue realmente grato, haber escuchado a Göran Persson hablar con tanta claridad en torno al retorno a la política, a la democracia, a la ética, a la moral, y no dejarnos llevar por fórmulas ciegas, por mercados sin controles que terminan en la inmoralidad de la desigualdad, la exclusión y la pobreza, como consecuencia de la supuesta amoralidad con que operan. Este es el foro donde podemos profundizar en todas estas cosas y encontrar los caminos para salir de esta amenazante crisis.


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