Un Mensaje a la Conciencia
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Entre 1961 y 1962 se les hizo una entrevista sobre costumbres y tradiciones de su población a 309 personas de la provincia de Camagüey, Cuba. Hubo trece de ellas que abordaron un tema que nos fascina a todos: el de la memoria. Los entrevistados, que tenían entre 52 y 100 años de edad, dieron las siguientes razones por las que falla la memoria: comer mucha grasa, porque el cerebro se va cubriendo de grasa; la vejez, el abuso del estudio, del trabajo y del placer sexual; y la pérdida de sustancia del cerebro. Los remedios que dieron para mejorar la memoria son bastante creativos y diversos: comer la almendrita dentro de la semilla de la almendra; tomar sopa de cabeza de cherna y comer de la propia cabeza, echada en la sopa; comer frutas cítricas, como la piña, la naranja, el limón, la lima, la mandarina, y sobre todo la toronja; tomar un jugo cuádruple de zanahoria, rábano, naranja y remolacha; tomar consomé de pezuña fresca de cangrejo, molida; comer mucho berro y rábano; tomar sopa de vegetales de todo tipo y comer mucha cebolla cruda en las comidas; tomar un caldo con un polvito de cascarones de huevo; comer todos los días una pata salcochada de res; y comer ostiones.1 Pensemos lo que pensemos acerca de sus respuestas, lo que tienen en común estos camagüeyanos con el resto de la humanidad es que todos recordamos lo que nos conviene olvidar, y olvidamos lo que nos conviene recordar. Es como si estuviéramos empeñados en hacer las cosas al revés. Recordamos injurias, traiciones y pecados, mientras que olvidamos nuestra debilidad, fragilidad y mortalidad. Podríamos culpar a Dios de crearnos con esa tendencia, pero sería injusto por dos razones. Si Él no nos hubiera creado con la posibilidad de hacer las cosas al revés, tendríamos siempre que hacerlas al derecho, como autómatas o robots. Pero también sería injusto porque así como nos creó con la capacidad de hacer el mal, nos creó con la capacidad de hacer el bien. Debiéramos preguntarnos más bien: ¿Por qué acostumbramos echarle la culpa de nuestros reveses a Dios, como si nosotros no tuviéramos nada que ver? Lo cierto es que Dios en su Manual práctico del ser humano, que es la Biblia, nos exhorta vez tras vez a que sigamos su ejemplo. Lo hace porque siempre tiene presente lo que nosotros por descuido olvidamos: que somos débiles, frágiles y mortales.2 Pero también nos exhorta a que seamos como Él porque Él es capaz de borrar de su memoria lo que a nosotros nos parece imposible olvidar: las injurias y las traiciones de los demás, y hasta nuestros propios pecados.3 ¡Y no sólo puede sino que quiere hacerlo! Con la falta que nos hacen esa comprensión y ese perdón divinos, más vale que atendamos a la súplica de San Pablo a los romanos, de permitir que Dios nos transforme mediante la renovación de nuestra mente para así poder comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta.4 | |||||||||
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