jueves, 27 de agosto de 2015

Uber nos enseña que no somos tan libres como creíamos

Tal vez este Uber sirva para abrir, de una vez por todas, los ojos de los ticos y nos per­mi­ta ver con cla­ri­dad el ba­rreal en el que nos hemos me­ti­do. Digo nos hemos me­ti­do, por­que somos todos co­rres­pon­sa­bles de lo que somos hoy como so­cie­dad; la res­pon­sa­bi­li­dad no es solo de los go­ber­nan­tes, sino tam­bién de los go­ber­na­dos.

Hay eti­que­tas que nos han pues­to otros desde afue­ra, con las que nos hemos iden­ti­fi­ca­do, pero que son una tram­pa men­tal, por­que des­na­tu­ra­li­za y dis­fra­za la reali­dad. Fra­ses como “Donde haya un cos­ta­rri­cen­se, esté donde esté, hay li­ber­tad”; o “Costa Rica el país más feliz del mundo”; o “Costa Rica pura vida” son ejem­plos de esas eti­que­tas.
¿Pero será que somos de ver­dad así? Me in­tere­sa cues­tio­nar aquí sobre todo la que tiene que ver con nues­tra li­ber­tad, por­que me pa­re­ce que es­ta­mos bien en­ga­ña­dos, y no somos ca­pa­ces de ver a tra­vés de la nie­bla. Lo cier­to del caso es que el al revés, somos más pri­sio­ne­ros que li­bres, en mu­chos as­pec­tos de nues­tras vidas.
En una so­cie­dad ver­da­de­ra­men­te libre, en la que los ciu­da­da­nos son li­bres como regla ge­ne­ral, rige el prin­ci­pio de que todos po­de­mos hacer todo lo que no está prohi­bi­do por las leyes. UBER es sólo una mues­tra de que ese prin­ci­pio no es tal en Costa Rica.
Pero de­je­mos a Uber para el final, y vea­mos lo que ha ve­ni­do ocu­rrien­do con nues­tra li­ber­tad desde hace mu­chos años, sin que nos dié­ra­mos cuen­ta, como el sapo que se co­ci­na pau­la­ti­na­men­te sin reac­cio­nar en la olla de agua hir­vien­do, sólo por­que el agua co­men­zó es­tan­do fría, y des­pués tibia.
Hace no mucho tiem­po, la te­le­fo­nía ce­lu­lar sólo era ex­plo­ta­da por el Ins­ti­tu­to Cos­ta­rri­cen­se de Elec­tri­ci­dad (ICE), de ahí que la pri­me­ra em­pre­sa pri­va­da que in­vir­tió en nues­tro país tuvo que pedir per­mi­so al Es­ta­do para ope­rar y se lo con­ce­die­ron; al poco tiem­po, el Es­ta­do se arre­pin­tió, y le re­vo­ca­ron el per­mi­so (fue la Sala Cons­ti­tu­cio­nal, pero para los efec­tos es el mismo Es­ta­do).
Los con­su­mi­do­res de­bi­mos su­frir casi vein­te años hasta que en el 2011 con la aper­tu­ra de las te­le­co­mu­ni­ca­cio­nes se per­mi­tió a los ciu­da­da­nos de este país tener li­ber­tad para poder ele­gir el pro­vee­dor de te­le­fo­nía de nues­tra pre­fe­ren­cia. Hasta en­ton­ces no éra­mos li­bres de ele­gir, ni tam­po­co eran li­bres los in­ver­sio­nis­tas de hacer algo que no es­ta­ba prohi­bi­do (ser pro­vee­dor de ser­vi­cios de te­le­fo­nía) pero que es­ta­ba re­gu­la­do como un mo­no­po­lio es­ta­tal.
Otros ejem­plos re­pre­sen­ta­ti­vos de al­gu­nas de nues­tras ca­de­nas, re­cor­da­to­rios de que no somos tan li­bres como cree­mos, son las exi­guas cuo­tas al sec­tor in­ver­sio­nis­ta pri­va­do para la pro­duc­ción de ener­gía eléc­tri­ca; las mil y una tra­bas que exis­ten para los ciu­da­da­nos e in­ver­sio­nis­tas que quie­ren pro­du­cir y ven­der ener­gía solar pro­du­ci­da a tra­vés de pa­ne­les so­la­res; la prohi­bi­ción ab­so­lu­ta de im­por­tar y dis­tri­buir ga­so­li­na, dié­sel, bún­ker, a par­ti­cu­la­res como usted o como yo, dado que la Re­fi­na­do­ra Cos­ta­rri­cen­se de Pe­tró­leo no lo re­fi­na, ni lo dis­tri­bu­ye, sólo lucra con su im­por­ta­ción y venta a par­ti­cu­la­res en un ré­gi­men de mo­no­po­lio que sólo nos per­ju­di­ca a los con­su­mi­do­res; la re­par­ti­ción del mer­ca­do na­cio­nal por dos in­dus­trias ce­men­te­ras, de­bi­do a una re­gla­men­ta­ción ama­ña­da, que nos obli­ga­ba a es­co­ger sólo entre ellas dos; y así por el es­ti­lo la lista puede con­ti­nuar.
