jueves, 16 de abril de 2020

QUERIDA HUMANIDAD EDGAR ESPINOZA DE CRHOY.COM


Fue suficiente la repentina aparición de un bicho ruin y vulgar del bajo mundo microscópico para que en un instante te derrumbaras.
¿Qué pudo haberte ocurrido si apenas segundos antes de que detonara la pandemia reinabas en el pináculo del éxito como diosa globalizada inmune a peligros y enemigos?
¿No sería que la virulencia de una vida ostentosa, desigual y sin freno te indigestó el ego? ¿Te has preguntado si no sería más bien que tu supremacía como especie era apenas un espejismo?
Que yo recuerde, la arrogancia te había elevado a tal nivel de ficción que dabas por arrodillada a tus pies a la naturaleza misma, esa de la que estás hecha, por si se te ha olvidado.
Por si fuera poco, desafiabas insaciable al planeta entero y más allá, ignorando ya no sus reglas de juego sino sus propias alarmas que te mandaba por cielo, mar, aire y tierra.
Y no contenta con ello, ibas ahora tras los pasos del único enemigo que no has podido vencer: su majestad la muerte.
Sí, la muerte. No me digás que no, pero te relamías ya sobre el vasto menú científico de opciones para hacer de la inmortalidad tu siguiente cruzada.
Y no satisfecha tampoco con ser eterna ni vivir en tu planeta natal, ese que vos misma degradaste y convertiste en desechable, ya hacías planes para migrar a otros, instalarte y tocar tu nuevo cielo.
Pero ocurrió lo imprevisto: desde principios de este año, el bichito invisible pero bien coronado por la realeza microscópica, ha llegado directo y silencioso a apearte de tu divina mula sobrenatural.
En su lugar, estás ahora recluida en la casa oyendo lo mismo, viendo lo mismo y silbando lo mismo muy en las antípodas de tus sueños de grandeza.
Lo que de todo esto queda claro es que cuando más apuntabas a matar a la muerte y ufanarte de una invencibilidad y superioridad homéricas, vino el bichito a despojarte en un santiamén de tu capa de Supermán.
Vino a decirte, por si todavía no lo tenías claro, que ese mundo natural que has destruido por unos dólares más, todavía no está destruido y que allá abajo, en lo más profundo de su pequeñez, aún sobrevive para recordarte que la carreta existencial jala parejo.
Matándonos a nosotros o confinándonos en nuestras propias jaulas, ese granuja ha venido a reivindicar el derecho a ser de todas las demás especies reabriéndoles las puertas para que corran, salten y respiren; se purifiquen el aire y el agua, se aclare el cielo y las montañas resplandezcan.
Se ha reído de tu codicia, de tus ínfulas de eternidad y hasta de esa omnipotencia tuya con mucho de deidad barata nada humilde, ni solidaria, ni igualitaria hacia los hermanos de tu propia especie.
Estás cayendo como mosca con las economías desmoronándose, la fiera consumista reducida a un chiste, el capitalismo draconiano en cuidados intensivos, el desempleo creciendo y el hambre empeorando con toda su secuela de incertidumbre ante lo que todavía te aguarda.
Lo que ha hecho el maldito virus es simplemente pincharte por donde más te dolía; la ambición, y desglobalizarte la soberbia poniéndote a morder por un rato el polvo de tu fragilidad, injusticia y falsos brillos.
Desde luego que ya no sos la misma. El bicho –¿quién iba a creerlo?– ha sido tu nuevo profeta, lo más bajo al Dios que esperabas o pretendías ser, y quien te ha traído el presagio de cosas peores, como el cambio climático, si no regresás ya a tu realidad inexorable.
Enfrentar a ese nuevo monstruo exigirá ya no una vacuna o cuarentena sino un estado de conciencia que no tenés, una sensibilidad hacia la naturaleza que tampoco tenés y una solidaridad humana que menos tenés pero que quizá la estés incubando ahora gracias a las medidas cautelares del virus al darte casa por cárcel.
Uno diría que el momento de horror, aislamiento y zozobra que estás viviendo, querida humanidad, debería ser el oráculo perfecto para entender que la fiesta se acabó y que el tiempo que nos queda para unirnos, restaurar la casa y aceptarnos como especie hermana y solidaria se extingue.


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