¿Y cuándo empieza el cambio que Solís prometió?
Luis Paulino Vargas Solís
Luis Guillermo Solís y el PAC ganaron las elecciones con abrumadora ventaja gracias fundamentalmente al rotundo acierto con que lograron presentarse ante la ciudadanía como una opción de cambio pero, además, como un cambio no amenazante. Lo primero les permitió triunfar sobre el PLN. Lo segundo les permitió desplazar al Frente Amplio (FA) como posible abanderado del cambio.
Se mostraron convincentemente como una propuesta en capacidad no simplemente de superar los vicios y corruptelas que han machado y desprestigiado al PLN sino –quizá más importante- como un proyecto político que reorientaría el desarrollo del país hacia el logro de una mayor equidad social, la garantía de condiciones de certidumbre y estabilidad económicas y el logro de una mayor calidad de vida.
Pero, además, Solís y el PAC procuraron persuadir en el sentido de que el cambio ofrecido no implicaría ninguna alteración sustantiva del sistema político ni de las formas de convivencia social vigentes en Costa Rica. Fue una operación destinada a diferenciarse respecto del FA, aprovechando de paso la campaña sucia desatada en contra de éste último, la cual buscó presentarle como una amenaza autoritaria que subvertiría la democracia y provocaría grave daño a la economía. Esa estrategia de monstrificación tuvo cierto éxito: suficiente para frenar el ascenso del FA y estacionarlo en un 17% del apoyo electoral.
Ya en primera ronda el PAC tuvo un éxito significativo en su empeño por ser la “opción de cambio no amenazante”. Al punto que en pocas semanas saltaron de estar en el margen de error en las encuestas –muy por detrás del FA- a alcanzar más del 30% de la votación, dejando rezagado al FA pero incluso al PLN. Innecesario comentar lo sucedido en segunda ronda.
Está claro que nadie espera ni exige una revolución. Por algo ganaron como la opción del “cambio sin amenaza”. Lo cual tiene diversas connotaciones, una de las cuales es que se trata de un cambio acotado, de modestos alcances y limitadas pretensiones. Pero, por encima de todo, en el imaginario popular sobrevive el concepto de cambio. O sea: algo ha de cambiar, y por más que sea sin amenazas y limitadamente, el cambio debe sentirse y constatarse. Ese es el significado fundamental e ineludible que ha tenido el gane de Solís.
Y hay ciertas cosas en que la ciudadanía efectivamente exigirá un cambio. Y justo porque lo espera, seguramente será más severa a la hora de juzgar al gobierno de Solís.
Lo primero, en relación con la honestidad en el manejo de los recursos públicos y la transparencia en los procesos de toma de decisión. En ese sentido, y para solo poner un ejemplo, Solís tendría que ser muy cauteloso para no tomar decisiones que puedan despertar sospechas de favorecimiento económico a determinados intereses. Ya por ahí, el Presidente sembró algunas dudas con su decisión de modificar el decreto que impedía la conciliación en el caso de grandes evasores tributarios. Un cuidado similar habría que tener con los nombramientos que se hagan y el equipo con que Solís se rodee. El “amiguismo” y, sobre todo, la tolerancia con “amigos” un poco díscolos le serían cobrados muy caro.
Pero, en especial, la gente estará a la espera de sentir un alivio en relación con sus angustias y frustraciones económicas, así como respecto del malestar e incomodidad que resultan de la declinante calidad de los servicios públicos. Es decir, el gobierno tiene que ser capaz de reactivar la economía, generar empleos en la cuantía y de la calidad necesarias, dar muestras de que se avanza en el restablecimiento de ciertos mínimos de equidad social y, además, tiene que mostrar avances en el proceso de recuperación de una institucionalidad pública para que ésta sea a la vez vigorosa y eficiente, capaz de responder a las demandas ciudadanas y las necesidades sociales más perentorias.
En algunas de estas cosas –por ejemplo el empleo- se exigirán concreciones significativas en plazos cortos. En otras la gente posiblemente será más paciente y esperará sentir que se avanza por el camino correcto, sin pretender con ello que, en el corto período de los cuatro años de gobierno, se pueda lograr una plena resolución de los problemas. Ese podría ser el criterio que se aplicaría en relación, por ejemplo, con la funcionalidad de las instituciones públicas o en el campo de la equidad. Pero sin olvidar los casos más calificados –por ejemplo la Caja Costarricense del Seguro Social- donde el nivel de exigencia podría ser máximo y expresarse sin atenuantes.
Lo esencial, en todo caso, es entender una cosa: el cambio tiene que empezar a percibirse desde el puro inicio. Cada día que pase sin que se visibilice una clara voluntad de cambio, puede tener un elevado costo, en términos no solo de la popularidad del gobierno, sino, y mucho más importante, de la legitimidad de la democracia. Y recalco que tan solo hago referencia a lo más simple y elemental: que comiencen a formularse las propuestas básicas a partir de las cuales se impulsarán los cambios más urgentes en los ámbitos prioritarios. Por ejemplo el empleo o los problemas más acuciantes de la Caja.
Y aunque sea una perogrullada, es sin embargo necesario agregar algo más: para que haya algún cambio, las cosas han de empezar a hacerse diferente. Presuntamente fue Einstein quien dijo que era inútil buscar resultados distintos si insistíamos en seguir haciendo las cosas de la misma forma. Para ilustrar el punto, retomemos el ejemplo del empleo. Si a Solís le interesa crear muchos buenos empleos, debería ser capaz de romper la camisa de fuerza que impone la fallida fórmula según la cual todo se reduce a una “estrategia de atracción de inversiones”, tal cual la han diseñado e impuesto CINDE, PROCOMER y COMEX…con total complacencia de los sucesivos gobiernos. Planteamientos nuevos han de proponerse y empezar a aplicarse…ojalá de inmediato.
Y ya que mencioné a Einstein, concluyo citando a Keynes cuando sentenció que “en el largo plazo todos estaremos muertos”. Que, en jerga mexicana, lo traduzco como “pa’luego es tarde”. El gobierno de Solís tiene que mostrar que se enrumba hacia el cambio. Ese “mostrar” –aunque no el cambio mismo- debe ser inmediato. Pa’ luego el plazo se habrá alargado en exceso y el gobierno ya estará muerto ante la conciencia ciudadana.