Hace siglos Galileo fue perseguido por asegurar que la tierra giraba alrededor del sol, de igual forma en esa época se creía que la tierra era plana y no se admitía ninguna otra concepción, y lo curioso es que detrás de ello, como en otros cientos de ejemplos que podríamos citar, estaban las creencias religiosas de su tiempo, pero sobre todo el dominio que ejercía la religión sobre el pensamiento y la actuación de personas y gobiernos de la época.
En la actualidad la caza de brujas continúa, pero utilizando medios diferentes a los de la edad media. Los grupos religiosos que han proliferado como pingues negocios de muchos sinvergüenzas, así como también los obispos/financistas ilegales, ambos manipuladores de la masa ignorante, no pierden oportunidad de armar escándalos cuando sucede algo que va en contra de los principios religiosos que ellos defienden (a los cuales tienen derecho individualmente, pero no a imponérselos a los demás), como si toda la población del país pensara igual, y tuviera que avenirse a sus criterios personales o de grupo.
Lo sucedido recientemente con relación al matrimonio de dos mujeres (aprovechando un error del mismo Registro Civil con relación al género de una de ellas), lo cual creo que fue realmente una provocación magistralmente orquestada, para dejar en evidencia la homofobia y lesbofobia que se puso en movimiento de inmediato, nos da una muestra más de que el rechazo hacia la diversidad sexual en nuestro país no está, ni de lejos, erradicada.
El miedo, los prejuicios y visiones estereotipadas han sido utilizados históricamente como justificaciones para perseguir y atacar a aquellos que no nos agradan o que son diferentes. Los prejuicios hablan de un juicio u opinión preconcebida que muestra rechazo hacia un individuo, grupo o actitud social.
Gracias a los prejuicios se han perdido miles, quizás millones de vidas a través de la historia de la humanidad. Estos fueron los causantes, durante la edad media, de la muerte de miles de mujeres que fueron quemadas vivas o ahorcadas tras ser acusadas de ser brujas. Su único pecado fue no conformarse con los roles tradicionales que les asignaban en una sociedad machista regida por la iglesia.
Resulta importante recordar ahora que los derechos humanos no pueden estar determinados por prejuicios de la mayoría, ni de grupos particulares. Los sectores cristianos o católicos no tienen que estar de acuerdo con lo que las personas LGBT hacen, no tiene que agradarles, ni gustarles. Intentar impedir que puedan tener acceso a vidas dignas y respetables no es de cristianos reales. Tener prejuicios puede ser un defecto humano, pero intentar que los mismos se conviertan en leyes y que el Estado reprima a los violadores es regresar a los tiempos de le edad media, es volver a quemar las brujas.
Debemos tener muy presente que la mayoría de las religiones fueron formuladas en un tiempo en el cual el concepto sobre el origen de la vida, los conocimientos sobre el funcionamiento del organismo humano, la naturaleza, las estrellas y los planetas eran pobremente comprendidos. Los sistemas religiosos intentaron explicar las inquietudes humanas y las incógnitas frente al universo en narraciones dramáticas de cómo funcionaban las cosas del mundo y qué tipo de reglas debían seguir la humanidad para garantizar la armonía del cosmos.
Dichas narraciones estaban dirigidas a dar sentido y relación con las fuerzas de la naturaleza. De esta manera, tuvieron una gran importancia para sociedades antiguas. Por ejemplo, la idea que muchas religiones tenían hacia los eclipses solares y lunares y la aparición de cometas contrasta enormemente con la explicación que hoy da la ciencia de los mismos y que hace de dichas interpretaciones religiosas absurdos conceptuales e irracionales. Y así muchas cosas más.
Numerosos críticos contemporáneos encuentran difícil comprender las razones por las cuales mucha gente continúa dando crédito a tradiciones antiguas que explican el universo de esa manera; por ejemplo, la astrología. Esto tiene efectos negativos sobre los valores sociales y éticos de las culturas modernas.
La discriminación ha sido a lo largo de los siglos trending topic – por darle un toque actual y sin ánimo de frivolizar – en la mayoría de culturas y sociedades del mundo. Todo aquel que no cumplía con las características infundadas y tomadas como “normales y correctas” era objeto de rechazo, repulsa, castigo e, incluso, de muerte. Los homosexuales han sido uno de los grupos más perseguidos en la continua caza de brujas que se ha llevado a cabo en el mundo occidental de forma incesante y que tomó puntos álgidos durante el nazismo y el franquismo, por ejemplo – entre otras dictaduras – del pasado siglo. En la actualidad en África y en la Federación Rusa se mantienen disposiciones sociales y legales que penalizan la práctica de la diversidad sexual, hasta el punto de penalizarla con cárcel y hasta la muerte.
A muchos les da tranquilidad pensar que todos estos rechazos y ataques asociales basados en la ignorancia han quedado atrás desde la barrera cómoda y resguardada que dan las democracias y los países que se consideran a sí mismos desarrollados culturalmente. Pero todavía quedan gran cantidad de países y sistemas en los cuales los homosexuales continúan siendo vapuleados y perseguidos por motivos de religión o de tradición. Y otros, públicamente abiertos y respetuosos, todavía esconden bastantes prejuicios e incomodidades detrás de aparentes sonrisas de aceptación y compromiso de igualdad. Entre estos últimos nos encontramos nosotros.
Por ello, la extraordinaria eficiencia con que el Registro Civil corrigió un error (en este caso) que tenía casi treinta años de no haberlo corregido, me suena más a lesbofobia que a la diligencia “que no existe” en esta entidad pública, en donde cada tramite toma la vida perdurable, y existen casos que tienen decenios de no corregirse a pesar de la insistencia de los interesados.
Y por último, debemos tener bien claro que una ley concede solamente el status de legalidad, pero no necesariamente de justicia. Y mientras no se corrija de una vez por todos los irrespetos a los derechos humanos de las minorías, las leyes seguirán siendo injustas.
(*) Alfonso J. Palacios Echeverría