De ropajes, marchas y... ¡herejías!
Alicia Pifarré Pan (*)
Monseñor Ulloa se me parece bastante a nuestro embajador en el Vaticano, el ex diputado Sánchez, ¿se acuerdan? Uno y otro se muestran por igual partidarios de infundir miedo. ¡Qué coincidencia ¿no?!Sin embargo hay que distinguir bien: monseñor Ulloa no utiliza memorandos sino homilías y declaraciones públicas. Ahora que lo pienso, en eso se me parece más bien a Girolamo Savonarola (1452 - 1498), el fraile dominico italiano de verbo encendido e intolerancia suprema, para quien hasta una loción era signo inequívoco de inmoralidad y debía quemarse en pública hoguera.
Mejor me explico.
En su homilía del 1º de agosto del 2011, durante la ceremonia en que se vistió a la Virgen de los Ángeles, monseñor Ulloa se dejó decir que: "...cuando falta el pudor en una persona, se deshumaniza, porque pierde su intimidad y su individualidad personal y tiene el riesgo de ser tratada como una cosa, es el caso de la publicidad, sobre todo cuando se refiere a la mujer. El que no tiene pudor es incapaz de amar verdaderamente, porque está vacío por dentro y no puede entregar nada." ¡Difícil de tragar, ¿eh?! Si, difícil, indigesto, provocador.
La reacción no se hizo esperar. Como las mujeres solemos ser blanco de críticas tanto si nos vestimos como si nos desvestimos, tanto si trabajamos fuera de la casa como si nos dedicamos a las "labores del hogar", algunas mujeres decidieron organizar la llamada "marcha de las putas" para protestar contra quienes (obispos y curas incluidos en lo que les atañe) nos agreden, nos critican, nos violan, nos matan, nos dicen cómo comportarnos, vistamos como vistamos y trabajemos en lo que trabajemos.
El recién pasado domingo 14 de agosto cerca de quinientas personas llegamos a la cita en el Parque Central, frente a la Catedral, a partir de las 10 de la mañana. Éramos hombres y mujeres, viejos y jóvenes, hasta criaturas pequeñas; gays, lesbianas, solteras, casadas, madres y padres de familia, académicas, estudiantes, familias enteras, perritos y perritas con sus dueños y dueñas; algunos con carteles y otros no, la mayoría con vestimenta normal y corriente; a veces se escuchaban consignas airadas en contra de la Iglesia (se lo buscaron, pensaba yo; no las repetía porque no me parece válido incitar a la violencia); el mensaje que se oyó con frecuencia tuvo mi total apoyo, vocal e intelectual: "NO ES NO, ¿qué parte no entendiste, la N o la O?", conciso, genial.
Una pareja llamó la atención de participantes y medios de comunicación. La mujer, con el torso desnudo, lleno de inscripciones y surcado por cadenas, mordía un rosario. El hombre, con máscara y actitud dominante, portaba una imagen de la Virgen de los Ángeles vestida con ropa interior, un manto dorado y un tocado de plumas. Me pareció de mal gusto, desagradable, violento; un irrespeto a las creencias de los católicos y a las costumbres ancestrales de millones de costarricenses.
La libertad de expresión también tiene límites, como todas las libertades. Reclamar respeto mientras se ridiculiza y agravia a los demás es inadmisible y reprochable. Me retiré del lugar sin decir ni palabra. Mi veneración por María, la madre de Jesús, ciertamente no había sufrido mella alguna. Rezar el Rosario es para mi motivo de alegría y no un trago obligado y amargo como aparentaba ser para la mujer allí representada. Ella me causó tristeza. Pero no dije nada.
El obispo Ulloa, sin embargo, reaccionó al día siguiente con un alarido medieval: ¡HEREJÍA! Es una palabra especialmente utilizada para infundir miedo, sin duda alguna. Épocas hubo en que la mínima sospecha de herejía convertía a cualquier ser humano en candidato a la hoguera. Ya pasaron esas épocas, pero monseñor Ulloa parece que no se ha percatado muy bien de ello. Quienes combaten la propuesta de un Estado laico tampoco.
¿Qué significa herejía? Es algo, conducta o doctrina, que se opone a la verdad revelada por Dios, dada a conocer por la Iglesia Católica. En otras palabras, puede decirse que hereje es quien niega alguno de los dogmas (verdades impuestas sobre las que no se admite discusión) de la Iglesia. En realidad, conforme a la etimología de la palabra, hereje es quien se aparta de la línea oficial de pensamiento de un grupo, institución o autoridad. Pero el término ha sido monopolizado durante siglos (muchos siglos) por la Iglesia Católica, con resultados espeluznantes.
Conforme a lo anterior, para ser hereje es necesario ser católico o, al menos, cristiano. Esto queda aún más claro si se toma en cuenta que la sanción por herejía es la excomunión. Por lo tanto, mientras no se demuestre que quienes llevaron a la imagen de La Negrita tan curiosamente vestida eran católicos, no veo en qué reside la herejía o cómo puede haberse manifestado.
