Europa transita hoy por una de las peores crisis de su historia y lo más grave aun es que no se vislumbra una salida a su compleja situación económica, que por supuesto la tiene contra las cuerdas ante Estados Unidos, cuyo gobierno nada hace por ayudar a sus “aliados” del llamado Viejo Continente, sino todo lo contrario.
Las estadísticas hablan por si solas del difícil panorama que vive la Unión Europea (UE), cuya tasa de desempleo alcanzó cifra record en febrero pasado, al registrar un 12 por ciento.
Ello se traduce en que el número de personas sin trabajo en la UE ya superó los 26 millones, a lo que se suman los profundos recortes sociales en la educación, la salud, la seguridad social, además del incremento de los desahucios, las violaciones de los derechos humanos y las faltas de libertades.
Grecia, con un 26,4 por ciento de desocupados, seguida de España, con un 26,3, y Portugal, con un 17,5, encabezan la lista de los estados de esa región más dañados por la crisis económica y las recetas neoliberales aplicadas por sus respectivos gobiernos para erróneamente intentar zafarse de la soga que los ahoga.
La vieja y “culta” Europa se encuentra en un callejón sin salida, en el cual entró por su falta de previsión, por la aplicación de políticas neoliberales y por dejarse arrastrar por las administraciones norteamericanas hacia guerras injustificadas, entre otras razones, como la corrupción, y no contar con un modelo propio e independiente de Washington.
Desgraciadamente la UE no se ha percatado, o sencillamente no ha querido ver, que su postura dependiente de Estados Unidos la ha llevado al enmarañado escenario que enfrenta en la actualidad, sin que se augure una solución a sus problemas a corto y mediano plazo.
Los países del Viejo Continente han hecho el trabajo sucio ordenado por Washington de implicarse en agresiones militares en otras regiones del mundo, asumiendo gastos incalculables que hubieran podido utilizarse en beneficio de sus habitantes y con fines pacíficos.
Tampoco Europa ha reparado en que las ordenanzas recibidas de la Casa Blanca han tenido solo un fin, debilitarla, en aras de que Estados Unidos mantenga su supremacía y continúe dominando el mundo.
Similar está haciendo Washington al alentar una eventual guerra en el Pacifico entre las dos Coreas, que tiene como único objetivo desatar una peligrosa confrontación castrense que desgaste al continente asiático, y su hoy empuje económico a nivel internacional.
Los regímenes norteamericanos no creen en aliados ni en supuestos amigos, cuando su hegemonía puede verse afectada. La “culta” Europa debería aprender esa lección de una vez por todas, como ya lo hizo Latinoamérica.
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