lunes, 5 de enero de 2009

DESPLAZADO 
EL CHIRICHE DESPLAZO AL TORO EL MALACRIANZA EN UNA ESPECTACULAR NOCHE DE TOROS EN ZAPOTE 
CON ESTO SE CERRARON LOS FESTEJOS POPULARES DE SAN JOSÉ 2008-2009

 

Conforme avanzaban las horas, la expectativa crecía; afuera del redondel de toros de Zapote miles de personas esperaban ansiosos, en una agotadora fila de casi 500 metros, que prácticamente atravesaba el campo ferial.

El objetivo era uno solo: ver en vivo a El Malacrianza, el toro más famoso del país.

Enid Medina era una de ellas. Esta nicoyana llegó a las 6 a.m. al redondel, para gozar de las corridas junto a un hermano. “En Nicoya lo veo a cada rato, pero me decidí a venir por fiebre”, dijo.

Así como ella, Gerardo Méndez, vecino de Taras de Cartago, guardaba ansioso el campo para comprar su entrada y la de su esposa. “Vine otros días como torero aficionado”, agregó.

Desde las 8 a.m. un equipo de 40 oficiales de la Policía Municipal de San José intervino en la boletería para evitar que los revendedores hicieran su aguinaldo a costillas de la gente.

A las 5 p.m., las entradas de reventa costaban ¢20 mil. Seguramente más de uno los pagó.

A los revendedores –incluso habían chanceros vendiendo entradas– solo se les permitió comprar dos boletos.

Sobra decir que esto los molestó bastante y no les quedó más remedio que intentar comprarle las entradas a la gente que ya tenía.

Por cada una pagaban ¢10 mil.

Adentro del redondel El Malacrianza esperaba en uno de los corrales con cara de pocos amigos.

Decenas de personas, incluyendo montadores, cruzrojistas y hasta policías aprovechaban para tomarle fotos con sus celulares.

A su lado estaba otro extraordinario toro: El Chirriche, que también sería montado anoche.

De vez en cuando, El Malacrianza lanzaba potentes cornadas contra las tablas, que de inmediato ponían a correr a la gente.

Sus cachos, astillados por los golpes, eran un recordatorio de que este titán ya cobró la vida de dos montadores y dejó heridos a varios intrépidos.

Cerca de allí, muy tranquilo con un rostro amable estaba, Douglas Peña, un joven de 22 años, alto, delgado, y con la piel tostada por el sol guanacasteco.

Al ver la serenidad de aquel muchacho, nadie imaginaría que en un par de horas él estaría aguantando sobre el lomo de El Malacrianza. Le avisaron sobre su destino hace cinco días y afirmó que no se ha desvelado.

Oriundo de Liberia, Peña contó que sus padres le advirtieron varias veces que no montara al feroz animal. Pero asegura que la fama de El Malacrianza se extendió más de la cuenta. “Yo estoy confiado, me encomendé a Dios”, dice con una sonrisa.

Al cierre de esta edición, El Malacrianza no había salido, pero la plaza estaba repleta y todos esperaban su espectáculo. Cerca de las 10:30 p.m., Douglas libraría una de sus luchas más importantes como montador.

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