Comparto con muchos costarricenses y percibo sus sentimientos. La confusión es grande, la duda es mayor. Eso anula la voluntad. Todo es urgente, pero se siente la impotencia. Gobernar se ha complicado al extremo. Tenemos una densa jungla de leyes. La Sala Constitucional legisla y gobierna sobre otros poderes. Hay conflicto en todas partes. Esto produce parálisis, y surge una dictadura burocrática amparada a la judicialización de la política. Los jerarcas recurren a la arbitrariedad. El Estado es un barco encallado en la arena y el pueblo vive una silenciosa desesperación que lo induce a la retirada. He aquí el principal desafío. Poco puede hacerse sin atacar esa especie de SIDA que nos subyuga.
Nuestros problemas crecen. La capacidad para resolverlos disminuye. Hay más delincuencia, más corrupción, más pobreza, más desigualdad, más desempleo, más drogas, más cinismo. Se caen los puentes. Las noticias confirman que la policía está penetrada por el narcotráfico, que ya tiene de rodillas a varios países con todo y sus ejércitos. Estamos perdiendo la guerra. La corrupción invade. ¿Cómo arreglar esto? ¿Con campañas falsas y dinero de quién sabe dónde, o con encuestas fabricadas para engañar ingenuos y seguir con el continuismo del G-38? Reconozcamos la verdad. No caigamos en la trampa. Despertemos.
El Gobierno está quebrado, casi paralítico. No paga cuotas del Seguro, no da mantenimiento a la infraestructura, ni garantiza la tranquilidad de los habitantes. Ni siquiera puede colocar una platina en un puente. A un año del TLC, no hay más inversiones, ni más empleos, ni más exportaciones. Eso fue una estafa. La Asamblea se puebla de politiqueros sin vocación que actúan en función de sus migajas y de las estrechas miras de partidos moribundos. No ven la magnitud de la crisis. Las amenazas crecen aquí y en el mundo entero. Las decisiones tardan años. El país está mal. Nada funciona. Una cúpula multicolor de políticos empresarios actúa en beneficio de una plutocracia cleptómana y de intereses foráneos, para adueñarse de más servicios públicos y amasar fortunas a través de bancos con patente de corso. En nombre de una falsa competitividad, entierran la solidaridad y la cohesión nacional. Las devaluaciones han sido un suculento negocio para unos pocos. Sube el desempleo y sangran al pueblo con tarjetas a más del 50% de interés. Cunde el miedo, mientras el país cae en manos de depredadores de toda calaña, unos en las calles, otros en el mercado.
Dentro del actual orden, el Gobierno debe resolver los problemas. Pero no responde, está quebrado. Casi todos los políticos proponen soluciones trilladas: otras leyes, que seguro no pasarán, cambios en el presupuesto, escuálido de todas maneras, nuevas políticas que acaban en el descrédito, como el Plan Escudo o el TLC. El mal nacional es grande. El principal problema -enlazado a la desmotivación que invade el alma nacional- es la incapacidad del sistema para resolver problemas y el cinismo de los gobernantes.
El país clama por leyes más duras, pero los jueces siguen soltando a maleantes reconocidos. Un solo diputado puede impedir una reforma constitucional. Los libertarios lograron liquidar una urgente reforma fiscal después de cuatro años de negociación. El problema supera las posibilidades de una nueva administración con el actual corte ideológico. El pueblo lo sabe. Ve las campañas y piensa que todos están mintiendo.
La política tradicional pierde sentido, salvo para ambiciosos que solo quieren el poder para chupar de sus mieles, o para espíritus pequeños que se contentan con criticarlos, sin hacer mayor cosa. El sistema se deslegitima. El Gobierno mete las manos en el proceso electoral. ¿Qué puede hacerse? ¿Qué nos espera si no actuamos ya, si no empezamos el cambio? Seguramente, una lenta agonía hacia más criminalidad, más anarquía, más corrupción, más pobreza. Los ricos comprarán carros blindados y pagarán guardaespaldas, como en Guatemala y Colombia, mientras los maleantes y secuestradores se adueñan de la calle. Así piensa la mayoría: verdes, rojos, azules o amarillos. Reaccionemos como pueblo. ¿Cómo dar el voto a quienes han creado y pretenden perpetuar estos horrores, si estamos viendo a la patria postrada? ¡Conciencia ante el dinero y la mentira! Esto es cuestión de dignidad, de inteligencia para ver el engaño, valor para cambiar y voluntad para hacer algo.
¡Despertemos! Podemos desencadenar una ola. ¡Descubra su poder para crear conciencia patriótica! ¡No nos dejemos impresionar! ¡No les tengamos miedo! Casi todos pensamos igual. Nuestra indignación es por amor a Costa Rica. ¡Sí se puede! Con voluntad, cada uno puede influir a su familia, a amigos, vecinos, al barrio y así, a la nación entera. El país necesita una transformación donde impere la ética por encima de los modelos. Pongamos fin a la degeneración. ¡Inspiremos nuevas ideas, hagamos de la esperanza una revolución de la conciencia, de abajo para arriba! Este es un instante para el coraje, como en 1856, cuando vivimos el parto del verdadero nacimiento como nación digna y respetable. ¡De pie Costa Rica! ¡Ha llegado la hora!
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