La explicación más aproximada al significado del término utilizado por el obispo Ulloa la encontré en el II Concilio de Nicea (año787) que estableció "
Quien osase pensar o enseñar de otro modo, o, siguiendo a los impíos herejes, violase las tradiciones de la iglesia o inventase novedades o rechazase algo de lo que ha sido confiado a la iglesia, como el Evangelio, la representación de la cruz, las imágenes pintadas o las santas reliquias de los mártires; quien pensase subvertir con astutos embrollos cualquiera de las legítimas tradiciones de la iglesia universal; o quien usase para usos profanos los vasos sagrados o los venerables monasterios, nosotros decretamos que, si es obispo o clérigo, sea depuesto, si es monje o laico sea excluido de la comunión." http://webs.advance.com.ar/pfernando/DocsIglMed/Nicea2definicion.htm"Quien... rechazase algo... como el Evangelio..." dice allí. ¡Vaya! ¡¿Quién estará incurriendo en herejía, realmente?! Eso es lo que me gustaría saber. Porque, por ejemplo, cuando Jesús envió a sus discípulos a predicar su mensaje les dijo: "No tengáis ni oro, ni plata, ni cobre en vuestros cintos; ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón; porque el obrero es acreedor a su sustento." (Evangelio según San Mateo, capítulo 10, versículos 9 y 10)
En el mismo sentido, decía San Juan Crisóstomo (345-407, obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia) "¿De qué serviría adornar la mesa de Cristo con vasos de oro, si el mismo Cristo muere de hambre? Da primero de comer al hambriento, y luego, con lo que te sobre, adornarás la mesa de Cristo."
Sin embargo, es de público y notorio conocimiento (con expediente en el OIJ y todo), que la Conferencia Episcopal de Costa Rica tiene inversiones por decenas de millones de dólares en instituciones financieras locales y extranjeras, millones que bien podrían mitigar el hambre de muchos niños en toda Centroamérica pero no lo hacen. ¿Es eso cumplir, aceptar y respetar el Evangelio? ¿Es eso mostrar pudor, compostura, recato, decencia, honestidad, modestia, moderación, todos términos harto vinculados en su significación? Pues no, no me parece que lo sea. La Iglesia debería escudriñar en sus propias vigas antes de criticar la viruta ajena.
Pero lo más terrible de todo es que un obispo, alguien que se supone al cuidado amoroso de su rebaño, haya osado decir "...cuando falta el pudor en una persona, se deshumaniza,". Monseñor Ulloa parece haber olvidado que Jesús se reunía a comer con prostitutas, mendigos, cobradores de impuestos, enfermos, criados; compartía sus días con los despreciados por la sociedad de entonces y enseñaba que no es posible la fe y la esperanza sin el amor al prójimo, sin la compasión por el que sufre.
"El reino en el que quería Jesús que creyeran sus contemporáneos era un reino de amor y de servicio, un reino de fraternidad humana en el que todo hombre es amado y respetado por el hecho de ser hombre." (Alberto Nolan "Jesús antes del Cristianismo ¿Quién es este hombre?")
No es la falta de pudor lo que deshumaniza, es la falta de amor al prójimo. No es sobre el pudor que versa el mandamiento nuevo, es sobre el amor al prójimo.
Decía al principio que la prédica de Monseñor Ulloa me recordaba a Savonarola. Recuerdo non grato; brevemente les diré por qué. Durante la época en que este fraile dominico asumió el poder político en Florencia, fueron prohibidos la música, los bailes, los festejos de todo tipo; las mujeres debían usar velo y toda clase de cosmético, espejo, peineta o ropa "indecente" era echada a la hoguera. A los castigados por blasfemia se les agujereaba la lengua. En 1497, durante un monumental "auto de fe", terminaron en la hoguera centenares de libros y obras de arte; se le llamó "la hoguera de las vanidades".
Pero dejemos el siglo XV y volvamos al XXI. Imitar al ofensor, devolver con la misma moneda su irrespeto -su injuria, su provocación, su desprecio, su amenaza-, es recurrir a la primitiva propuesta del talión. La verdadera justicia no se resume en la igualdad, debe incluir, además, proporcionalidad y armonía.
Sin embargo, cuando se han colmado los límites de la paciencia con privaciones, agresiones y humillaciones consuetudinarias, no es posible esperar una respuesta proporcional, mucho menos una respuesta armónica. El fin no justifica los medios, pero a veces permite comprenderlos. Aprendí esto no solo estudiando historia, sino también atendiendo causas penales en que mujeres brutalmente agredidas por sus maridos durante más de veinte años terminaban matándolos.
Vivimos tiempos convulsos, agitados, incomprensibles a veces, acelerados siempre. Es doloroso, agobiante. Por eso, los indignados seguimos creciendo, las marchas de las putas se multiplican, los gobiernos están cada vez más desprestigiados y las iglesias cada vez más vacías.
Quizás estamos siendo los protagonistas, voluntarios o no, de una nueva era; una era sin mitos, sin guerras, sin hambre, sin egoísmos, sin desigualdades espantosas y humillantes; una era de conocimiento, de paz, de abundancia, de solidaridad, de equidad. Una era sin religiones, una era de profunda espiritualidad y amor al prójimo. ¡Trabajemos para que eso ocurra!
(*) Abogada