Unos lo intentan por las buenas, pero otros (cuestión de carácter o de convicciones democráticas) no dudan en utilizar desde ya métodos más expeditivos. A la cabeza de los dialogantes está la Organización de Estados Americanos (OEA). Su secretario general, José Miguel Insulza, llegó ayer a Honduras para tratar de desbloquear la situación. Como no podía ser de otro modo, la parte más vehemente la lidera Hugo Chá-vez. El presidente venezolano ordenó ayer suspender el envío de petróleo a Honduras. Él sabe, y los hondureños también, que el nuevo Gobierno de Roberto Micheletti está abocado al sufrimiento si, además del desprestigio internacional, no tiene con qué hacer funcionar al país.
Los hondureños lo llaman "el barco del petróleo". Llega cada 12 o 15 días procedente de Venezuela, y no sólo sirve para que los vehículos marchen o las industrias funcionen. Según el acuerdo suscrito entre Zelaya y Chávez, la empresa venezolana Petrocaribe se encarga de suministrar a Honduras todo el crudo necesario para su funcionamiento, pero sólo cobra un 40% de la factura. Con el 60% restante, que se refinanciaba a bajo interés y con un plazo de pago de 25 años, el Ejecutivo de Zelaya funcionaba sin angustias. No hace falta explicar que, a cambio de un trato tan ventajoso, el presidente Manuel Zelaya estaba "a la orden" -una expresión muy utilizada aquí- del comandante Chávez. Después del golpe, Chávez sólo ha tardado seis días en suspender el convenio. Y, según fuentes hondureñas, ese es el plazo aproximado que queda para que este país empiece a notar la falta de petróleo.
Con esa presión añadida llegó ayer José Miguel Insulza a Honduras. El secretario general de la OEA se encontró a su llegada al país con un astuto recibimiento planeado por Micheletti. Coincidiendo con su hora de llegada prevista -la una de la tarde hora local, ocho más en la península-, los partidarios del nuevo Gobierno se manifestaban de forma multitudinaria ante la Casa Presidencial. Insulza se entrevistó primero con los magistrados de la Corte Suprema y luego con los representantes de la Iglesia.
Hay un dato que todo el mundo tiene claro en Tegucigalpa. El tiempo juega en contra de Zelaya. Sus partidarios, sometidos al férreo control del Ejército y la policía, tienen muchos problemas para manifestarse. Al toque de queda explícito y al estado de sitio latente se une la presión de los empresarios, que, según están denunciando las organizaciones sindicales, están despidiendo a los trabajadores más díscolos.
Y, observándolo todo, desde su escondite está Xiomara Castro. La esposa del presidente Zelaya está dispuesta a seguir en el país. Asustada y triste por estar lejos de sus hijos, también escondidos en Honduras, la primera dama contó a este periódico las circunstancias que rodearon el golpe.
Pregunta. Su marido, el sábado por la noche, se fue a dormir tranquilo pensando que el peligro de golpe había sido conjurado. Unas horas después, lo secuestraron y lo sacaron del país en pijama. ¿Quién lo traicionó?
Respuesta. Le voy a contar una cosa y usted le va a poner fácilmente nombre a esa traición. El miércoles de la semana pasada, mi marido destituyó al general Romeo Vásquez, el jefe de las Fuerzas Armadas, por negarse a distribuir las urnas del referéndum. En Honduras, desde siempre, es el Ejército el encargado de hacer esta labor. Pues bien, pese a la destitución y a la crisis que se desató, el general siempre estuvo en contacto conmigo. Me llamaba y me decía que no había problema, que todo estaba bien. De hecho, el mismo sábado yo recibí una llamada de él a las dos de la tarde y me dijo: "Mire, doña Xiomara, usted se ha convertido ahora en mi comandanta y quiero decirle que aquí está todo normal, usted tiene que entender que nosotros nos hemos opuesto a repartir las urnas porque es ilegal, pero que nosotros estamos firmes con el presidente. Y usted dígale, por favor, de nuestra parte a su marido que, una vez que pase todo esto, que venga al Estado Mayor para que podamos tomarnos un café y arreglarlo todo". Insisto, eso fue a las dos de la tarde del sábado. Recuerdo que el general Romeo me dijo también: "La gente está controlada. Dígale a su marido que tenga la completa seguridad de que ya no hay peligro". Imagínese: eso fue a las dos de la tarde del sábado. Y a las cinco de la mañana siguiente ya lo estaban sacando al presidente de nuestra casa. A la fuerza...
P. ¿Entonces considera usted que fue una trampa?
R. Justo. Esa es la palabra correcta. Nosotros nos sentimos traicionados. Ningún gobierno le había dado el apoyo a las Fuerzas Armadas como mi marido lo ha hecho. Cuando nosotros ingresamos en el Gobierno había 6.000 policías. No tenían ni equipo, y el presidente los convirtió en 14.000 en apenas tres años. Y con los soldados hizo lo mismo. Se les apoyó poniéndoles un sueldo decente. Y fíjese: ellos mismos fueron los que le mordieron la mano.
P. ¿De quién obedece órdenes el general Romeo Vásquez?
R. Usted habrá visto como yo al presidente de facto levantándole la mano al general para que la gente lo aclamara. Han estado juntos en las concentraciones de apoyo al golpe. Me imagino que las órdenes vendrían de Micheletti.
Xiomara Castro no es la única escondida. El estado de sitio encubierto y la euforia de los nuevos gobernantes hacen que cada día sean menos los teléfonos que contestan, los disidentes dispuestos a dar la cara. La fuerza de Micheletti se alimenta de minutos. Por eso la OEA tiene tanta prisa por encontrar una solución.
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