Ante el efecto Arias
Anacristina Rossi*
El efecto Arias es como Jano, tiene dos caras. Cuando en un país los ricos son cada vez más ricos y el resto se empobrece, cuando la miseria se acantona en barrios estigmatizados, cuando el único valor social es el dinero, cuando sectores enteros de la sociedad y provincias enteras viven del narcotráfico y de la delincuencia –de cuello blanco y de la otra-, cuando los altos funcionarios públicos dan constante ejemplo de corrupción impune, entonces, cuando eso pasa, la ilegalidad y la violencia se transforman en el modus operandi del país. Eso es lo que está pasando en Costa Rica: la ilegalidad y la violencia son la vía perfecta para obtener aquello que no se puede conseguir de manera honrada. Hay un atasco en la escalera de la movilidad social. Los que ya no pueden subir optan por otras maneras –antisociales- de llegar arriba. Porque los de arriba les dan el ejemplo.
En Costa Rica se entronizó la desigualdad, la exclusión, la ausencia de políticas de empleo y de distribución de la riqueza, la ausencia de solidaridad social. Esto ha traído un cambio en la conciencia de la gente y la violencia, la ilegalidad y el narcotráfico se han vuelto vías demasiado rentables para ser abandonadas. Esta es la primera cara del efecto Arias. Si bien la situación no es un invento suyo, sobre ellos cae la responsabilidad de haber profundizado este modelo y de hacer todo lo posible para perpetuarlo.
La otra cara del efecto Arias es el manoseo de las instituciones. Por manosear entendemos meter mano, manipular para satisfacer deseos personales. Empezó con el fallo de la Sala Cuarta sobre la reelección presidencial. Siguió con la inaceptable actitud del Tribunal Supremo de Elecciones cuando las “inconsistencias” del 2006, y con el nombramiento de una magistrada afín a ciertos intereses. Continuó cuando la Sala Cuarta declaró constitucional el CAFTA. Siguió con la complicidad del mencionado Tribunal en un referendo fraudulento. Y aparentemente seguirá con un próximo fallo de la Sala Cuarta a favor de la minería en Crucitas.
Este manoseo institucional es muy peligroso. Es el comienzo del final del estado de derecho. Es la antítesis de la democracia y de la decencia. Es la consagración del poder caudillista. Y se está volviendo el modus operandi del país.
Así describe el historiador Dion Casio la transición de la república a la autocracia de Augusto en el primer siglo A.C.: Durante la república, el gobierno era abierto y las decisiones y acciones eran de conocimiento público. Pero con Augusto, no podía saberse con certeza lo que estaba pasando y lo que se sabía no se podía investigar. Crecía la sospecha de que todas las acciones y decisiones eran en provecho de la gente en el poder y de sus asociados (Libro 53.19 de Historia de Roma, 200 DC).
No deben creer los Arias -ni la heredera de su régimen: Chinchilla- que aquí se les compara con Augusto. Augusto fue un autócrata que construyó un imperio. Los nuestros son pinches tiranos que destruyen la institucionalidad.
El efecto Arias no se puede vencer en las urnas porque el manoseo institucional les permite lo que sea para ganar la votación, como se vio en las elecciones del 2006 y en el referendo. El efecto Arias sólo se puede vencer en las calles. Un movimiento pacífico y multitudinario con la consigna de “Sí a la decencia y no al manoseo, no a la corrupción” debe empezar ahora, cuando la Sala Cuarta falle sobre la minería en Crucitas.
Amigos, amigas, es en serio: mañana puede ser demasiado tarde.
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