La sociedad costarricense actual adquiere, cada vez más, las características propias de las sociedades capitalistas de la actual época neoliberal.
En los países ricos las viejas –voluminosas, pesadas, territorialmente arraigadas- industrias, son desplazadas por un nuevo género de industrias y empresas: volátiles, difusas, flexibles, descentralizadas, en cierto modo omnipresentes. Son las industrias de las tecnologías de la información y las comunicaciones, como asimismo las llamadas industrias culturales. Sus productos, generalmente desmaterializados, tienen un valor que depende principalmente del conocimiento que contienen, mucho más que de los materiales o el número de horas de trabajo con que se producen.
Ese capitalismo desmaterializado es matriz fecunda desde la cual potenciar el desarrollo de las finanzas. Y éstas, a decir verdad, se hipertrofian hasta niveles que apenas unas décadas atrás resultaban impensables. Son, de alguna manera, la expresión extrema de esa virtualidad omnipresente que caracteriza a este capitalismo: nadie los ve y, sin embargo, los capitales financieros circulan alrededor del planeta a la velocidad de la luz…y con consecuencias frecuentemente catastróficas para los seres humanos de carne y hueso que siguen habitando este planeta.
El poder real, como con tan singular genialidad lo ha hecho ver Bauman, se traslada a los espacios de la virtualidad y se hace ubicuo, por lo tanto desarraigado de los viejos compromisos con el Estado-nación y el Estado de Bienestar. También desecha cualquier diálogo con el trabajo. Es lo que vemos en la Europa actual. Allí hay un algo llamado “mercados financieros”, que nadie sabe exactamente qué es y cuyo rostro es por completo desconocido. Nadie sabe dónde está, aunque todo mundo sabe que está en todos lados. Es como al modo de un Yahvé posmoderno que, como el Yahvé bíblico, es invisible e inalcanzable; rencoroso y furibundo. Pues ese Yahvé posmoderno mantiene bajo asedio brutal a España, Portugal, Grecia e incluso Italia, y mantiene bajo chantaje a toda la zona Euro.
Ese capital global, virtualizado y ubicuo, sabe además que ya no necesita de dialogar con el trabajo. Entonces los sindicatos resultan ser poco más que una inutilidad inservible. El trabajo, que continúa anclado al territorio, queda débil y vulnerable.
Ese capitalismo de empresas descentralizadas y flexibles; de capitales móviles y onmipresentes, impone entonces la precariedad e inestabilidad laboral e inocula incertidumbre e inseguridad en las sociedad y, particularmente, en las biografías personales. Tales son las sociedades de riesgo de que nos habla Beck. Incluso el Estado de bienestar queda bajo ataque, cuando los mismos gobiernos se ven disminuidos en sus posibilidades de gravar a los capitales para poder disponer de los recursos necesarios que sostengan los sistemas públicos de seguridad social.
En ese contexto va surgiendo la categoría de quienes son “desechables”, “prescindibles”. Es la maldición que este capitalismo lanza con especial crudeza sobre los trabajadores y trabajadoras manuales, que ejecutan tareas rutinarias y repetitivas en las cadenas productivas controladas por computadoras en industrias tradicionales de tipo taylorista. Pero, en realidad, es una maldición que se generaliza y se instala en la vida incluso de quienes han cursado estudios universitarios y han obtenido un grado o título universitario. También ahí el látigo de la flexibilidad se hace sentir con crudeza.
En un mundo plagado de incertidumbre, amenazas e inseguridades, no queda sino vivir el momento, puesto que planear el futuro se vuelve tarea casi imposible. De ahí, al menos en parte, el afán consumista y la búsqueda de satisfacciones inmediatas que domina nuestra sociedad.
No me refiero necesariamente a Estados Unidos o Europa. Lo estamos viviendo en la Costa Rica actual, donde un trabajo estable ha devenido sueño casi irrealizable; donde derecho laboral es sinónimo automático de privilegio; donde trabajar en silencio y sin protestar es imperativo moral ineludible. Es la Costa Rica donde las instituciones de seguridad social han sido desmanteladas. La Costa Rica de las redes de seguridad corporativas, que chinean y apapachan con singular ternura a bancos y corporaciones transnacionales.
A una población enajenada del ejercicio de la ciudadanía y despojada de los indicadores de identidad que antaño la enorgullecían (por ejemplo: ¿quién cree hoy, seriamente, en el mito de la democracia costarricense?) hoy no le queda de otra si no refugiarse en el consumismo y el fútbol.
Esta sociedad nuestra lanza multitudes enteras a los límites últimos de la sobrevivencia. Simbólicamente se les aniquila fingiendo que son como al modo de un accidente paisajístico que se mira pero no se ve. Y, sin embargo, están ahí y son de carne y hueso y necesitan respirar y comer para vivir. Están en la avenida central de San José vendiendo cualquier cachivache, o en las intersecciones y semáforos de la calles haciendo malabares para recibir a cambio unas monedas, o en las cuarterías donde ser esconden las personas inmigrantes que el sistema ilegaliza para hacerlas más fácilmente explotables.
Son multitudes humanas a las que se les niega la posibilidad de obtener un trabajo y un salario decente. Y luego, cuando intentan sobrevivir moviéndose en los bordes últimos del sistema económico, se les convierte , ya no simplemente en trastos inservibles que afean y estorban, si no en criminales. Multitudes ilegalizadas, condenadas a sufrir la persecución policial y la permanente amenaza de la cárcel…tan solo porque intentan sobrevivir de la única forma como podrían hacerlo.
No sé cuándo esto vaya a cambiar ni cómo. Pero no puedo imaginar que una sociedad con estas características sea en modo alguno un proyecto viable.