En todos estos ejem­plos, el común de­no­mi­na­dor es una de dos, o que los in­di­vi­duos pri­va­dos tie­nen prohi­bi­do ac­tuar, o que de tal ma­ne­ra se ha re­gu­la­do (en­tién­da­se en­re­da­do) la ac­ti­vi­dad, que re­sul­ta im­po­si­ble la libre com­pe­ten­cia, y la in­cor­po­ra­ción de nue­vos ac­to­res como Uber en la dia­léc­ti­ca.
Hoy le toca pegar con­tra la pared a Uber, una em­pre­sa de ca­pi­tal ex­tran­je­ro ba­sa­da en las nue­vas tec­no­lo­gías, que une a un usua­rio que ne­ce­si­ta un trans­por­te, y a otra per­so­na dis­pues­ta a ser el trans­por­tis­ta, me­dian­te una apli­ca­ción que se ins­ta­la en nues­tros te­lé­fo­nos in­te­li­gen­tes; como lo fue en su mo­men­to Skype que trajo la co­mu­ni­ca­ción por in­ter­net que gra­tis todos ins­ta­la­mos en nues­tras compu­tado­ras; como fun­cio­na Ali­ba­ba el gi­gan­te del co­mer­cio elec­tró­ni­co asiá­ti­co; como ha ve­ni­do a re­vo­lu­cio­nar el trans­por­te en nues­tras con­ges­tio­na­das y desas­tro­sas vías Waze lle­ván­do­nos de ma­ne­ra exac­ta e in­te­li­gen­te a nues­tro des­tino.
El trans­por­te re­mu­ne­ra­do de per­so­nas está re­gla­men­ta­do de tal ma­ne­ra en nues­tro país que re­ci­bi­mos todos un ser­vi­cio de se­gun­da, o ter­ce­ra ca­te­go­ría, al tiem­po que per­ju­di­ca­mos el am­bien­te, nos ma­ta­mos en las ca­rre­te­ras, tar­da­mos mil horas para tras­la­dar­nos o tras­la­dar nues­tras cosas. No ha ha­bi­do ma­ne­ra, ni per­so­na, ni or­ga­ni­za­ción, llá­me­se como se llame, que haya sido capaz de or­ga­ni­zar el trans­por­te de per­so­nas de forma que los usua­rios sea­mos tra­ta­dos como ver­da­de­ros clien­tes; y eso se debe al sis­te­ma de per­mi­sos y con­ce­sio­nes ac­tual de lí­neas de au­to­bu­ses, pla­cas de taxis, y per­mi­sos de por­tea­do­res, que si­guen es­tan­do di­se­ña­dos para pro­te­ger los in­tere­ses del gre­mio de ta­xis­tas y de due­ños de lí­neas de au­to­bu­ses
Uber nos con­ce­de la opor­tu­ni­dad de re­pen­sar la ma­ne­ra cómo se están ha­cien­do las cosas en ma­te­ria de trans­por­te, pero tam­bién nos debe hacer re­pen­sar si es tiem­po de que al­gu­nas ac­ti­vi­da­des que hoy rea­li­za el Es­ta­do ex­clu­si­va­men­te, de­bie­ran ser pau­la­ti­na­men­te abier­tas a los par­ti­cu­la­res.
Yo qui­sie­ra que nues­tra li­ber­tad fuera tal que Uber no ne­ce­si­ta­ra de una au­to­ri­za­ción para ope­rar, pero la ac­ti­vi­dad del trans­por­te pú­bli­co de per­so­nas se en­cuen­tra re­gu­la­da, y muy re­cien­te­men­te, por una ley que obli­ga a pe­dir­le per­mi­so al Es­ta­do antes de em­pe­zar a ha­cer­lo.
Mien­tras tanto, Uber debe so­me­ter­se a la le­gis­la­ción pro­tec­cio­nis­ta de los gre­mios de los due­ños de taxis y de au­to­bu­ses, que como lo sa­be­mos, no está pen­sa­da en el bie­nes­tar real de los usua­rios.
No, no somos tan li­bres como para que Uber lle­gue de bue­nas a pri­me­ras y com­pi­ta en igual­dad de con­di­cio­nes con quie­nes hoy nos brin­dan ser­vi­cios de se­gun­da y ter­ce­ra ca­te­go­ría.
La clave para re­sol­ver el di­le­ma de Uber y para di­se­ñar un nuevo sis­te­ma de trans­por­te pú­bli­co de per­so­nas, es pen­sar que el cen­tro de toda la re­gu­la­ción debe ser el usua­rio, y no los pres­ta­ta­rios.
“Un país desa­rro­lla­do no es aquél donde el pobre tiene auto, sino donde el rico usa el trans­por­te pú­bli­co”
acarro@​central-​law.​com
Ase­sor La­bo­ral Cor­po­ra­ti­vo

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