Hemos recibido con extrañeza el comunicado de la Conferencia Episcopal porque, si bien nos hemos reunido con los señores obispos en varias veces en los últimos meses, nunca nos plantearon este tipo de preocupaciones sobre el tema, sino más bien sus preocupaciones por el voto de la Sala IV relativo a la enseñanza de la educación religiosa.
Paradójicamente, aunque ellos dicen rechazar los programas, compartimos mucho de lo que afirman los obispos. Coincidimos plenamente, por ejemplo, en que "el ser humano es esencialmente sexuado" y compartimos también la afirmación de que "Si la sexualidad le es esencial al ser humano, esto nos lleva a afirmar que todo proceso educativo que pretenda ser integral, debe implicar necesariamente una educación sexual en todas sus dimensiones o aspectos, desde el físico- biológico al emocional, al afectivo, al religioso- espiritual, al moral…"
Así son los programas de Educación para la Afectividad y la Sexualidad propuestos por el MEP y aprobados por el Consejo Superior de Educación: involucran todas las dimensiones de la afectividad y la sexualidad, desde lo físico biológico hasta lo afectivo y emocional, incluyendo lo espiritual y, sobre todo, con un énfasis moral centrado en el respeto a la dignidad de la persona humana.
Nos resulta muy curioso que los señores obispos afirmen que "una vez que advertimos la imposibilidad de un programa común de las Autoridades Educativas y nuestro, nos dimos a la tarea de publicar ya en el 2005, un breve texto- glosario para nuestros estudiantes con el título Sexualidad: Don y Responsabilidad," y esto nos sorprende porque se refieren al año 2005 y anteriores, cuando ni siquiera estábamos en el Ministerio. Nuestros programas fueron elaborados entre el año 2008 y el 2011, mucho después de que los obispos – según dicen – advirtieran la imposibilidad de un programa común.
Pero esto no es extraño: no debiera haber un "programa común" entre el Ministerio de Educación Pública – que se debe a todos los ciudadanos – y una denominación religiosa en particular. A cada uno le compete su propia responsabilidad.
Lo que sí nos sorprende es que los obispos rechacen la sentencia de la Sala Constitucional que permite a los padres que así lo consideren de exceptuar a sus hijos e hijas de recibir este curso y que más bien afirmen – sin dar evidencia alguna – que "si en sí mismo el Programa es parcial, moral y pedagógicamente perjudicial, lo es para todos". ¿En qué sentido se puede afirmar algo tan dramático, sobre un programa basado más bien en el respeto a la dignidad de cada uno?
Particularmente extraña resulta la crítica a los Programas de Educación para la Afectividad y Sexualidad aduciendo que en ellos "Nunca se nombra a Dios". Tampoco en los programas de matemáticas, o de ciencias, o de español y ¿los hace eso inadecuados?
Más aún, no podemos compartir la creencia de los señores obispos de que los programas de educación para la afectividad y la sexualidad no pueden darse "desvinculándolos de la dimensión propiamente religiosa". Todo lo contrario: dada la diversidad de visiones religiosas que puede existir entre los distintos estudiantes, sería inaceptable que un programa de sexualidad - o de ciencias, o de historia, o de artes – se apegara a una dimensión propiamente religiosa. No es ese el papel de la educación, sino de las Iglesias y las familias.
Finalmente, a los señores obispos les molestan tres aspectos particulares de estos programas, que son – sin embargo – indispensables en cualquier programa serio de educación para la afectividad y la sexualidad. El primer aspecto que molesta a los obispos es que "el Programa propuesto se nos ofrece una declarada preferencia por un enfoque descaradamente hedonista", en otras palabras – dicen – les molesta que los programas hablen del placer pero ¿cómo dar educación sexual sin hablar del placer? Los programas hablan de una comprensión responsable y respetuosa del placer, pero reconocen que la sana sexualidad es inseparable del placer.
Además, les molesta "la insistencia en la ideología de género y en la diversidad sexual" al punto que los consideran elementos "más de propaganda que de educación". De nuevo, debemos discrepar: nos parece imposible – e incorrecto – brindar una educación sexual que no reconozca y evidencie los problemas y realidades del género en la vida sexual, y que no reconozca que, independientemente de las valoraciones de cada quien, existen también diversas preferencias sexuales, algo que toda familia conoce bien, aunque muchas veces lo escondan o se avergüencen de ello.
En síntesis, los Programas de Educación para la Afectividad y la Sexualidad Integral del MEP no pretenden sustituir el papel de las familias y las iglesias, pero sí cumplir con una responsabilidad insoslayable de la educación pública, contribuyendo a que nuestros adolescentes puedan madurar de una forma más plena, menos conflictuada y que puedan vivir su sexualidad en una forma que sea al mismo tiempo más placentera y más responsable.
Leonardo Garnier