Sin palo en qué ahorcarse
Nuestro panorama electoral para el año 2014 no puede ser más escalofriante: o José María Figueres o Rodrigo Arias. Es decir, o el PLN por tercera vez, o el PLN por tercera vez. Así de rotundo; así de ingrato para la suerte política del país.
A como pinta la cosa, y de confirmar José María su intención de degustar de nuevo las mieles del poder, uno de ellos dos sería el candidato a elegir en febrero de ese año porque lo que es, o era, la oposición… ¡nada de nada! Es un cementerio. Un ánima en pena. Además de fragmentada y dispersa, no hay un líder o figura política que descuelle, aglutine, mueva hormonas o suscite alguna pasión.
Que yo recuerde, sería la primera vez que un candidato oficial se presente literalmente íngrimo a disputar la presidencia de la república con la mesa servida toda para él, es decir, sin nadie de peso en la acera contraria que cuestione sus actos y los de su partido y haga propuestas nacionales atractivas en momentos en que el país sufre el desgaste de dos malos gobiernos liberacionistas al hilo y con posibilidades de alargarse a tres, y a cuatro, y a cinco…
Me puedo imaginar a José María o a Rodrigo peleándose contra ese fantasma de la oposición ya no con la retórica virulenta de costumbre en toda lid electoral, sino con un arma distinta y más avenida a las circunstancias espectrales del momento como sahumerios, alabados al Santísimo, inciensos y candelas de parafina.
El asunto está tan horrible para el país que, como consecuencia de la actual coyuntura política, las elecciones presidenciales podrían ser esta vez no el 7 de febrero de 2014 sino, prácticamente, en abril del año entrante, o sea, el propio día de la convención liberacionista cuando la suerte del país esté echada para los siguientes cuatro años.
A nivel de convención, Figueres pareciera tener las de ganar con el antiarismo a su favor evitando desesperado, y a cualquier precio, a otro Arias a lomos del poder. Y a nivel de elección presidencial, la oposición a Liberación Nacional preferirá también por lejos, y a falta de un candidato propio y de fuste, atragantarse con José María. No le queda otra salida.
A menos, por supuesto, de que a última hora la oposición se inspire y se organice alrededor de una figura atractiva que por el momento, repito, ni se ve, ni se siente, ni se oye pues todas, incluyendo al propio chamán de la tribu, Ottón Solís, salieron que les volaba la bata.
O a menos también de que los sobrevivientes de la oposición (de quedar aún algunos) invistan de candidato a su fantasma y le abran al ciudadano la gran oportunidad de desahogar por ahí el voto protesta con altísimas probabilidades de triunfo y la seguridad de que, una vez en el solio presidencial, el espanto lo haría mejor que cualquier otro porque ¿qué más horror que el protagonizado por los propios gobiernos?
Pero la realidad monda y lironda es que ahí está ahora Figueres con su jueguito de divo haciéndose de rogar para, en cualquier momento, saltar sobre la presa. Él sabe bien que, con el apellido de su padre, disfrutará siempre del mejor patrimonio político para ganar las elecciones con cierto confort pese a los cargos que se le hacen por actos no bien vistos por la opinión pública.
De Rodrigo Arias también todo está dicho: un hombre controversial, adicto a las finanzas y grandes negocios que, en un eventual gobierno suyo, bien podría convertir al país en su corporación personal bajo el nombre de “La Patria S.A.” y vendernos a todos al mejor postor como repollos de mercado.
De modo que la diferencia entre Chema y Rigo se reduce más que nada a un asunto de empatía popular gracias a la semejanza del primero con su padre, y que será determinante para superar al segundo que no se parece en nada a nadie, y ya ni siquiera a sí mismo, sobretodo desde que se sometió a toda una cirugía política facial.
En resumidas cuentas, al paso que vamos los ciudadanos nos encaminamos hacia una castración electoral jamás vista en la que, por más libertad de sufragio que tengamos, las opciones se nos van reduciendo cada cuatrienio a engendros políticos sin el menor interés por el bienestar y prosperidad que el país exige.
ed@columnistaedgarespinoza.com
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