Luis Guillermo, nos defraudaste
Diciembre 23, 2017 5:34 am | Edgar Espinoza
¿Cuánto valemos como país para el presidente Solís? ¿Acaso tanto como su palabra empeñada?
¿Cuánto valemos como país para el presidente Solís? ¿Acaso tanto como su palabra empeñada?
El 8 de mayo de 2014, al ser investido jefe de Estado, nos dijo a todos con voz grave y altisonante: «Combatiré la corrupción sin secretismos ni opacidades.»
Pero, ¡oh madre mía!: benditos sean el populismo tropical, el papel que todo lo aguanta, el afrodisíaco del poder, el viento sin memoria, la demagogia cerril…
Hoy, diciembre de 2017, ante las conclusiones de la comisión especial legislativa que declaró la Casa Presidencial epicentro del “Cementazo”, el presidente se ha tragado una vez más la ponzoña de su propio verbo.
Alguien debería decirle que existe una carajada llamada “inteligencia emocional”, pero se nos ha ido a España a echar tierra, mar y vinos de por medio y para cuando regrese ya será 2018, el año de su adiós y el año nuestro de parir otro signo de interrogación.
De haber sido consecuente con sus palabras inaugurales, a Luis Guillermo le hubiera venido de perlas agradecer el diagnóstico de los investigadores y darse un baño de humildad corrigiendo las fallas tectónicas bajo sus pies.
Era lo elegante, lo práctico y lo digno. Un rapto de autoridad suyo y un par de cabezas que rodaran de su círculo más íntimo eran su mejor salida política para apaciguar las hambres públicas.
Pero no; la Casa de Cristal, en un arrebato que la vulnera y fisura peor, se sulfura, baja las cortinas y rechaza ad portas cualquier insinuación de que entre sus vitrinas se cuajara el monstruo de concreto.
La rapsodia verbal de Luis Guillermo al asumir el poder no fue otra cosa que la clásica hipérbole que apela a las emociones de la gente, mas no a las razones que pesan como un lastre sobre su cruda y diaria realidad.
Nos prometió en tono de La La Land «acabar con la impunidad, la irresponsabilidad y la arbitrariedad» de quienes, desde el sector público, prohíjan la corrupción.
Pero vean ustedes que, ante los pasos de animal grande, no ha hecho otra cosa que, bajo el ala prodigiosa de sus transparencias, blindar a sus polluelos de corral, y a sí mismo, de todos los aquelarres con Juan Carlos Bolaños, el Señor de los Cementos.
«Y llegó la hora, también, de acabar con la complicidad de quienes, desde el ámbito privado, pretendan amasar fortunas con negocios ruinosos para el resto de la sociedad en connivencia con los primeros.»
¿Así, o más hermoso?
¿Qué pasó con tu palabra, señor presidente? ¿La usaste como cheque en blanco para poner en peligro el patrimonio que tanto sudor y despelleje nos cuesta a los costarricenses?
¿Con que para eso quiere más y más impuestos?
De feria, nos invita como sociedad civil a vigilar y evaluar la forma en que «los funcionarios públicos cumplimos nuestros deberes» pero en cuanto le ponemos el dedo en la llaga se cabrea, refunfuña, hace caras y nos echa de su diáfana morada.
¿Tan rápido se le olvidó que hasta nos autorizó a que le repudiásemos si nos fallaba como presidente?
Por eso, queridos compatriotas, ahora que estamos a las puertas de una nueva elección presidencial, tomemos nota de este circo que cada cuatrienio nos montan los candidatos políticos para deslumbrar a las masas.
Cambia su máscara pero la impostura es la misma: valerse del descontento general sobre cualquier tema sensible (como este de la corrupción y muchos otros) para hacernos creer, entre besos, abrazos, arrorrós y demás mimos de campaña, que ellos son nuestra tabla de náufrago.
¡Mírenla!
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