lunes, 14 de septiembre de 2009

EDITORIAL DEL ECO CATOLICO



Relativismo a la tica
 
 
 

Acostumbrados como somos los ticos a copiar mal tendencias y modas extranjeras pasajeras, algunos ciudadanos ahora impulsan la creación de lo que llaman un Estado laico en Costa Rica. Dicen que es por un tema de derechos humanos cercenados, de libertad religiosa constreñida, por el destino de sus impuestos, que la confesionalidad ya no se usa, y un largo etcétera de quejas trilladas. Lo cierto es que no soportan la mención de la Iglesia Católica en la Constitución, y para eliminarla proponen un proyecto de ley.

Pero no se quedan ahí, y pretenden borrar a Dios de un plumazo en el juramento constitucional. Proponen jurar por las propias convicciones, con todo lo ambiguo y las miles de interpretaciones que de ello se puedan derivar. Desperdician así la posibilidad de un sesudo debate nacional sobre la sana separación entre política y religión.
Sobre la confesionalidad, hay que repetir que la Iglesia hace años no recibe ningún beneficio ni económico ni fiscal de ello, y que la mayoría de habitantes que seguimos siendo los católicos, agradecemos, por ejemplo, que nuestros hijos sean formados en los principios de la fe por profesionales apegados a la recta doctrina. Así hacemos vida nuestra convicción de que solo el saber que aspira a la Verdad-Dios sirve para darle sentido a la existencia. Igual, los padres que no deseen que sus hijos reciban esta clase, simplemente presentan una carta y quedan dispensados.
Evidentemente el Estado no va a misa, ni reza, ni comulga. Quienes señalan este pobre argumento olvidan la dimensión sociológica del Estado, reflejo de una sociedad concreta, de personas con valores y principios comunes reconocidos por la mayoría (porque así funcionan las democracias) y adoptados como tales en sus ordenamientos legales.
Nadie medianamente informado podría quitarle mérito al aporte, histórico y actual, de la fe cristiana católica en la conformación de lo que somos los ticos como nación. Pretender simplemente ignorarlo es ya falsear la idiosincrasia costarricense.
Lo que sí sería un gravísimo motivo de alarma es lo que señalan algunos diputados, incluso evangélicos como Guyón Massey, en el sentido de que tras la eliminación de la confesionalidad podría estar el deseo de quitarle peso a la lucha que la Iglesia da en cumplimiento de su misión, contra poderosos intereses que presionan la aprobación de leyes contrarias a la vida, la familia y la dignidad humana.
Contra la “idea” de sacar a Dios de los juramentos podrían argumentarse muchas cosas, sin embargo creemos fundamental dejar claro es que se trata de la versión tropical de un ateísmo militante, más cercano a corrientes relativistas propias de la posmodernidad sin norte en la que nos ha tocado vivir.
Abiertamente denunciada por el Papa Benedicto XVI, quien llegó incluso a calificarla como una dictadura, esta forma de pensamiento trae al presente postulados ya conocidos, que no se caracterizan por su certeza, sino por el acomodo a las circunstancias.
Con el profesor Diego Quiñones podemos señalar entre estos postulados la negación de la cultura que abre el camino a la torre de Babel del multiculturalismo donde se desvanece la identidad propia de las civilizaciones, por medio de la supresión de sus raíces de fe.
Otro de sus rasgos es la reivindicación de la libertad individualista por encima de la autoridad, las instituciones, la convivencia en comunidad, la unidad de la sociedad civil, la cultura y la tradición. Desprecian sus defensores el legado histórico de ellas y su consecuencia más evidente es el relajamiento moral, ético, educativo, económico, cultural y político, el miedo a la libertad responsable y el odio a las instituciones históricas y democráticas.
La dictadura relativista también proclama, defiende y justifica permisivamente al hombre y la mujer que se dejan llevar por los impulsos primarios de sus pasiones, para enfrentarlos con fuentes como los valores del Evangelio que aportan certezas en un mundo errante y sentido para el correcto ejercicio de la libertad personal y social.
Cualquier ideología o tendencia política es útil a la dictadura del relativismo. Sus propulsores recurren por igual al liberalismo radical, al socialismo laicista, al nacionalismo etnocentrista, al neomarxismo ateo, al populismo, a la pansexual ideología de género o al posmodernismo: todo vale con tal de eliminar la Ley Natural inscrita por Dios en el corazón del ser humano.
Otro rasgo de esta dictadura es su postulado fundamental de que la religión es un asunto privado de los individuos. La encarcelación de la religión en la vida privada excluye el diálogo fecundo que propicia la verdadera laicidad, pues ésta descubriría sus imposiciones totalitarias desprovistas de valores universales sobre el sentido de la existencia. Niega así el diálogo entre fe y razón, entre religión y política, entre la creencia en Dios y la cultura.

De esta forma termina por negar la fuerza salvífica de la fe y la fuerza pragmática de la razón, reniega de la voluntad de transformar el mundo con ambas y sobre todo, con las obras y palabras del Evangelio.
El asunto, como se ve, es mucho más grave que una simple palabra en un juramento: nos jugamos el todo por el todo. Nuestros adversarios lo tienen claro, ¿lo entendemos así los creyentes?

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