Un artículo reciente en The New York Times (Welcome to the Everything Boom, or Maybe the Everything Bubble, escrito por Neil Irwin) comentaba acerca de la proliferación mundial de burbujas especulativas. Se hacía ver que esta irrefrenable proclividad especulativa podría tener que ver con una persistente y extendida insuficiencia de oportunidades rentables para la inversión productiva. En un contexto mundial de abundancia de ahorros ociosos, esos recursos no encuentran salida redituable en la producción. De ahí su fuga especulativa, en una especie de juego caótico que da bandazos de un lado a otro: oro, petróleo o alimentos; infraestructura pública, construcción residencial o comercial; bonos de los gobiernos o acciones en las bolsas de valores. Lo que sea.
Alguna gente –por ejemplo Ben Bernanke, antiguo presidente de la Reserva Federal estadounidense- lo han planteado en términos de un exceso de ahorros a nivel mundial, aunque recientemente ha modificado su tesis para mirar la moneda por el anverso: más que ahorros en exceso, dice Bernanke, lo que existe es insuficiencia de inversión. El presunto exceso de ahorros a menudo ha sido relacionado con China, en virtud de la frugalidad en sus estilos de vida, y el poderío de su dinamo económica que genera enormes superávits en su comercio exterior y da así lugar a la inmovilización de gigantescas reservas monetarias expresadas en las divisas más importantes, principalmente dólares.
Sea cualquiera de los dos factores mencionados –los ahorros de más o las inversiones de menos-, o bien la combinación de ambos, lo que ello ocasiona se bifurca en dos consecuencias: la tendencia hacia un estancamiento económico persistente y la fuga hacia la especulación y, por lo tanto, el surgimiento reiterado de grandes e insostenibles burbujas.
Mas, en realidad, el problema no se limita a la frugalidad de China y sus excesos de ahorro. Tiene que ver más bien con la tendencia hacia la concentración del ingreso y la riqueza, es decir (y como lo ha demostrado el economista francés Tomás Piketty) la agudización abismal de las desigualdades. Ese es un fenómeno mundial del que pocos países escapan, y del cual resultan cuatro consecuencia: (a) la depresión de las posibilidades de consumo a disposición de la gran mayoría de la población (inclusive las “clases medias”); (b) la espiral del endeudamiento privado tratando de sostener el consumo; (c) la crónica debilidad de la demanda que a su vez limita el crecimiento económico y las posibilidades rentables para la inversión empresarial; (d) riqueza excesiva concentrada en muy pocas manos, sin posibilidad de uso productivo alguno, en búsqueda, por lo tanto, de opciones especulativas donde obtener ganancias ficticias y momentáneas.
Con un agravante adicional: las nuevas industria punta – tecnologías de la información y las comunicaciones, biotecnología, nanotecnología- no parecen tener el potencial dinamizador que, en momentos más propicios, sí poseían otras industrias, como la automovilística en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial.
El caso es que, incluso entre economistas de la corriente dominante –como Lawrence Summers, Secretario del Tesoro en el gobierno de Clinton y asesor de Obama por dos años- ha prendido la idea de que la economía mundial podría estar actualmente atrapada en una situación de estancamiento a largo plazo. Paul Krugman se ha hecho eco de esta idea, la cual en realidad no es nueva. Entre los economistas críticos, ya Paul Sweezy, Harry Magdoff y Paul Baran la habían anticipado, como en períodos recientes lo han profundizado, entre otros, Anwar Shaikh, Michel Husson, Jorge Beinstein y Steve Keen. Incluso, y ya desde los treinta del siglo XX, el propio Keynes lo previó como una tendencia a muy largo plazo del capitalismo.Por su parte, Hyman Minsky supo esclarecer los mecanismos auto-alimentados del juego especulativo.
De tal modo, hay razones para pensar que la demencial burbuja hipotecaria que condujo a la crisis mundial iniciada en 2007 (de la cual el mundo aún no se recupera) ha sido tan solo un ejemplo particularmente hipertrofiado de un fenómeno que, según todas las trazas, empezó a manifestarse mucho antes que esa crisis explotara y que, sin la menor duda, volverá a repetirse, y quizá muy pronto.
¿Tiene esto alguna importancia para Costa Rica? Contundentemente sí. Por la sencilla razón de que durante los últimos treinta años, el proyecto neoliberal hegemónico ha gestado un complejo entramado de vínculos que profundiza nuestra inserción en esa economía mundial caótica e inestable y nos ponen en posición sumamente frágil y vulnerable. Los tratados comerciales son un buen ejemplo de tal cosa, no simplemente por el grado de apertura y exposición que imponen en lo comercial frente a países de muy superior potencial productivo, sino por las condiciones de excepcional privilegio que generan a favor de los capitales extranjeros, incluso los de índole puramente financiera-especulativa. La obsesión alrededor de una política de atracción de inversiones extranjeras devenida núcleo central de toda la estrategia económica, lo ilustra adicionalmente.
Bien podríamos decir que el país entero ha sido puesto a girar alrededor de tales políticas y que, de la mano de éstas, los desequilibrios y asimetrías internas se profundizan, mientras se agrava la indefensión ante las descontroladas oscilaciones de la economía mundial. Esto conlleva una renuncia al desarrollo, pero, sobre todo, una renuncia a la construcción de una economía sólida y sostenible que provee el soporte material necesario para el logro de una sociedad inclusiva, democrática, justa y ecológica.
Es indiscutible que, frente a una situación con tales características, la construcción de vías alternativas se vuelve tarea extremadamente ardua. Y, sin embargo, es por completo indispensable hacer el intento. No imagino que Costa Rica pueda cortar vínculos con el mundo capitalista rico, e incluso replantear esos vínculos no sería fácil. Pero, para empezar, ese replanteamiento tiene que empezar a intentarse –con tacto, sutileza, paciencia y empeño- mientras se van gestando otras condiciones que provean nuevas bases para el desarrollo del país.
Por el momento, y mientras continúen vigentes las tesis económicas al uso, poquísimo espacio nos quedará para el optimismo: seguiremos altamente expuestos a los impactos negativos de una economía mundial atascada en el estancamiento, que oscila arriba y abajo al compás de los grandes ciclos especulativos y la hinchazón y posterior derrumbe de sucesivas burbujas.