Un Mensaje a la Conciencia
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Como lo haría cualquier obrero digno de su salario, tomó sus instrumentos de trabajo, una paleta o cuchara de albañil, picos y palas, y se entregó a la tarea de tapar todos los baches y hoyos que había en las calles de su ciudad de Canelones, Uruguay. Apenas había comenzado, se vio acosado por un ejército de reporteros decididos a difundir la noticia por todo el país. Cada reportero, a su vez, iba acompañado de un fotógrafo resuelto a documentar el trabajo de aquel hombre. Todo esto se debía a que no se trataba de un obrero común y corriente, sino de Salvador López, concejal de la ciudad. Cansado de reclamar ante el gobierno la reparación de las calles, se puso él mismo a hacer el trabajo. «Alguien tiene que tapar los hoyos», fue la explicación que les dio a los periodistas. He aquí un ejemplo digno de imitar en toda nuestra Iberoamérica. Salvador López, miembro del Concejo Municipal de Canelones, al ver que no lograba nada por las vías burocráticas, decidió remangarse la camisa y hacer el trabajo él mismo. No hay ningún oficio honrado que sea denigrante. Y el servir al pueblo es, sin lugar a dudas, el mejor de los oficios. Así lo consideró también Epaminondas, el gran general y estratega griego que, después de ganar varias batallas y de alcanzar la gloria, se puso a barrer las calles de Tebas, su ciudad natal. Los oficios de barrendero, deshollinador, basurero, limpiabotas y empleada doméstica son tan útiles a la sociedad como el oficio de cualquier otro servidor. En cambio, el político tramposo, el financista estafador, el juez corrompido y el clérigo hipócrita son la ruina de la nación. Por eso afirma el sabio Salomón: «Es un pecado despreciar al prójimo.... Todo esfuerzo tiene su recompensa, pero quedarse sólo en palabras lleva a la pobreza.... La justicia enaltece a una nación, pero el pecado deshonra a todos los pueblos.»1 El supremo ejemplo de servicio nos lo dio Jesucristo, el Hijo de Dios. Según San Pablo, Jesucristo «no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse», sino que «se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos... se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!»2 De ahí que Cristo mismo dijera que «no vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos».3 Ya es hora de que le hagamos todos el favor al prójimo de seguir no sólo el ejemplo de Salvador López, el concejal de Canelones, Uruguay, sino del Salvador del mundo, el Señor Jesucristo. Comencemos por adoptar la actitud de Cristo, tal como nos dice San Pablo: «No [hagamos] nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad [consideremos] a los demás como superiores a [nosotros] mismos. [Velemos] no sólo por [nuestros] propios intereses sino también por los intereses de los demás.»4 Al fin y al cabo, «alguien tiene que tapar los hoyos» no sólo de nuestras calles y carreteras, sino también de nuestras maltrechas relaciones humanas. | ||||||||
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