Ana Fernández, Vara Blanca
Publicado - Published: 13/01/2009
El terremoto que sacudió el jueves la turística zona del volcán de Poás, a unos 40 km de San José, ha arruinado un sector que daba empleo directa o indirectamente a buena parte de la población de esta bella región.
“No sabemos lo que vamos a hacer. Tenemos deudas con el banco. Aún abriendo el negocio, no hay gente”, se queja amargamente Erick Herrera, dueño del restaurante “Las delicias de Tiquicia” en Vara Blanca, una localidad estratégicamente situada en el camino hacia las Cataratas de la Paz, que junto con el volcán Poás, son los principales atractivos de esta montañosa región.
Herrera, de 47 años, y su esposa, Katia Mata, han abierto desde el jueves “lo que un día fue un negocio” para donar comida a los trabajadores de la Cruz Roja, de la fuerza pública, los agentes de tráfico o las cuadrillas del Instituto Costarricense de Energía (ICE), que se afanan en devolver cierta normalidad a la zona devastada por la furia del terremoto de 6,2 grados en la escala de Richter.
“El viernes sacamos todos los recursos (alimentos). Improvisamos con alguito para poder ayudar”, en una cocina de gas habilitada en lo que antes era el comedor, todavía salpicado de objetos rotos, la colección de máquinas de escribir antiguas por el piso y el mobiliario desordenado.
Su caso es el de la mayoría de los negocios de este pueblo “fantasma”, en el que sólo quedan socorristas, trabajadores y un movimiento inusual de camiones, excavadoras y autos oficiales.
Las tiendas de artesanías, posadas, otros restaurantes, la gasolinera —semi destruida— están todos cerrados.
Incluso la gente ha cerrado sus viviendas o lo que queda de ellas para irse con familiares o a refugios, presas del miedo. Unas 2.000 réplicas se han registrado desde el terremoto del jueves.
En las afueras del pueblo, el dueño del restaurante Colbert, el francés Joel Suire, limpia el local con su esposa, Celina, su hija Claire y un empleado. Están demoliendo a martillazos la chimenea, lo único de la estructura del edificio que ha resultado dañada.
“Es increíble que uno pueda pensar 'tengo suerte, me fue bien'“, exclama, pese a que el temblor le ha hecho perder “millones”. Sobre todo en vino. Sólo media docena de botellas han sobrevivido a la destrucción de su nutrida bodega.
La zona sigue sin luz y sin agua, por lo que también ha decidido invitar a los socorristas a comer mientras espera poder abrir el próximo viernes si se restablecen esos servicios, en lo que se afanan decenas de cuadrillas de trabajadores.
Mucho más tiempo tomará la reapertura de la joya de la corona del turismo local, Jardines de las Cataratas, un complejo donde quedaron atrapadas casi 400 personas, en buena parte extranjeros. El último logró salir el viernes antes de que cayera el sol.
El gerente, Roy Torres, descartó que se abran las puertas del parque antes de “3-4 meses”, pese a que las estructuras edilicias del complejo turístico no han sufrido tantos daños como inicialmente afirmaron algunos trabajadores. Salvo el restaurante del hotel, que resultó parcialmente destruido.
En el estacionamiento, todavía hay decenas de automóviles atrapados debido a los aludes de tierra que han destruido las carreteras de acceso.
Por el momento, sólo helicópteros o cuadriciclos pueden acceder al parque, para el trasladar a los empleados o las pertenencias de los turistas que abandonaron el hotel
AFP y El Universal.
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