El triunfo de Laura Chinchilla es indiscutible. Unificó el 38% histórico del PLN (expresado en el voto duro para diputados), más un 10% flotante que votó por ella para presidente y que, en el 2006, no lo hizo por Arias.
Con audacia, esto le permitiría consolidar su liderazgo y una base política propia, así como una independencia que no tuvo en campaña, sin que eso implique ruptura con los Arias y su ávida fracción empresarial. La futura Asamblea desaconseja el unilateralismo e impone la negociación; y hasta podría ser –si la oposición no se autocanibaliza y le abre la puerta a un PRI–, un contrapeso al pequeño pero poderoso grupo corporativo arista, que podría creer que eligió testaferro y no presidenta. Su dilema es real: o es avanzadilla de las aspiraciones de Rodrigo Arias, o es capitana de una nueva generación.
La mayoría de sus compromisos la muestran con vocación democrática y cierto deseo de volver a los orígenes del PLN; aunque confunde “mujerismo” con feminismo y le falta definición clara sobre la pobreza y la creciente desigualdad social. Estas últimas no se resuelven con asistencialismo ni con emplastos ocasionales que alivien los males inherentes de un neoliberalismo inconfeso. Lo social debe ser un componente inseparable de la política económica, monetaria y fiscal.
El éxito del Libertario es innegable, pero peligroso. Puede inducir a las rivalidades y el fraccionalismo, lo cual sería inadmisible ahora, justo cuando crecieron, tienen una identidad más pulida e inspirada en un liberalismo social a la tica, a lo Ricardo Jiménez y Cleto González; y no uno copiado de un dogmático doctrinarismo y de un ajeno Consenso de Washington, a lo Thatcher y a lo Reagan.
El retiro de Solís, aunque sincero, fue precipitado, inoportuno e inexcusable. Hacerlo el día de la derrota equivale a que un general se despida de sus tropas y se marche, cuando aún humean los cañones y los soldados heridos están en las trincheras. La historia le dio una oportunidad única que desperdició, entre otros factores por su inhabilidad política. Sus virtudes personales auguraban otra cosa. Pero su abandono del liderazgo en momentos cruciales –después del TLC y ahora– evidencia su falta de voluntad de poder y su visión eticista y testimonial de la política. Esto descabeza al partido, lo deja sin liderazgo y al vaivén de ambiciones personalistas.
Los electos del PUSC muestran que aún balbucea y puede salir muy caro. La sorpresa del PASE premia la independencia y fogosidad crítica de Óscar López. El Frente Amplio continúa como una voz de protesta útil, pero que necesita con urgencia que gremios y movimientos populares se empoderen.
En tanto, la crisis del régimen político, aunque evoluciona, continúa.
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